Por César Cancino
Este mes tuvimos el privilegio de ver dos estrenos teatrales de la dramaturga Flavia Radrigán. Más bien un reestreno y un nuevo montaje de un texto suyo anteriormente mostrado, pero que de alguna manera funcionan como estrenos. Primero fue Lear, el rey y su doble, mostrada en el verano dentro del festival de teatro realizado en la comuna de Quilicura, llamado justamente en honor al padre de Flavia, Juan Radrigán. El segundo estreno fue el de la nueva versión de El descanso de las velas, texto mostrado el año 2014 con el largo título Difícil cosa saber por qué se quiere llorar y acabar con todo, y mucho más difícil poder explicarlo, con dirección de Marco Espinoza y con un carácter más experimental de ese anterior intento.
El descanso de las velas continúa con una especie de trilogía o quizás un grupo más grande de obras, que encapsula el tema familiar: desde lo marginal, lo barrial y lo social. Y obviamente desde lo autobiográfico. Porque de alguna manera, la vocación de la Radrigán se nutre de su propia vivencia. Mas allá, incluso, de lo simplemente auto referente. Si la rúbrica de su padre era la dramatización desde el realismo poético-social, la de Flavia se emparenta con la (su) vivencia biográfica relacionada a esa figura: el padre freudiano, el padre poeta, el padre referente, el padre perseguido, descubierto, reconocido, vetado e inmortal.
Es quizás en Lear, el rey y su doble donde Flavia expuso más esa textura: ahí se entregan varias claves súper expuestas sobre la (quizá) relación existente entre ese padre y esa hija: una Cordelia entregada devotamente a su padre y a pesar de todo. De todo. Y al mismo tiempo una hija que ocupa todo su talento para decirle al padre “¡Veme! ¡Aquí estoy!”, como un grito desgarrador hacia la eternidad y hacia la oscuridad del sepulcro.
Soledad después de haber sido palmoteado, seguido, admirado, referido y copiado. Hasta que, por algún capricho de las épocas, pasa a ser olvidado, evitado y silenciado ¿Por qué no se monta a Juan Radrigán hoy?
El descanso de las velas nos habla de dos hermanas que viven con sus respectivos maridos en alguna casa mínima de algún rincón de nuestro país. Una de ellas tiene relaciones con el marido de su hermana, a quien le pide que mate a su marido, para así escapar de aquella realidad inmutable. Al tiempo, una de las hermanas recuerda el abuso sufrido de niña por parte de la pareja de su madre. Por tanto, la figura masculina es la que se ubica al centro del esquema en esta obra. La relación con el masculino la Radrigán ahora la triplica: el padrastro y los dos maridos. Incluso se podría hablar de 4 niveles, donde se incluiría al padre. Desde ahí surgen los recuerdos familiares y el plot homicida que una de las hermanas quiere proponer. Se exponen también las taras emocionales que han producido la vida actual de estos personajes: seres sin esperanza, que habitan un espacio de soledad y de muerte.
En lo concreto, Mariana Muñoz, directora de la puesta, asume el drama como un “drama musical”, donde las escenas se van trasponiendo con composiciones musicales que van guiando y permiten entrar en esta atmosfera chilena, marginal y solitaria. La solución que propone nos parece muy interesante, pues hace crecer lo escénico, y lleva el drama al siguiente nivel, lubricando un poco lo terrible de lo descrito en el texto de la Radrigán.
Las composiciones musicales son atractivas y muy bien compuestas. Y si bien ayudan a entender la peripecia, es en el texto y su puesta en juego en donde aparecen ciertas debilidades. Es muy difícil comprender la historia claramente. Es un texto complicado y quizá perteneciente a otra época de la dramaturgia de la autora y de la del país. Es como ver un video de los ochenta o noventa, donde la realidad se “ve” diferente: otros colores, otras texturas. Persistencia retiniana, le dicen. Es una mirada estancada en el tiempo. Por lo tanto, la velocidad de comprensión es otra. Es una cita a determinada textura de relaciones. Una mirada profunda a la convivencia familiar destruida por el abuso y los recuerdos.
El elenco es extremadamente talentoso y respetuoso de la dirección propuesta por Muñoz. Se nota la mano exquisita en la parte cantoral por parte de Ema Pinto. Se ve nuevamente a una Claudia Cabezas muy atractiva y decidida en escena, tomando riesgos y haciendo que la acción avance y conmueva. Tito Bustamante se pone al servicio del rol y del montaje a la altura de lo que uno espera de un intérprete de su talle. Y Mario Avillo se luce poniendo las cuerdas en lo que junto con las voces se constituye como la base de la propuesta.
El diseño espacial de Tamara Figueroa AS es simétrico y ordenado. Comenta algo que ocurre por debajo de las cosas: debajo de la casa, debajo de la realidad. Que sea simétrico aparece en un primer momento muy inmóvil, pero luego se comprende el porqué. El diseño lumínico es sencillo y funcional. Lo realiza José Luis Cifuentes.
La composición musical, realizada por Ema Pinto, Mariana Muñoz y Mario Avillo, destaca de sobremanera. Es, junto con la solidez actoral del elenco, lo que blinda el drama propuesto por la Radrigán. Sin lugares comunes, sino en un aquí y un ahora, el montaje pretende poner en perspectiva lo biográfico y autoral del texto de Flavia, sin forzarlo ni llevarlo obligadamente.
Sin embargo, es un texto antiguo. Otras pulsiones eran las que marcaban a la familia de la autora en aquellas épocas. Había circunstancias vitales claramente distintas. En cambio, en Lear, el rey y su doble la vimos más expuesta, más confesional. Ahora, quizás, es momento de cerrar el capítulo hija-padre, y de abrirse a sus nuevas relaciones. Como con ella misma, por ejemplo. Con sus hombres, con sus hijos. Y decidirse a ser Radrigán, para que cuando uno hable de Radrigán se hable de ella.
Proyecto ganador Fondart de Trayectoria 2018-2019. Funciones hasta el 30 de junio, viernes y sábados a las 20:30 horas y domingos a las 19:00 horas en Teatro Finis Terrae.
Obra: El descanso de las velas
Duración: 90 minutos
Dramaturgia: Flavia Radrigán
Dirección: Mariana Muñoz
Elenco: Claudia Cabezas, Ema Pinto, Mario Avillo, Tito Bustamante
Diseño de iluminación: José Luis Cifuentes
Diseño sonoro: Rodrigo Chirino
Composición musical: Pinto-Avillo-Muñoz
Diseño escénico: Tamara Figueroa AS
Asistente de arte y realización: Roberto Mancilla-Cruz
Realización y montaje: Pablo Lobos
Realización de vestuario: Julio San Martín