Columna de Opinión: Almagro a título póstumo

 

Por Noelia Barrientos desde Madrid

El teatro nos hace reflexionar profundamente sobre la naturaleza del ser humano a la luz de un foco. En un momento actual como éste, en el que la sociedad se está transformando y redefiniendo, celebrar el Festival de Almagro era no motivo de fuerza mayor, sino una obligación moral con nuestra sociedad. ¿Cómo reencontrarnos con nosotros mismos en este contexto cambiante sin plantearlo desde la dialéctica de nuestros clásicos? ¿Cómo no recurrir a la escena como espacio de reflexión conjunta que nos haga entendernos y acercarnos a la nueva sociedad en la que nos estamos convirtiendo? Y, ¿cómo no rescatar a todos esos actores y artistas confinados con tanto que decir, con tantas ganas de reencontrarse con su público?

Almagro ―como reserva del Siglo de Oro― contiene todas las respuestas a estas preguntas que hoy quedan abiertas. Sin embargo, no hay interrogante alguno si somos capaces de percatarnos de que ya ha habido otros que pasaron antes por los mismos aprietos. El Corral de Comedias, encontrado tras una pared tapiada hace poco más de medio siglo, tuvo que cerrarse en varios momentos de su actividad por pestes y plagas que impedian los amontonamientos. Ya hemos pasado por esto. Los teatros ya han sido censurados, el ser humano ya ha sufrido de escalofríos al temer por su futuro, al enfrentarse a la incertidumbre. Pero el patio de butacas siempre ha sido capaz de volver a resurgir, de hacer que la gente perdiera el miedo, de luchar contra el prejuicio de que el júbilo de la cultura le quita el matiz infranqueable de su importancia, de su oportunidad para vernos, entendernos, reencontrarnos con nuestra nueva versión de nosotros mismos.

A pesar de toda esta batalla que lidia siempre la cultura ante cualquier periodo de crisis, teniendo que defender y justificar su importancia y papel como bien de primera necesidad, el Festival de Almagro levantó el telón el pasado 14 de julio con la entrega del XX Premio Corral de Comedias a la polifacética actriz, Ana Belén. Ser talentoso, brillante, mágico que dio sus primeros pasos en la interpretación ya de la mano de los grandes clásicos, se subió a las tablas del Corral de Comedias por primera vez en 1968 y para recoger su premio lo hizo al escenario del antiguo cine de verano el Teatro de Los Oviedo ataviada con un despampanante traje rojo, arropada por una ovación a ella, al Festival, a la cultura, a un teatro que resurgía y vencía al confinamiento social y teatral que habíamos visto en los últimos meses. No hay que ignorar que la organización y el patio de butacas, los mismos almagreños, y el sector cultural en general temblaba ante la incetidumbre de esa apertura de telón, pero la decisión y el compromiso de la importancia de hacerlo podían con cualquier otro prejucio, cifra de balance, conflicto más allá del que nos ha reunido en ese pueblo mágico de la Mancha.

Lluís Homar al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Adriana Ozores, Alberto San Juan, el incombustible Rafael ‘El Brujo’ Álvarez resucitando una vez más a su Lazarillo, la obra Tirant como cabecera de la programación que tenía a la Comunidad Valenciana como invitada especial del festival recorrieron durante esas dos semanas escasas los cuatro escenarios habilitados en esta edición: Corral de Comedias, Teatro de los Oviedo, Antigua Universidad Renacentista (AUREA) y el Teatro Adolfo Marsillach. Cada vez que se abría el telón un espigón en forma de rayo recorría la espalda de actores y espectadores. Un día más era un nuevo triunfo para Almagro, un nuevo grito al unísono que nos confirma que es posible hacer cultura de forma responsable y segura. En el teatro se fraguan las soluciones, no surgen los problemas.

Más allá de los deseos y necesidades encontradas, las cifras del balance reafirman el éxito del Festival, el triunfo del teatro y de la cultura. Más de 10.600 visitantes, 80 % de ocupación, 130.000 euros de recaudación en taquilla y una cobertura mediática cercana a los 20 millones de euros, con más de 3.000 impactos en medios. La responsabilidad y el entusiasmo de todo el equipo, los objetivos desligados de la recaudación de taquilla, el compromiso con el tejido teatral, con la profesión, con Almagro que ve en esta cita una fuente de ingresos clave, y de todos los fieles al formato han convenvido y transformado las dudas en decisión, el ser los primeros en una oportunidad, el reto en un ejemplo a seguir por el sector, y deja delante de sí la obligación de seguir trabajando para mostrar a la cultura desde su inherente capacidad de cambio y transformación. No hay enhorabuenas que entren en una edición tan emotiva, no hay posibilidad de que una edición milagro, tan especial, vuelva a repetirse ante estas circunstancias tan excepcionales. Sólo queda dar gracias a Almagro por su valentía y capacidad de superación ante la adversidad, a la satisfacción que te deja sólo el trabajo bien hecho.

 

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