Por Fernando Garrido Riquelme
A un costado del mercado Cardonal en el plan, en una casa verde subiendo por una escalera empinada y quejumbrosa, heredera de un garbo perdido y fantasmal se encuentra en medio de solventes, lápices, crayones y tarros de pintura un hombre de puerto, de trabajo, hábil con la brocha ancha como con el pincel. Su presente es el encierro y el trabajo, y con él nos conectamos para conversar sobre sus días y proyectos de Manu Jorquera, quien vive el confinamiento desde el puerto de Valparaíso, su hogar y el rincón del universo que ama y lo entiende. De trazo intenso, desbocado y cargado a los contrastes y rítmicas del mundo chilenero, su pintura ha sido una exploración por la luz y las sombras de una tradición que no se agota en la postal romántica y folklorizada de la industria del turismo y sus instituciones, la cual trata de vender una imagen país proyectada como un paisaje colorinche, al cual le permite su existencia en cuanto se someta a los designios de la mercantilización y el fetichismo exotista de las políticas del patrimonio. Del estallido, de la muerte de los amigos, del posicionamiento político y de la tradición chilena y popular de la cual se siente parte conversó con Culturizarte, así como del presente, la tristeza y la nostalgia por los amigos que mueren, nostalgia que trata de combatir para que no le arrebate espacio en su corazón a la esperanza y al futuro.
AL ENCUENTRO DE LA TRADICIÓN
En un principio, la primera vez que vi tu obra, me llamó la atención la tensión que existía entre la tradición y la lectura que le dabas. Había una tensión, pero no una contradicción. De cierta forma había una traducción de esa tradición bohemia, cuequera, pero en un lenguaje propio. Como eso que planteaba Pepe Zalaquett, que el valorar la tradición era ser custodio de las llamas, no de las cenizas.

Qué bonita esa frase… ser guardián de las llamas…. no sé la verdad. Yo en un comienzo encontraba que mi pintura era muy citadina, súper juvenil. Una persona que está en constante roce con la gráfica que hay en Valparaíso, una persona del puerto, habita con el grafiti, con las rayas, con las manchas, y creo que a ese tipo de personas les era mucho más fácil entender mi pintura. Pero me pasó una vez que alguien me dijo que mi pintura era fea, como burlándose, que pintaba mal, como cabro chico. Igual la vieja era de campo, y no es que no supiese de arte, sino que su relación con la gráfica era otra.
El puerto por su historia e itinerancia recibe la influencia de una gráfica que crea un tipo de ojo, acostumbra a un tipo de mirada que no hay en otras partes del país.

Claro.Entonces eso me hizo ruido, y no lo tomé a mal, sino que comencé a desarrollar una línea más definida, un dibujo más limpio. Porque si no me iba a quedar como un Testigo de Jehová, estando pero no estando, como canuteando solo. Y eso no me gustaba.
Claro, en tus cuadros se ve la marca del rayado, el plumón, del trazo callejero de quien pinta con el hombro, como quien toma un martillo, no un pincel.
¡Punga! Es volver a lo primitivo.
Son rasgos reconocibles, pero con los años ha ido adquiriendo cierta definición, porque se asienta sobre una raigambre chilenera colorinche, porteña, y que en tu obra se mezcla con las pasiones humanas: el choque, los duelos, la expresión reptiliana del carcajeo, la voz metálica, la guapeza, la inteligencia que se despliega en la rueda, la búsqueda de la representación del sonido. ¿Cómo comienza ese viaje a través de ese mundo?
Lo primero que entendí de la chilenidad misma es la impronta. En la cultura popular chilena hay mucha impronta, y es una hueá que vale, así en la rueda como en la vida. El saber resolver cosas en un corto tiempo, lo práctico, lo resolutivo, distintas cosas. Lo puedes ver en la talla, la cultura de la broma: tiene que ser rápida, como el humor de la calle, el payaso chileno. Y en la cueca eso se da mucho. Saber meterse rápido. No hay una partitura en la música, si no que tení que saber meterte. ¿Cuánto dura una cueca? ¡No dura nada! Entonces me dije, mi trabajo tiene que ser rápido. Entonces cuando me canutie con la cueca, justo en el momento en el que estaba también en proceso de formación en la Escuela de Bellas Artes (Viña del Mar), me propuse hacer dibujos en el tiempo que demoraba una cueca. De ahí desarrollé esa impronta rápida, tosca. Traté de traducir esa impronta de la música y la cueca chilena a mi dibujo, al trazo de cual venía, el cual era rápido, grafitero.

La cueca con su impronta, con su vértigo y síntesis, es la expresión de una forma de estar en el mundo, donde se encuentra el color con el espanto. No es ese Chile beige, monocromático, apagado, un Chile altanero, aniñao, que le gusta la noche, el vino, la mesa, la algarabía, y también goza la claridad, gusta de la inteligencia, del juego.
Es un juego, es astucia. Es la astucia ante la vida. Piensa que la cueca siempre fue un ejercicio de entretención, no es tan serio como ahora. Antiguamente estaban los que trabajaban y después se iban a cantar, la cueca no era una actividad profesional, era de oficio, o por lo menos así lo veo yo. La gente del matadero trabajaba faenando animales y de kiruza con la cultura de la cuchilla. El disfrute de la astucia, como un juego, no sé si me entiendes. Todo quiere ser una profesión, una actividad normada, el ocio como expresión de una mercancía. Cuando comencé, no sabía que estaba haciendo algo o hacia donde iba a ir, si era un trabajo o una línea. No tenía claro, en un comienzo, el desarrollo de una técnica, de un color, un ejercicio de la vida. Se volvió una musa primitiva…. “se me acaba el argumento y la metodología”.
Recuerdo un cuadro tuyo llamado El poder del pandero, en donde claramente se ve un centro cromático, el rol que juegan los azules, la presencia pictórica del sonido que se traduce en un despliegue de formas y colores, donde uno de los espectadores se ve hipnotizado por él.
A mí me pasó en un momento, cuando comencé, que quise buscar ese tipo de formas, porque una de las cosas que me enamoró de la cueca, aparte de la música, fue el misterio lo que me enamoró. El descubrir personajes, fotos, ciertas películas chilenas como La tierra prometida (1972, Miguel Littin) en donde sale Mario Catalán cantando arriba de un tren. Me enamoró lo histórico, en Nano Nuñez hablando de los 7 espejos, donde se habla de la “ojos verdes”. Mi abuelo cerró el 7 espejos, por parte mi familia, siempre fuimos fiesteros, se escuchó a la Violeta Parra, a Víctor Jara. Siempre estuvo el relato de mi abuelo con mis tíos curaos en la mesa, escuchando Quelentaro. Entonces tener eso en mi cabeza, en mi interior, y darme cuenta de que esa tradición era parte de la historia mía, eso me enamoró. Y eso me pasó cuando fui rapero y grafitero, el tener una conexión histórica con algo. Veía a los Panteras Negras, Ángela Davis, Afrika Bambaataa, y era tremenda su historia, pero no era la historia mía. Y luego buscando videos viejos, fotografías, me fui dando cuenta de que había algo azulado, ocre, color povidona, lo cual se expresa en mi pintura. Y me fui dando cuenta de que la industria busca un tipo de folclore colorido, y el arte popular chileno ha estado vinculado de siempre a la miseria, el hambre, y eso es oscuro, como lo son Pablo de Rokha, Jorge Teillier, la misma Violeta. Personas que son oscuras, y esa oscuridad quise ponerla en la obra que estaba desarrollando.
Los personajes de tus cuadros son de rostros negros, de manos sucias, mandíbulas desencajadas, dientes picados, amarillos, mandíbulas desencajas.
Animalescos, brutos.
EL DUELO Y EL PRESENTE
El presente ha sido áspero para Manu Jorquera. A los embates que generales de los cuales todos somos partícipes desde octubre, la muerte de su compañero de aventuras y batallas, amigo y consorte espiritual Felipe Gatica a manos de un ebrio que lo atropelló y dejó sin auxilio, no sólo sepultó el trabajo de años de recopilación, investigación y creación en torno a las cantoras del Maule sur, también abrió un vacío que lo ha mantenido mudo, un vacío en el cual solo se escucha el eco de un dolor, la orfandad. “La muerte de mi compañero ha sido dura, me ha tenido en una crisis que se expresa en el silencio. En lo práctico, el libro para el cual habíamos trabajado y adjudicado fondos para realizarlos quedó inconcluso, el trabajo con las cantoras se interrumpió, los discos que íbamos a sacar”.
Y esto sumado a la crisis creativa y el duelo, ¿cómo te ha hecho vivir el presente, desde Valparaíso? Desde octubre nos encontramos de frente con un estallido que ha desgarrado el presente, y ahora estamos en un confinamiento en donde la pandemia amenaza la sobrevivencia, y ha hecho que el péndulo vaya desde “no abandonaremos las calles” hasta el “quédate en cada” ha sido radical y neurótico.

Yo me lo he tomado con bastante calma. Cómo te digo ¡Ha sido un caos! A Valparaíso yo lo veo igual que siempre, punketa, aguerrido, un poco más rayado, un poco más sucio. Tampoco he salido mucho la verdad, paso más tiempo en el taller, estoy más solitario. El estallido me pilló introspectivo, no salgo a cantar cuecas, por muchos motivos, uno de ellos es por la muerte de mi compañero. Entonces a Valpo yo lo veo igual que siempre, quizá ahora con el Coronavirus se ve todo un poco más tenso, pero esta ciudad siempre ha sido un lugar de mucha tensión. Ahora quizá tenga una expresión más política, pero la tensión producto de la miseria que vive la gente arriba de Avenida Alemania, la violencia de las calles, los asaltos. Siempre el puerto ha estado sometido a tensiones, quizá alguien de afuera pueda tener otra opinión, pero uno que es de acá, siempre ha estado sometido en constante agudeza el día a día.
La centralidad política y económica de Santiago ha hecho que sea el gran protagonista visual del estallido, y ni siquiera Santiago en su totalidad, sino el perímetro que comprende la llamada Zona Cero, pero la expresión gráfica ha sido generalizada en todo el territorio.
Si, puede ser, pero Valparaíso siempre estuvo rayado, por lo menos así lo recuerdo desde que era pendejo. Lo que si me llama la atención, es que el grafitero ha cambiado, que ya no deja su marca, su firma, ahora está un mensaje, una proclama, por último un ACAB. Igual se nota un poco más de rayado, pero uno lo nota cuando sale. Cuando murió Felipe y lo enterramos en Parral, cuando volví noté que estaba más rayado que de costumbre, mucho papel con engrudo y la verdad me agota un poco. La verdad es que no estoy en sintonía de procesar esto, de entender. Con Felipe hablábamos de que uno no puede estar ausente de todo lo que está pasando, pero nosotros lo tomamos para dentro. Nosotros llevábamos trabajando el tema de la memoria popular, folclórica, de la tradición hace bastante rato. Este estallido va a subir, va a bajar y yo con mi obra, siempre he tratado de correrme de ser propagandista.
Salir de lo obvio.
Claro, yo no quiero caer en la moda. Ponerme una polera del “perro matapaco” y ponerte panfletero, porque mi trabajo ha sido siempre político. Porque de la pobreza y del dolor, todos sacan partido menos el pobre. Cuando la lucha se transforma en un producto, pierde sentido. Algunos me han dicho que soy amarillo, que no estoy pintando de la revuelta, y yo en esto llevo mi vida, yo no descubrí el 18 de octubre la desigualdad o la injusticia. Yo no desperté ese día, ya venía trasnochado. ¡Mira esa hueá de ¡Paco Vampiro! ¡Es una mierda!
Parece ser una de las constantes en el arte chileno. Se subliman las expresiones populares, se traducen a lenguaje de las élites y alimentan la maquinaria de mercancías. Ya las galerías de Alonso de Córdoba están preparando sus murallas para vender “el arte del estallido”.
¡A mí eso me parece una mierda! Hace cuatro años si hacías algo sobre la lucha de los pueblos o con posición política te decían resentido. Ahora si presentai una hueá con el “perro matapaco” te lo compran.
Igual de cierta forma, eso ha pasado con la cueca.
Es verdad. Yo no soy un hueón viejo, no llevo décadas con la cueca, pero algo que me enamoró de ella, era ese espacio de misterio. Hoy todo está revelado o expuesto, instantáneo, desechable, por eso también me alejé de los espacios y estoy en mi casa. Estoy en proceso de resituarme, con mi obra, con mi vida, necesito descubrir algo en qué desvelarme, reencontrarme con el misterio.
Manu Jorquera
+56 9 8884 1114
Instagram: @arte.manujorquera
1- Dos cantoras
Acrilico sobre tela
130 x 100 cm
2018
2 – Pablo de Rokha Genio y Figura
Acrílico sobre tela
82 x 65 cm
3 – Retrato de Nano Nuñez»
Acrílico sobre tela
75 X 60 CM
2014
4 – La cantora pájaro
Técnica mixta sobre tela
100 x 105 cm