Por César Farah
Los acontecimientos de carácter cotidiano y la representación idiosincrática como lugar de discusión en torno a las relaciones sociales tiene, como se sabe, larga data en el arte y, sin duda, en el teatro. En cierto sentido, podría decirse que toda la historia del teatro se ha movilizado en esa esfera de reflexión, la diferencia se encuentra más bien (como no, es arte de lo que hablamos) en la forma que adopta la representación de este cuestionamiento, es decir, desde la tragedia en su inspiración ética política, pasando por el realismo decimonónico y la instalación de la burguesía revolucionaria de aquellos tiempos con una nueva moral modernista, hasta el teatro performativo (lo cual nunca deja de ser un nombre raro, pues todo el teatro es performativo) con su herencia romántica y vanguardista que, a diferencia de sus originarios padres, se moviliza desde la lógica cultural del tardo capitalismo.
En esta arena cultural de tan larga data, entonces, diversos modos de constituir las puestas en escena manifiestan el interés por lo cotidiano, por lo anónimo, por aquello que sin ser épico, manifiesta un sentido de lo social.
Posiblemente, en esta línea de producción escénica, se encuentra la obra La Banca que por estos días sostiene cartelera en teatro Mori Vitacura.
La obra expone la campaña de un equipo –con el notable nombre de Los tigres del Yeco- a través de tres jugadores que permanecen en la banca durante la temporada, de esta manera, vemos a través de todo el montaje, la mirada de los forzosamente exiliados, de aquellos que han quedado en la periferia del juego y, por tanto, de esa unidad microsocial. En un formato tradicional, pero astuto para la organización de una historia y un conflicto, podemos ver a dos jugadores veteranos, incluso antiguas estrellas, que reciben a un novato… en la banca.
En este sentido, la dirección de Claudio Arredondo es eficiente y bien pensada, puesto que articula la escena a partir de hitos diversos, confluyendo en un montaje de carácter episódico, tributando a la necesidad de una audiencia que complete las acciones, la historia y el sentido del montaje, exigiendo incluso, terminar la obra al público, de hecho, se trata de un montaje que solo se cierra al salir del teatro, puesto que requiere cerrar los problemas e historias expuestas a los asistentes, una vez concluido el espectáculo.
La dramaturgia de Rodrigo Muñoz es parte fundamental de este proceso, consigue instalar un mundo y personajes rápidamente, en cierto sentido, propone lo normalizado y cotidiano, así como lo invisibilizado de las prácticas sociales (en este caso el ejemplo es el fútbol) como un modo de re-conocernos colectivamente y también desde el extrañamiento, que es, probablemente, lo más interesante de la dramaturgia, en la medida que el texto logra, al menos a momentos, sorprendernos y expatriarnos de lo normalizado.
El diseño e iluminación a cargo de Cristian Mayorga, dialogan muy bien con esta idea de montaje, suman diversas atmósferas, solucionan los cambios escénicos y materializan (junto a las actuaciones) las necesidades textuales y direccionales del trabajo, se trata, una vez más, de la eficiencia puesta al servicio de lo escénico; en esta misma línea, la música de Patricio González funciona en la misma lógica, no se superpone nunca a la escena, acompaña las acciones y paisajes emocionales de la misma, constituyendo una completación del montaje, así, la obra se juega –inteligentemente a mi modo de ver- al viejo concepto de “menos es más”, cosa que funciona muy bien en este caso.
Para lograr que este “menos es más” funcione realmente, se requiere de actuaciones a la altura y, es justo decirlo, es aquí donde se sostiene una de las bases más potentes de la obra.
Etienne Bonbenrieth organiza su personaje sólidamente, configurando cada texto con diversas tensiones y distensiones emotivas, según requiera la acción dramática y movilizando las diversas inquietudes del mismo, según como interactúa con los otros personajes. Clemente Rodríguez, con astucia escénica, sigue a sus compañeros y devuelve con competencia la energía que estos le lanzan, se trata de un actor más joven, pero que logra matizar y sostener la escena muy eficazmente. Claudio Castellón, por su parte, levanta un trabajo notable. Formula su personaje con un trabajo corporal que entrega verdad escénica, modula los textos exponiendo diversas emotividades a lo largo de la obra, de forma que nunca mecaniza a su personaje y, como en otras ocasiones, encanta permanentemente, sin dejar de seguir la acción, tributando generosamente al total del montaje.
La Banca es una obra que vale la pena ver, que se constituye formalmente en una lógica sintética y amigable, pero no por ello simplista, este punto es interesante porque, al final del día, la discusión del “teatro artístico” y el “teatro comercial” parece ya vieja y sin sentido, mucho me temo que quienes buscan esta distinción tan radicalmente, más bien pretenden validar su trabajo devaluando el ajeno o, aún no parecen comprender que la historia del arte y del teatro está llena de genios que fueron “comerciales” (para puristas, solo en este momento pienso en Plauto, Lope de Vega, Calderón, Shakespeare por supuesto, Chéjov, Ibsen), lo cual viene a demostrar, históricamente, que algunos de nuestros hoy grandes autores, tuvieron un estatuto muy diverso al de los artistas hoy, también estaban más vinculado a su sociedad y, sobre todo, poseían una autopercepción más humilde.
Ficha artística
Título: La Banca
Dramaturgia: Rodrigo Muñoz
Dirección: Claudio Arredondo
Elenco: Etienne Bobenrieth, Claudio Castellón y Clemente Rodríguez
Producción: Alejandra Arredondo
Música: Patricio González
Diseño escenográfico y luces: Cristian Mayorga
Técnico: Nicolás Pérez
Prensa: Claudia Palominos
Teatro Mori de Vitacura, Bicentenario 3800, Vitacura.
16 de junio al 6 de agosto.
Jueves 16, 20:30 h., viernes 17 y sábado 18, 21:30 horas. Desde 13 de junio, de jueves a sábado, 20:30 horas.