OSCAR 2022 Crítica de cine “Drive my car”: De la oscuridad a la luz

Por Paula Frederick

Después de sufrir, hace varios años, la pérdida de su pequeña hija y recientemente la de su mujer, el director y actor de teatro Yūsuke Kafuku (Hidetoshi Nishijima) llena su vacío a través de la creación. Mientras vive el duelo de manera silenciosa, decide trasladarse a Hiroshima a dirigir una versión multilingüe de la obra Tío Vania de Antón Chéjov. Al llegar a su nuevo destino, se le asigna una chofer para conducir su auto todos los días desde su casa al teatro, la joven e introvertida Misaki Watari. Tanto el proceso creativo como los viajes cotidianos en su Saab 900 rojo lo llevarán al descubrimiento de su propia humanidad y de quienes lo rodean, además de nuevas vías de interacción y quizás, el camino definitivo hacia la sanación.

La ganadora del Premio Oscar 2022 a la Mejor Película Extranjera, además del galardón a Mejor Guion en el Festival de Cannes 2021, ve su génesis en el cuento homónimo de Haruki Murakami. Su director Ryūsuke Hamaguchi crea entonces su proyecto desde el mundo de la literatura, de los diálogos en bruto, de la palabra escrita y oral como expresión máxima de la emocionalidad humana. Esto lo entrecruza con la dramaturgia de Chéjov, creando un metalenguaje que genera diversas capas de narración, todas unidas entre sí de manera natural. Esta idea base se canaliza a través del proceso creativo del protagonista, quien deconstruye su propia historia al construir su versión de Tío Vania. Así, en su calidad intrínsecamente audiovisual, Drive my car se entrega de lleno al arte de la narración, la pasión por la historia oral pero también la palabra escrita que se lee en voz alta, los diálogos no solo en su contenido, sino en su forma sonora e incluso física, con la inclusión de actores de diversas nacionalidades e idiomas, entre ellos una actriz sordomuda que actúa en lenguaje de señas. La película indaga en todas las formas de comunicación posible entre seres humanos, que, aunque vengan de distintos orígenes o contextos, se encuentran y se reconocen en sus vivencias, sus miedos y por sobre todo su dolor.

La exploración individual del protagonista, ese dolor que se contrapone a la necesidad de seguir viviendo, se funde entonces con la colectiva, al crear diversos micro mundos en los que se mueve: las audiciones, la sala de ensayo, la puesta en escena del teatro, los espacios íntimos de quienes lo rodean. En especial, en la cabina de su auto, que antes era para él un santuario de introspección y soledad, y ahora se transforma en un espacio compartido, un in crescendo de intimidad entre Kafuku y la conductora que se vuelve espejo y aprendizaje. Mientras recorre el mismo camino día a día, escuchando sin parar el casete donde su difunta esposa narra los diálogos de la obra de Chéjov, la vida se vuelve una visión desde la ventanilla, con sus encuadres forzado, el paso de las imágenes en movimiento, el avance de las ruedas que decide la velocidad con que se aprecia el mundo allá afuera.

Así como las ventanillas de un auto escogen el fragmento por el cuál miramos la vida en movimiento, el cine de Hamaguchi nos insta a observar el mundo desde su propio encuadre. A enfocarnos en la sonoridad del lenguaje, en los cientos de mensajes simultáneos que se repliegan acompañando a la imagen y que avanzan en todas las direcciones, en las relaciones humanas que se construyen en este cruce de experiencias, idiomas, historias, miedos e ilusiones.

Aunque pueda parecer profundamente melancólica, o incluso pesimista, Drive my car se mueve hacia la luz. El hecho de que se desarrolle en Hiroshima, con toda la carga que esta ciudad representa, habla no solo de una herida abierta, como la de Kafuku y los demás personajes, sino también de un lugar resiliente, que se repuso de una inmensa tragedia y sigue luchando por sobrevivir, por crear nuevas historias, recorrer nuevos senderos, generar futuro. Entonces, Hiroshima y sus carreteras se transforman en un reflejo de los personajes, que, a pesar de su aparente quietud y dolor inmovilizante, siguen en movimiento, con la confianza en que puede haber luz al final del túnel.

Al final, Drive my car representa también el espíritu del cine japonés que, a pesar de su inherente parsimonia, es osado en cuanto a explorar las diversas formas de narrar, extendiendo sin miedo su interés en los procesos humanos, llevando hasta el límite los silencios, los tiempos muertos, las miradas e incluso la incomodidad. Pero al mismo tiempo, es un cine que nos habla sobre los ciclos, las estaciones y sus cambios de forma y fondo, las personas que evolucionan y que encuentran siempre nuevos caminos, aunque recorran todos los días el mismo trayecto de ida y vuelta.

Título original: Doraibu mai kâ
Dirección: Ryûsuke Hamaguchi
Guion: Ryûsuke Hamaguchi, Takamasa Oe. Historia: Haruki Murakami
Música: Eiko Ishibashi
Fotografía: Hidetoshi Shinomiya
Reparto: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Sonia Yuan, Satoko Abe, Masaki Okada, Perry Dizon, Ahn Hwitae
Productora: Bitters End, C&I Entertainment, Culture Entertainment, Asahi Shimbun. Distribuidora: Bitters End, The Match Factory
País: Japón
Año: 2021
Duración: 179 minutos
En cartelera en Centro Arte Alameda, Arturo Prat 33 (metro Universidad de Chile)

 

 

 

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