Crítica literaria “No tengo miedo”: La sordidez cotidiana en un pueblo

Por Juan José Jordán

La historia se desarrolla en Aqua Traverse, pueblo ficticio, pero fácilmente reconocible: un puñado de casas desperdigadas por una calle sin pavimentar. Estamos en el verano de 1978, que logró puesto de honor entre los veranos sofocantes, si le creemos a Michael, el narrador que rememora sus días de infancia. Es fácil hacerse una idea con su descripción:

“Podíamos hacer lo que nos apeteciera; no pasaban coches ni corríamos ningún peligro. Y los mayores permanecían metidos en sus casas, como sapos a la espera del fresco”.

Una tarde, cumpliendo uno de los tantos retos impuestos por el matón del grupo, Michael entra a una casa abandonada en la punta de una colina y, para su sorpresa, encuentra el cuerpo de un niño oculto abajo una manta plástica. ¿Qué hace ahí? ¿Estará muerto? Será su secreto.

De vuelta, se fija que afuera de su casa hay un auto que no reconoce. Desde su pieza ve que todos los adultos reunidos se quedan en silencio cuando en el noticiario una mujer comienza a hablar mirando a la cámara: es demasiado lo que piden, pero, con su esposo, están haciendo lo imposible para conseguirlo, por favor no le corten su orejita, como amenazaron. Entonces aparece la foto de un niño: lavado y bien vestido cuesta reconocerlo, pero sin duda se trata del mismo que encontró. Para su sorpresa, los adultos reaccionan gritando fuertes amenazas a la mujer de la pantalla.

¿Qué está pasando? De algo está seguro: ahora si que no puede contar su hallazgo.

Una narración fluida que se adapta bien a las exigencias del género juvenil-thriller. Logra un ritmo trepidante al tiempo que descripciones rápidas y efectivas. Notable es también la forma en que se describe la naturaleza, como si fuera una presencia viva.

Es interesante que esté narrado en primera persona, desde Michael, saliendo airoso del complejo desafío de asumir la mirada de un niño. A pesar de estar escrito en un momento en que el narrador ya es adulto, retrata muy bien la mirada ingenua, la forma en que encuentra respuestas. Así, realidad y fantasía se confunden; lo que queda al descubierto con su hipótesis para explicar la razón de porqué ese niño está en esas condiciones: se trata de su hermano loco furioso, que al momento de tomar leche por primera vez rompió el pezón a su madre y entonces le exigió a su esposo que se llevara lejos al engendro infernal y lo matara. Pero le mintió, nunca lo hizo.

Es un riesgo meter el humor en situaciones tan espantosas. No hay que pasar por alto el estado en que lo encuentra: su tobillo encadenado, con costras de mugre pegadas a la piel y un tarro lleno de excremento que el desdichado debe subir cuando vienen sus carceleros. Entonces, que el narrador exponga esos cuentos, si bien son coherentes con la voz de un niño que trata de darle un sentido a lo que pasa a su alrededor, corre el riesgo de darle ligereza a una situación que no tiene nada de inocente. Pero es un reto que vale la pena; de a poco irá comprendiendo lo que pasa realmente, dejándose de niñerías. Que no hubieran tenido nada de malo; eso es lo que hacen los niños.

Para buena o mala suerte tuvo que crecer en un par de minutos.

Michael mantendrá su secreto y cuidará de Filippo, pero, ya se sabe cual es el refrán inspirado en los pueblos chicos: al poco tiempo todos están enterados. Y Michael no tuvo nada que ver; de una u otra forma todos los adultos estaban involucrados. Esta causa común en algo tan oscuro es perturbador, porque está integrado de forma natural a la vida de todos; no tienen problema en comer en familia, con la radio puesta, sabiendo que ese niño, hijo de un empresario de mucho dinero del norte del país, está allá en esa casa. No hablan de él, lo omiten, pero saben que si todo sale bien, habrá una recompensa suficiente para una vida de lujos. Y quien sabe, quizá no tan solo para los responsables directos.

A lo mejor, es una forma de apreciar lo que puede ocurrir cuando las sociedades presentan un nivel de segregación tan notorio, en donde los otros parecieran ser habitantes de un planeta distinto, en donde es imposible pensar en algún punto de encuentro: los de acá con los de acá y los de allá con los de allá. Por supuesto, esto no implica un intento de justificar ni insinuar que las personas nacidas en sectores vulnerables estarían determinadas a delinquir.

Ammaniti se hizo cierto nombre en Chile hace unos años por Que comience la fiesta, novela que llegó de la mano de Anagrama (misma editorial que ha traducido el resto de su obra). En ella se retrata a un grupo de pobres diablos miembros de la secta satánica Las bestias de Abadón, frustrados por estar a la sombra de la banda demoníaca más relevante del país. Les urge hacer algo importante, y es entonces cuando se enteran de la fiesta que dará un famoso constructor, celebración que promete ser recordada como una de las más grandes del siglo. Se encargan de estar ahí y poder tener la vitrina para su maligno plan.

Tanto en No tengo miedo como en Que comience la fiesta hay un coqueteo con la oscuridad, con aquella zona en la que se acaba el lenguaje y solo hay espacio para el horror. Porque, sí, qué duda cabe: Las bestias de Abadón dan risa y terminan cayendo bien. Pero esto es porque a lo mejor algo pasa con sus planes. En el caso de la novela narrada por Michelle, él es el encargado de dejar en el lector algo que se podría parecer a la esperanza.

FICHA TÉCNICA

Título: No tengo miedo

Autor: Niccolò Ammaniti

País: Italia.

Título original: Io non ho paura

Fecha de publicación: 2011

Editorial: Anagrama

Precio: US $ 7.99 

Dónde: Amazon 

Formato: Libro electrónico para Kindle.

 

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