Por Jorge Letelier
La pregunta se hace inevitable pese a lo recurrente: ¿genera interés y lecturas posibles un montaje de texto, 100% literario, en la actual cartelera? Más aún, si se trata de un texto publicado en 1938 que avizora el creciente peligro del nazismo en Europa. Como ocurrió en otros momentos del año con obras como “Todos eran mis hijos” y “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, las que fueron montadas respetando casi totalmente su texto original, en “Paradero desconocido” nos enfrentamos a un texto basado en una relación epistolar por lo que su componente literario es completo, desbordante.
En una cartelera en que dominan las propuestas posdramáticas y donde obras bajo la concepción realista son también adaptadas bajo procedimientos escénicos contemporáneos, es una rareza encontrarse con una opción de puesta en escena que respeta los convencionalismos del teatro de texto. Originalmente una novela corta, fue publicada por Katherine Kressman Taylor en 1938 y estuvo en la sombra hasta 1995, momento en el que Story Press la reeditó. Se conmemoraba entonces el 50 aniversario de la liberación de los presos de los campos de concentración nazis y la novela resurgió con fuerza y fue revalorizada. Nunca había perdido vigencia porque pese a su escaso impacto masivo se convirtió en una novela de culto en EEUU, pero este resurgimiento le permitió ser adaptada con éxito en distintos países como Inglaterra, Francia, España y recientemente en Argentina.
Este montaje dirigido por el fogueado Andrés Céspedes y situado en 1932, muestra la relación por carta de dos amigos, Max y Martin, quienes son socios en una galería de arte de San Francisco. Martin ha dejado EEUU para regresar a Alemania convencido de una nueva etapa de libertad política en el país. Max, quien es judío, permanece a cargo de la galería y entre ambos van narrando en sucesivas cartas las realidades queles toca vivir.
La narración intercala las cartas de cada uno a modo de monólogos donde mientras uno escribe y lee, el otro lo escucha simultáneamente. El procedimiento funciona gracias a una escenografía en que ambos ocupan una especie de gran escritorio por ambos lados y que permite dividir espacial y temporalmente las escenas. Así se produce una interacción ficcional que resuelve de manera muy adecuada la dificultad de unir espacios alejados.
1932 es el año en que el partido Nazi triunfa en las elecciones, lo que permitió que en enero de 1933, Adolf Hitler se convirtiera en Canciller de Alemania. En un clima de renovada esperanza ante los graves problemas económicos del país, Hitler promete recomponer la identidad germana y es en ese contexto que Martin ha regresado para contribuir a recuperar la grandeza del país. Max lee con simpatías el optimismo de su amigo y sus respuestas son entusiastas sobre ese país de rica cultura y futuro esplendoroso.
El texto de Kressman Taylor es ligero y levemente irónico, algo natural, ya que fue escrito en 1938, antes de la guerra y de conocerse los horrores del nazismo, y ese tono adquiere un nuevo sentido en los discursos populistas que hoy aparecen triunfantes, exaltando una nueva etapa histórica y convenciendo a los ciudadanos de una futura prosperidad. Hay en esa mirada trágicamente atemporal el abyecto convencimiento de que todos los sacrificios para lograr ese objetivo son posibles, como lo dice Martin en una de las cartas (“el sufrimiento es necesario para que se salven millones”).
Tanto Víctor Montero (Max) como Eyal Meyer (Martin) van construyendo con mano firme las personalidades de sus personajes, cuya reducida acción física se orienta a enfatizar las inflexiones en pequeños gestos y tonalidades de voz que van cambiando a medida que la historia evoluciona. Cuando Martin le escribe a su amigo que ha ingresado al gobierno y eso va a significar un cambio en su relación epistolar (Max profesa la religión judía), no solo el tono comienza a desplazarse sino que hay también una interacción de gestos y movimientos más concretos y entrelazados que dinamizan la puesta en escena.
El punto álgido es la huida de la hermana de Max, antigua novia de Martin y quien por ser judía corre peligro en Alemania. Ese hecho provocará una ruptura entre los amigos y un desenlace trágico en el cual el texto crece considerablemente puesto que de ser un discurso que alerta sobre el totalitarismo y de cómo las personas comunes son extraordinariamente fáciles de engañar ante discursos de odio disfrazados, se convierte en una oscura radiografía de la venganza como algo inherente a la naturaleza humana.
Ese desplazamiento de sentido es expuesto de manera hábil desde un texto en apariencia simple pero que va entrelazando su potencia con interrogantes profundas. “Abandono la vida inútil de solo hablar y no hacer nada”, dice Martin cuando las ideas nazis ya lo han abrazado y se siente interpelado a ser parte de la historia. Puede sonar escalofriante hoy ese llamado a la acción y a la oferta de protagonismo político de parte de líderes improbables que ven a esas masas decepcionadas una carne dócil para ideas populistas que a partir del prejuicio y la intolerancia siempre se hacen un espacio.
La escenografía, sobria y sutil, entrega pequeñas aportaciones que refuerzan el significado pero que dejan toda la responsabilidad al texto y el sobrado oficio de ambos actores, quienes van dotando de ritmo sostenido a un suspenso creciente. Quedan algunas interrogantes en el camino, como el cambio de un ciudadano común progresista y gentil a un férreo defensor del nazismo, o un proceso de mayor ambigüedad en Max para convertirse de un hombre amable a uno sediento de venganza.
Puede ser que en su totalidad, este montaje pueda verse como una pieza en desuso, que reivindica el valor de la palabra como gatilladora de una acción que subyace de manera fuerte pero que en la superficie es nada más que la relación epistolar entre dos personajes. Desde los recientes hechos que marcan la política de este lado del mundo, la acción se revela sola, sin enfatizar recursos escénicos extras para dar cuenta de su potencia. Es una pieza de cámara sólidamente labrada, que equilibra el sentido de su texto con una puesta en escena que sitúa ese abismo entre dos maneras de pensar, dos continentes y dos posiciones con firme sobriedad y alejada de las modas imperantes.
Paradero Desconocido
Corporación Cultural de Las Condes. Hasta el 25 de noviembre, viernes y sábados (20:00), domingos (19:00).
Dirección: Andrés Céspedes
Dramaturgia: Frank Dunlop basado en la novela homónima de Katherine Kressman Taylor
Elenco: Víctor Montero y Eyal Meyer
Música original: Alejandro Miranda
Diseño escenográfico: Francisca Inda