Por Fernando Arabuena
Eran las 5:00 am cuando pasé por David Hevia (1971) a una céntrica calle de Santiago; y si bien por esos días venía de un arduo debate junto a las autoridades nacionales en torno a la redacción de tres proyectos legislativos: la reforma a la Ley del Libro, la Ley de Financiamiento de la Cultura y la Ley de Trabajo Cultural Decente; me esperaba puntual para dar en Cauquenes la primera charla sobre Luis Omar Cáceres y la generación del 38, enmarcada en el homenaje La quinta medianoche de julio.
El viaje fue largo. La noche anterior el presidente de la SECH había estado redactando hasta tarde la legendaria Gaceta Alerce, que tras décadas fuera rescatada y reeditada por él en 2014, convirtiéndose en su editor responsable.
Me habló de los griegos, de poesía y de la democratización de la cultura; una conversación inagotable y lúcida que dejaba ver ese ánimo inquieto que busca posicionar a la SECH a nivel nacional como interlocutora fundamental ante otras organizaciones y ante el Estado en el ámbito de las políticas públicas de cultura; trabajo que dio como resultado el compromiso público de parte del Presidente de la República para restablecer la anualidad del Premio Nacional de Literatura, y la necesidad de restituir la participación de la SECH en el jurado, entre otros.
Y este afán inagotable se muestra en su perfil: presidente de la Sociedad de Escritoras y Escritores de Chile, poeta y ensayista con estudios de posgrado en Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y Universidad de Santiago; director nacional de las Gacetas Léucade y Alerce y del programa radial Barco de Papel. Autor de los poemarios Historia de la desnudez (2011), Anoche el día (2015) y La canción del amor (2018), este último dedicado a Gladys Marín. El año 2007 pronunció ante el Congreso Internacional de Semiótica la conferencia Cómo muerde la poesía, donde aborda la arista antropológica del verso: en esa concepción es posible hallar pistas para seguir La belleza como demostración (2013), Estética (2019) y La Luna y las pléyades (2021), traducción que recupera la musicalidad de los textos de Safo, rescatando la dimensión de género y las reflexiones protofilosóficas de la poeta. Entre otros reconocimientos, David Hevia ha obtenido el primer lugar en los certámenes Artecien (1990), Juegos Florales de Valparaíso (1991), Juegos Florales de Santiago (1992), Safo (2011), Medalla Bicentenario (2016), Juegos Florales de Bruselas (2017) y el Premio al Patrimonio Literario y Cultural de Chile (2022).
¿Nos puedes hablar de las circunstancias que vinculan tu poesía y el compromiso con la democratización de la cultura?
En realidad, la poesía es un compromiso. Vivimos en un mundo complejo, cuya élite, con tal de privarnos de todo, intenta convencernos de aspirar solo al símbolo, a la etérea cultura de la visualidad. De hecho, ya hay quienes creen que la poesía es algo que se escribe, o una especie de inspirada ocurrencia frente al computador. Sin embargo, la poesía es poiesis (ποίησις), acción creadora, y no mera representación. La poesía interviene en la realidad porque es realidad, y en ese sentido es importante subrayar la cultura oral de la que procede, muy alejada de esa idea actual que pretende reducir la palabra a la condición de registro. El verso surca el aire a partir de una concepción musical en la cual ritmo, melodía y armonía irrumpen en un contexto social en el cual las palabras ya estaban antes de nosotros, y donde la cadencia de ese flujo declamado, compartido por los oyentes, deviene con ellos en proceso coral, aportando así a la construcción comunitaria. Yo tenía quince años, en plena dictadura, cuando abracé la poesía como una militancia, como un abrazo al trabajo creador, y eso desde luego entraña una responsabilidad. A mí no me gusta ese discurso tan en boga en el cual alguien dice «esta idea es mía» y luego otros aplauden esa supuesta «originalidad». Esa idea de apropiación es una trampa, y en todo caso un espejismo. El pensamiento es social, y esas ideas que alguien considera suyas son fruto de un diálogo, de un aprendizaje colectivo que involucra a generaciones y generaciones. Las sociedades de dominación y su industria mediática han contribuido a una atomización de la realidad que es necesario revertir si en verdad nos importa compartir. ¿Qué poesía puede ser esa que trata de abrirse paso a codazos, mientras día a día se priva a la humanidad del acto mismo de participar en la cultura o de estar abrigado frente al frío? Eso no es poesía, sino el más egoísta diálogo de sordos. De eso ya hay bastante. Hay ese exitismo demencial en la que alguien calcula cuántos ejemplares ha vendido en una sociedad que ya no entiende lo que lee porque, privada de todo, debe luchar por sobrevivir. La poesía, en cambio, es una lucha fundada en el deseo de justicia, es decir, en ese concepto que tomamos prestado de la armonía, de los procedimientos de la naturaleza: que el verso sea, entonces, la bella contienda de la vida.
¿Qué te movió a traducir a Safo del griego arcaico, y cuál es la coyuntura en la que la enmarcas hoy en día?
Los escasos poemas y fragmentos de la poeta que sobrevivieron y llegaron hasta nosotros, 2.600 años después, constituyen una de las más bellas obras de la inteligencia humana que conocemos. Sin embargo, esos textos han sido objeto de un nivel de especulación irresponsable, al punto que hay editoriales que sencillamente inventaron pasajes completos a la autora, tergiversando el sentido de sus poemas según pautas de gusto masivo. Eso es lo primero que me interesaba corregir. Pero yo tenía en esa iniciativa un interés más de fondo, que era rescatar el ritmo, la métrica y los golpes acentuales dados por Safo a sus versos, de manera tal de recuperar la musicalidad de la obra, pues es en esa armonización donde encontramos el verdadero sentido de su trabajo creativo. Eso no se había hecho y fue para mí un objetivo central. Por otra parte, mi interés en las luchas de género iba a encontrar en la poeta una fuente de peso. Me di cuenta del alto calibre de las reflexiones protofilosóficas que recorren la obra de Safo, que muestran cómo ella dominaba conceptos que dos siglos y medio después serán esenciales a la dialéctica antigua, y que explican en buena medida por qué los pensadores antiguos, incluido Aristóteles, la citaron tanto. La vigencia de Safo hoy es enorme, tanto por el influjo que sigue ejerciendo la belleza quirúrgica de su estilo a las letras, como porque aporta fundamento histórico y teórico a las luchas que hay que librar en materia de género.
David ¿El quehacer poético y la democratización del conocimiento y las artes podrán algún día salir de la precariedad y los esfuerzos invisibilizados?
Es posible, y, sobre todo, necesario. Es posible en la medida en que quienes dicen ser poetas guarden el espejo o lo quiebren y asuman su responsabilidad en la transformación social. Si miras la historia de la humanidad, desde la época arcaica hasta la fecha, es impresionante constatar el paralelo que hay entre la progresiva brecha social y la abismante concentración del conocimiento en poquísimas manos. Hoy la institucionalidad analfabetiza a la población y convierte la lectura en una práctica inexistente. Pero cuando hago el paralelo entre injusticia e ignorancia no me refiero simplemente a que la primera sea causa de la segunda, sino también a que si no somos capaces de formarnos, carecemos completamente de la posibilidad de realizar los grandes cambios a los que aspiramos. Es verdad que a la institucionalidad solo le interesa el arte y la cultura en cuanto espectáculo o instrumento de dominación; sin embargo, la pregunta sigue siendo qué hacemos nosotros como colectivo humano para revertir ese régimen. Desde la SECH, por ejemplo, hemos creado en 2022 la Escuela Nacional de Escritoras y Escritores, que contribuye de manera gratuita a la formación literaria, tanto de quienes ya tienen obra publicada, como de aquellos ciudadanos que quieren dar sus primeros pasos en el ámbito de la escritura creativa. La experiencia ha sido enriquecedora y este año ofrecerá nuevos programas en los cuales inscribirse: cursos, talleres, seminarios y charlas.
¿Cuál es la postura de la SECH en el debate de los tres proyectos legislativos: la reforma a la Ley del Libro; la Ley de Financiamiento de la Cultura y la Ley de Trabajo Cultural Decente?
La SECH ha sido muy clara ante las autoridades sobre la necesidad de reformar la Ley del Libro y la Lectura con miras a incorporar el concepto de libro digital, pero, sobre todo, con el propósito de ampliar la red de bibliotecas a las que el Estado atiende a nivel nacional. Necesitamos llegar a los lugares más aislados del territorio, y ello implica, entre otras cosas, ampliar sustantivamente el número de obras que son objeto de compras públicas, incorporar a los escritores y trabajadores de la cultura en la definición de las obras a adquirir, garantizar los derechos de autor en la asimilación del libro digital, hacer asequible internet a la gran masa de estudiantes y personas humildes, porque en Chile la brecha digital es tan grande como la brecha de las desigualdades sociales. Por otra parte, apoyamos una Ley de Financiamiento de la Cultura porque consideramos que es necesario que el Estado garantice que determinados ámbitos estratégicos del presupuesto de cultura no queden sometidos al eterno vaivén del paso de una administración de gobierno a otra. Asimismo, buscamos y aportamos para que se haga realidad una Ley de Trabajo Cultural Decente, que garantice a quienes dependen laboralmente de ese sector contrato, previsión, jubilación, salud, derecho a vacaciones, etc., porque lo que tenemos hoy es a decenas de miles de personas convertidas en temporeras de la cultura; la gente necesita cubrir siempre sus necesidades, y no solo a veces. La pandemia dejó mucho más al descubierto la precaria situación que enfrentan en ese sentido los trabajadores de la cultura.
En agosto pasado, entre una ajetreada agenda con autoridades legislativas nacionales, te hiciste el tiempo para dar la primera Charla magistral Luis Omar Cáceres y la Generación del 38. ¿Qué piensas sobre el trabajo en regiones?
A mí me parece que el trabajo en el territorio es precisamente lo que da sentido a la vida cultural del país. Por eso es que cuando decidimos impulsar la descentralización del quehacer cotidiano de la SECH hablábamos de algo real y no de ese bello discurso que se escucha a veces. Pusimos manos a la obra e impulsamos la mayor articulación de los escritores en diversos lugares, y es así que creamos en estos meses tres nuevas filiales: Curicó, Colchagua y Valparaíso, es decir, tres experiencias concretas que aportan a la construcción del tejido social y cultural del país. Asimismo, nos hemos preocupado de apoyar el hermoso trabajo del que la institucionalidad suele olvidarse: hemos respaldado presencialmente el quehacer literario y cultural en localidades pequeñas y grandes. En ese marco es que, efectivamente, me pareció muy relevante compartir con la ciudadanía en general y con los estudiantes de Cauquenes, tierra natal del gran poeta Luis Omar Cáceres. Me pareció fundamental exponer allí sobre un autor como él, no solo por la notable estatura y calidad de su obra, sino también con el propósito de reivindicar el papel gravitante que sus escritos tienen tanto en el contexto de la Generación del 38 como en el desarrollo de la historia de las vanguardias literarias que tuvo este país. Ese rescate de la memoria es imprescindible para la comprensión de la marcha estética de los procesos creativos de hoy.
La SECH sale hacia las zonas de emergencia, visitando albergues para llevar libros a quienes lo han perdido todo con los incendios. Háblanos de esta gestión, y sobre la palabra y la acción.
Efectivamente, cuando hablamos de urgencias, como la vivida a raíz de los incendios en el sur del país, desde luego lo fundamental es salvar vidas, sofocar las llamas y satisfacer las necesidades de quienes lo han perdido todo. Hablamos de la necesidad de pan, abrigo y techo, desde luego. Sin embargo, el acceso a la cultura también es una necesidad. Hay que pensar en los niños y adultos que pasan meses en un albergue, en la más completa incertidumbre. Por eso, entre otras cosas, para esa situación concreta nos propusimos llevar una donación importante de libros nuevos, de lectura de obras clásicas, tanto para los niños, como para sus padres. En esa tarea de dar contenido a la ayuda trabajé estrechamente con el presidente de la Filial Ñuble de la SECH, Luis Contreras. Con él desplegamos un trabajo que nos permitió cruzar el cinturón de fuego y humo para entregar el material bibliográfico en albergues de las zonas afectadas. Para ello contamos con la generosa ayuda de la Seremi de las Culturas, Scarlett Hidalgo, así como de los encargados de dichos refugios y de pobladores. Es importante reunir en un solo nudo las palabras decir y hacer. Hay que estar, y no solo para las emergencias. Hemos apoyado presencialmente las más diversas actividades literarias y culturales de cada localidad, desde charlas hasta ferias del libro; hemos estado en territorios como Canela, Monte Patria, Vicuña, Ovalle, Quilpué, Curicó, San Fernando, San Javier, etcétera, más allá del quehacer que realizamos en Coquimbo, La Serena, Valparaíso, Viña del Mar, Santiago, Rancagua, Concepción, Valdivia y otras urbes. Hemos puesto el hombro, en lo que nos convoca, a iniciativas como las masivas jornadas literarias que organiza la Filial Iquique de la SECH, presidida por Alberto Díaz, entre muchas actividades que podríamos mencionar. Pero también hemos abierto un espacio importante de trabajo ante el Estado y sus poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, pues queremos avanzar y aportar en materia de política pública, y porque solo dando vida a la organización de la cultura se desarrolla la idea de comunidad y de país.
David, ¿con qué poema tuyo despedirías esta entrevista?
Mester de arquería
Cada vez que el hambre deviene saetas,
puede el animal arquear a un hombre.
Vestido de bosque, del río discípulo,
el joven flechero se introduce al árbol
calzando sus dedos en siglos de anillos
si la astilla ensaya, para desangrarse,
el modo de unir a animal y hombre.
Letrado preámbulo de compás a tiro:
Herida la fiera, hereda la cuerda
el taller de dardos, su tañer sombrío,
tendones veloces que arroja la fuga
con la empuñadura en el hambre pétrea…
… Y hace el animal mejor puntería
en la muda boca cuando arriba al hombre
que la terca mano acechando al bosque.
Vestido de fiera, el joven flechero
introduce siglos calzando en el río
saetas y anillos, para desangrarse
y arrimarse al grito que astilla otra boca,
que ensaya en los dedos el modo de unir
la herida que hereda y la fuga pétrea
en la inmensidad de cada animal,
en la soledad del bosque y del hombre.