Crítica de Teatro
Por Jorge Letelier
La fuerza radical con que Crimen y Castigo nos sitúa en los vértices de la experiencia humana –entendiéndola como la entrada a un mundo en permanente inestabilidad- es una de las razones que la ha hecho tan furiosamente atemporal: es la tensión inherente entre un entorno hostil, injusto e incomprensible frente a la necesidad de liberarse de ello con un grito, un puño o en el caso de Raskólnikov, un hacha.
En ese tránsito entre el acto destructor y la culpa, en el dilema ético entre el crimen como un simple acto delictual o un ejemplo de autoafirmación intelectual, Dostoievski anticipó el devenir del hombre contemporáneo en el Siglo XX como presagio de un camino de racionalidad que, paradójicamente, ha justificado la irracionalidad de la condición humana.
Novela de profundas implicaciones sicológicas, políticas y filosóficas, puede resultar un ejercicio demasiado ambicioso resumir su enorme densidad a una puesta en escena, y por ello que uno de los principales atractivos de esta adaptación presentada en el Teatro Finis Terrae del prolífico dramaturgo Marco Antonio de la Parra y dirigida por Francisco Krebs, consiste en situarnos en la génesis de aquella experiencia trágica, en el razonamiento confuso y culposo que posibilita –o justifica- un asesinato como un acto individual.
Esta opción por ubicar el relato desde la pesquisa criminal lo hace accesible y actual. Más aún si los cruces que establece De la Parra con series como True detective y la estructura de relatos policiales del tipo Raymond Chandler sean la forma de hacerla “pop”. La historia se narra en torno a tres personajes: el citado Raskólnikov (Rafael Contreras), autor del doble crimen de una anciana prestamista y su hermana, la prostituta Sonya (Paula Bravo) y el inspector Petrovich (Karim Lela).
En términos narrativos, se trata de sucesivas entrevistas en que Petrovich va estrechando el cerco hasta llegar al corazón de Raskólnikov, para escudriñar por qué cometió el crimen. Y lo hace a través de preguntas sobre la naturaleza humana y lo que hace a los hombres distintos entre sí. Las conversaciones son tangenciales, exploratorias, entre dos intelectos superiores en torno a la teoría esgrimida por el asesino, de separar a los hombres “extraordinarios” de los hombres comunes, o de aquellos que están destinados a liderar las masas hacia el progreso y el conocimiento y que por ello, pueden “salvar ciertos obstáculos” para avanzar, como sería el realizar un crimen.
El delirio mesiánico de Raskólnikov tiene un anclaje en el mundo real en la figura de Sonya, una prostituta a la que ayuda y que es el símbolo del sinsentido de la injusticia que el protagonista elabora como bandera de lucha y que se gatilla con la muerte en la vía pública de su padre, un antiguo funcionario público abatido por el alcohol.
La tragedia de Raskólnikov radica en la comprensión de que su crimen no es un acto de superioridad de los “hombres extraordinarios” que le da sentido a la evolución humana, sino que un terrible error al haber asesinado a una mujer inocente que lo expone a la vulnerabilidad de la imperfección, provocando un sentimiento de culpa y un delirio paranoico que permite al perspicaz Petrovich ir escudriñando en su afiebrada mente.
Uno de los aciertos del montaje es realizar una puesta en escena casi minimalista donde las ideas visuales se reducen a un par de líneas generales que tienen la suficiente potencia para generar un efecto hipnótico: la crudeza del invierno moscovita representado en la nieve como escenario del extravío moral que aqueja a su protagonista, o el espacio central, despojado, limpio y deshumanizado en que los personajes se interrelacionan, y donde solo una mancha de sangre revela la brutalidad del crimen. Este diseño perfectamente simétrico y de líneas contemporáneas tiene la virtud de generar un efecto contrapuesto con el torrente dramático del texto, y de separar escénicamente el ambiente interior del exterior como dos ambientes irreconciliables.
Si bien el trabajo de síntesis es encomiable, se aprecia por momentos pesado y poco clara su relación con los referentes actuales. Su mayor atractivo es eminentemente visual: el trabajo escenográfico y de iluminación instala la profunda tragedia del hombre enfrentado a sus incertidumbres más profundas, con zonas oscuras que se revelan monstruosas y que a través de sugerentes ideas instala el feble equilibrio de la condición humana.

“Crimen” es un intento que sigue el camino de este montaje anterior de generar desde un texto muy presente y de gran peso dramático, una respuesta escénica con autonomía de ideas, a veces artificiosas, a veces abstractas, pero que tiene una sugerente potencia expresiva.
Crimen
Dramaturgia: Marco Antonio de la Parra
Dirección: Francisco Krebs
Elenco: Paula Bravo, Karim Lela, Rafael Contreras
Diseño de escenografía: Pablo de la Fuente
Diseño de vestuario: Nicole Salgado
Diseño iluminación: Yury Canales
Música: Alejandro Miranda
Diseño gráfico: Javier Pañella
Producción: Alessandra Massardo