Por Javiera Hojman
Al comenzar la película El niño del Plomo, se explica la premisa en un texto narrativo frente a una pantalla negra: dos mineros encontraron el cadáver de un niño en el cerro El Plomo, en 1954, lo desenterraron y lo trajeron de vuelta a Santiago, “dejando a la montaña sin su tributo sagrado”. Este niño había sido parte de un sacrificio inca 500 años atrás, y su cuerpo en este momento, está expuesto en el Museo Nacional de la Historia Natural de Chile. La historia es real, está recopilada en un libro escrito por uno de los trabajadores, y es utilizada como base para la historia que nos proponen en este filme: el viaje de Scarlett y Mateo por ese mismo cerro, en la actualidad.
Scarlett y Mateo empiezan el recorrido en la ciudad y eventualmente llegan a este cerro con el que ambos sienten una conexión extraña. Él es un niño y ella su nana, ella está a cargo de cuidarlo, y él le pide que sigan escalando a pesar de que Scarlett está cansada, porque se siente “llamado” por la montaña. Esta historia se va intercalando con textos escritos a mano, sacados del diario del trabajador que encontró al niño inca casi 70 años atrás, que empiezan con el inicio del ascenso a la montaña y terminan con el descubrimiento de este cuerpo. A partir de esta premisa, del paralelo entre ambos viajes, entre ambos niños y entre ambos paisajes, la película tenía muchísimo potencial, pero quedó bastante corta al momento de generar un narración atractiva.
Los primeros diez minutos de la película, que se sienten como si fueran 90, son de una eterna secuencia de viaje, con una cámara borrosa, muchas imágenes de micros, primeros planos a las ventanas, la basura, las cosas que son parte típica de todo viaje por la ciudad. Eso podría haber funcionado bien por un par de minutos, pero el exceso hace que el comienzo de la película sea extremadamente tedioso. Lo mismo pasa con las tomas de la montaña que, si bien son indiscutiblemente hermosas, también son demasiado largas. Queda claro que son lugares diferentes, hay un contraste bellamente reflejado, hay una poesía muy interesante en la suciedad del cerro y la de la micro, pero eso lo entendimos en los primeros segundos y el resto solamente es confiar con que la trama avance eventualmente.
El suspenso queda opacado por las escenas demasiado lentas y demasiado largas. La música ayuda en algunos momentos, y hay un muy acertado uso del recurso de las respiraciones aceleradas y las miradas de miedo y de angustia de los actores. Dejando esas herramientas de lado, en general el objetivo de mantener el ambiente de misterio no se cumple muy bien. Optaron por utilizar transiciones suaves para mostrar los paisajes y las escenas largas de viaje, e imágenes y silencios de golpe para los momentos con acción y suspenso. No funcionó: la trama permitía un mucho mejor manejo del misterio, pero las decisiones técnicas hacen que el filme quede en una secuencia gráfica bonita, pero muy aburrida.
La premisa es excelente. La idea es creativa, novedosa, la intención de generar una película de misterio con cosas tan propiamente chilenas y emotivas hace que la historia empiece desde un buen lugar. La realización, lamentablemente, es mediocre. Si se recortan las escenas tediosas e innecesarias y solamente nos quedamos con los fragmentos en que se rescata este mito terrorífico del niño en el cerro, hay material suficiente para un muy potente corto, pero con todos los adornos que tiene, la película queda como una larga recopilación de imágenes sin contenido con una breve y simpática historia de fondo, totalmente opacada por el abuso de los recursos visuales tan artísticos como cansadores.
Ficha técnica
Título original: El niño del plomo
Director: Daniel Dávila
Estreno: 2022
Producción: Kiné-Imágenes Producciones
Duración: 77 minutos
Elenco: Daniela del Pino, Mateo del Sante
País: Chile