Crítica de cine “1976”: Una potente fotografía en movimiento

Por Javiera Hojman

La película 1976 es de las mejores producciones chilenas que nos ha traído este 2022. Entre las buenísimas actuaciones, la muy interesante fotografía y las decisiones de guion, se trata de un drama de fácil acceso, que permite al espectador empatizar con el miedo. Se nos muestra un retrato de la clase alta santiaguina de ese tiempo, que transcurre en su casa de veraneo en la quinta región, y en que las ropas, las comidas y las conversaciones suenan conocidas. Manuela Martelli acierta en la representación de lo cotidiano para generar familiaridad, para hacer sentir al público que está viendo la historia de personas conocidas.

Carmen (Aline Kuppenheim) es la protagonista, una mujer de clase alta que estuvo en la cruz roja años atrás. Católica, fumadora, consumidora de pastillas sedantes, y observadora relativamente distante de la situación del país, Carmen es amiga del cura de la ciudad, y por solicitud suya, ayuda a un joven revolucionario que tiene una herida de bala y a quien están buscando los militares. En el proceso de recuperación ella aprende del miedo a la tortura, de la sensación de estar constantemente bajo vigilancia, de las amenazas; todo esto en el marco de las celebraciones del cumpleaños de su nieta, las comidas familiares y las tareas domésticas y cotidianas.

Hay dos grandes simbolismos en 1976 que la llevan de un drama histórico a una reflexión estética: los zapatos y las ventanas. La película empieza con un salto directo a los 70’s, con la protagonista eligiendo pintura para su casa basándose en los paisajes de un libro. Se escucha el grito de una mujer llevada por los militares, que distrae por un segundo a Carmen y al vendedor, y nos llevan a un primer plano de los elegantes y caros zapatos a los que les caen tres gotas de pintura. Saliendo de la tienda, Carmen ve el zapato viejo de la mujer a la que arrestaron. Desde ahí nos ponen una serie de primeros planos de calzados, con manchas de pintura, con taco, zapatos de niños donados a la iglesia, zapatos rotos del joven revolucionario, zapatos recién comprados, que no son solo prendas sino lugares en que los personajes se paran en el esquema político y social del país.

Es interesante también el uso de las ventanas levemente sucias a través de las que vemos las conversaciones entre distintos personajes. A pesar de que las interacciones están ahí, a nuestro alcance, las vemos con cierta distancia, como si no tuviéramos acceso total a la realidad. Vemos a Carmen a través de la ventana de su casa, ella ve al maestro que construye desde la ventana hacia el living, miramos desde la ventana del auto con miedo a que estén vigilando. Nos están mostrando que, si bien la protagonista se acerca a esta realidad que le es ajena, no entra del todo, sino que la observa desde su privilegio, su familia bien compuesta que no ha sido golpeada por la dictadura y para la que todo lo que ocurre en el entorno es anecdótico. Ella ve, pero no es parte.

Siendo la evidente protagonista, no es raro que Carmen sea el único personaje en que se ve una evolución a lo largo de la historia. Los otros personajes -su esposo Miguel, sus hijos, el cura de la iglesia, el joven revolucionario- son más bien unidimensionales, tienen una función, que es la de mover los hilos de la protagonista y llevarla a las emociones a las que nos quieren guiar. Hay insinuaciones de otras historias, de otros conflictos, pero parecen tener la misma función que las conversaciones cotidianas: mostrarnos que la historia política es una arista más dentro de la vida familiar cómoda y llena de complejidades que tienen los personajes.

Cuesta ver, en un principio, desde dónde surgen las decisiones de la mujer: ¿está ayudando por caridad? ¿Solidaridad? ¿Culpa de clase? ¿Auténtico convencimiento político?, y con el avance de la película se nos hace evidente que el motor que guía sus acciones pasa a ser el miedo. Y es justo en ese punto que la película destaca frente a tantas otras historias de dictadura: la brillante actuación de Aline Kuppenheim, la música que genera suspenso constante, las decisiones estéticas desde las que se nos oculta información, hacen al espectador partícipe del miedo de la protagonista.

Todas las conversaciones son tensas porque existe el riesgo de que la descubran, todas las personas se ven sospechosas, todas las noticias son angustiantes. La estética de la película es muy fiel a la época que representa, las actuaciones y el guion permiten empatizar con los personajes representados, y yo, como público, viví el filme con una sensación constante de ansiedad y de paranoia. Eso es lo que compone una buena película de drama y de suspenso, y lo que indudablemente logró Manuela Martelli.

Ficha Técnica

Título original: 1976

Directora: Manuela Martelli

Plataforma: Cinépolis

Estreno: 6 de octubre

Producción: Cinestación, Magma Cine, Wood Producciones

Duración: 95 minutos

Elenco: Aline Kuppenheim, Alejandro Goic, Nicolás Sepúlveda, Hugo Medina

País: Chile

Distribución: Market Chile

 

 

 

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