Crítica de cine “Minamata”: La vida es imperfección

Por Marcelo Ruggeroni Llano

Cuando la propuesta visual de una película no acompaña las emociones reflejadas en pantalla, difícilmente el espectador podrá empatizar con los personajes que las están viviendo. Esto sucede principalmente por el tono que se busca establecer, ya que, por ejemplo, una historia de superhéroes tradicional, en la cual el protagonista debe hacerle frente a un enemigo tan poderoso como él para así salvar a la humanidad de la destrucción, buscará verse lo más épica y espectacular posible. Muchas cintas como estas se valen de explosiones, tomas en estudios controlados, y otros recursos de VFX para lograr ese look.

Minamata es una cinta dirigida por Andrew Levitas y protagonizada por Johnny Depp. La fotografía hollywoodense presente en ella es impecable y alérgica a las imperfecciones, contradice muchas veces el tono y el conflicto que se busca desarrollar. Si bien los hechos (reales, por cierto) transcurren durante la segunda mitad del siglo XX en plena crisis sanitaria en la ciudad japonesa de Minamata, donde hubo una multitud de envenenamientos por residuos de mercurio arrojados en el mar, la historia se centra sobre todo en el conflicto interno del protagonista, Eugene Smith, un fotógrafo estadounidense económicamente inestable y con deseos de retirarse, que debe ir a cubrir este incidente, dándose cuenta en este viaje que su relación con la fotografía es más fuerte de lo que pensaba.

Y es que el ser humano está lleno de contradicciones: las imperfecciones son parte de la vida misma, y a nivel narrativo la película está constantemente apoyándose en esa idea. De hecho, se hace referencia más de una vez al jazz, en alusión a la riqueza artística que producen las características disonancias del género, y a la improvisación imperante en la mayoría de los conciertos. “Sólo tenemos jazz”, le dice Eugene a uno de los niños afectados por el mercurio, mientras entrega su cámara y le explica que la única forma de aprender es cometiendo errores.

La personalidad fría y misántropa de Eugene se fragmenta una vez comienza a hacerse parte de la vida diaria de los habitantes de Minamata, conoce sus dolores y registra sus problemas. Por lo mismo, no acepta el dinero que le ofrece la compañía responsable de los residuos tóxicos para volver a su país, ya que después de preguntarse si vale la pena arriesgar su vida por el trabajo, entiende finalmente que la fotografía le da sentido a su existencia, y que tal como si de un arma anti-guerra se tratara, su cámara puede ayudar a salvar vidas, es decir, dejar constancia de los horrores que experimenta una población entera, y de esta forma hacerles justicia con ímpetu, por medio del reconocimiento público, para que así la sociedad pueda condenar a los culpables.

El disgusto por la visualidad del film permanece únicamente durante el primer acto, transcurrido en los Estados Unidos, el cual tiene como función presentar al protagonista, sus dolores y deseos, sus adicciones y personalidad. Los planos de estas escenas no arriesgan mucho en cómo se ven, a diferencia de cómo se deberían sentir.

Pero una vez el protagonista llega a Japón, esta sensación cambia: planos perfectamente simétricos, encuadres sencillos con objetos prácticos dentro de escena, y ángulos de cámara bajos dan cuenta de una exquisita referencia al cine nipón, presentando un guiño a Yasujiro Ozu, uno de los directores más influyentes de aquel país.

Además, por fin se hace presente el tratamiento documental que esta cinta estaba pidiendo a gritos. Recordemos que el protagonista es un fotoperiodista, por lo mismo la inclusión de escenas en blanco y negro para los momentos que recrean los hechos reales ocurridos durante aquella época, como por ejemplo las protestas, funcionan tan bien.

En cuanto a la dirección, lo mejor son las escenas de acción y alboroto, ya que Levitas logra acercar espectacularmente al espectador dentro del espacio entre los protestantes. Esto debido a su precisa colocación de cámara, a su acertada elección de lentes, y, por supuesto, al montaje rápido y dinámico que requiere la escena (que no deja de verse hollywoodense, pero funciona).

Así también las escenas en exterior están bien logradas: da gusto ver paisajes grabados en locaciones reales y en otros países lejanos al americano-centrismo (muchas escenas fueron grabadas en Japón y en Montenegro), y da gusto también que esta misma tendencia se replica en el uso del idioma original de los personajes. Muchas veces películas y series de habla inglesa omiten la existencia de otros idiomas además del inglés, resultando en unas pocas creíbles actuaciones de actores de habla inglesa interpretando a personajes extranjeros.

En el caso de Minamata, los personajes japoneses sí hablan japonés en todo momento (a excepción de los que saben comunicarse en inglés con Eugene), y además la película no pone subtítulos cuando este idioma es hablado, lo que se traduce en una experiencia más inmersiva, ya que como espectadores nos ponemos en la misma posición que el protagonista al no entender nada de lo que se dice dentro un territorio lejano y hostil.

Las actuaciones son uno de los puntos más fuertes de la película: son creíbles, convincentes y sobrias. Por el lado del protagonista, Johnny Depp sin duda logra hacerle un quite al histrionismo que caracteriza sus actuaciones más populares, como los roles de Willie Wonka en Charlie y la fábrica de chocolates, y Jack Sparrow en la saga de Piratas del Caribe, para así construir a un personaje más serio y maduro.

Si bien Minamata es una película que pretende ser profunda y conmovedora, no deja de sentirse como una película realizada, supervisada y controlada por directivos de una productora. La visión autoral casi no existe, y el lenguaje cinematográfico está lejos de ser percibido como un gran atrevimiento artístico. El montaje es conservador; muchos planos, muchos cortes, y presenta una banda sonora que si bien entona con el mood de la historia, peca en cometer uno de los vicios más recurrentes de la historia del séptimo arte: buscar potenciar una emoción a través de la música incidental.

Sin embargo, el guion es sólido, funciona bien como base de una película que no aspira a arriesgar tanto, y establece muy bien los conflictos, diálogos y actos desarrollados durante las casi dos horas que dura el filme. Johnny Depp encarna correctamente a un fotógrafo cuyos problemas personales (entre ellos un conflicto de paternidad en el cual no se profundiza tanto) lo han consumido casi totalmente, pero decide poner su profesión en función de un bien colectivo, permitiendo que, quien lo termine consumiendo finalmente, sea la propia fotografía.

Ficha Técnica

Título: Minamata

Duración: 115 min

Año de Estreno: 2023

País de origen: Estados Unidos

Director: Andrew Levitas

Reparto: Johnny Depp, Bill Nighy, Minami Hinase

Distribuidora: Cinecolor

 

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