Crítica de cine “Gran Avenida”: La despersonalización del individuo

Por Marcelo Ruggeroni

¿Tragicomedia o comedia negra? No importa realmente. Gran Avenida, película dirigida por Moisés Sepúlveda, funciona tanto como un retrato de los dramas más profundos vividos dentro de una urbe que cada vez es más hostil con sus habitantes, como también una sátira de esta, en la cual los problemas en la ciudad ocurren tan rápido como se solucionan.

Lo que importa realmente es la humanidad que reflejan los personajes de la película, representando al individuo con la complejidad propia del ser humano, cuyos vicios, valores y antivalores forman el corpus de nuestra personalidad, y de la vida misma.

Nuestras alegrías y dolores, traducidos en las decisiones que tomamos y los problemas que enfrentamos a diario son de nosotros y de nadie más. Cada persona es un mundo distinto, pues tenemos realidades, inquietudes, miedos y responsabilidades diferentes. De ahí yace nuestra riqueza única e individual.

Pero una vez salimos de nosotros mismos, nos damos cuenta de que existen otros individuos, cuyos mundos se juntan con los nuestros y así, independiente de la intensidad y cantidad de tiempo que estos permanezcan orbitando cerca, significará, tal como en la ficción, un desarrollo en nuestra forma de percibir y afrontar la vida. Las personas estamos en constante evolución, y nuestras experiencias en la vida forman arcos que desarrollan el canon de nuestra existencia misma. Desde niños pasamos por el arco del jardín infantil, del colegio, la universidad, el trabajo o la familia. Lo importante es saber que la interacción entre individuos hace avanzar nuestra propia historia personal.

Y es así como nuestra compleja singularidad va de la mano con la relación entre pares, llevada a cabo dentro de un espacio que no es para nada inherente a sus habitantes: la ciudad repleta de avenidas, grises edificios, amontonados cables e imperante violencia.

Gran Avenida centra su relato en dos protagonistas. El primero es Ronald, interpretado por Gabriel Cañas, un oficinista aburrido y con poca actitud, que cuando se entera de que la mamá de su hija se la llevará a otra ciudad a vivir, decide dar un último “paseo” con la pequeña. Por otra parte, está Josefina, representada por Paulina Giglio, una odontóloga sin pasión por su trabajo, que decide cambiar el rumbo de su vida para así cumplir el sueño de ser bailarina.

Ambos fueron compañeros de colegio, y ya de adultos, después de varios años sin verse, sus vidas no parecen tan distintas del todo. Los dos tienen problemas familiares y trabajos rutinarios. Al parecer, el concurso de baile que ganaron juntos en quinto básico fue una alegría momentánea no más, propia de una juventud inocente en la que no existían los problemas, los cabros chicos eran jóvenes promesas y no había cuentas que pagar ni crisis profesionales que enfrentar. Y a diferencia de otras películas que dividen su narrativa en el desarrollo de historias paralelas para así establecer su conexión en el final, Gran Avenida las conecta antes de la mitad, y sin más, las vuelve a separar, tal como Ronald y la Jo se separaron en la básica y no se volvieron a ver. Quizás, esta sí haya sido la despedida definitiva.

El personaje interpretado por Iván Parra, Camilo, es la representación humana de la ciudad corrosiva, metrópoli usurpadora de la identidad de los individuos, que absorbe la mente y corrompe las almas de todos aquellos que han quedado cegados por la maquinaria urbana y los placeres mundanos propios de un sistema que no deja ver más allá de las narices del esclavo moderno, el obrero de clase media, el jefe de turno. Él es el antagonista perfecto, ya que al entregar su vida al trabajo y a la familia que busca formar con Josefina, va absorbiendo los vicios más feos de la cruel ciudad, dañando a quienes lo rodean y alejando inclusive a su pareja.

Camilo, sin querer, termina siendo el malo en todos los conflictos que lo involucran. Con Josefina, por ejemplo, busca imperiosamente tener un hijo, pero ella sólo quiere cumplir su sueño e irse a vivir a Brasil. Para él, cuya vida es Santiago, le resulta inconcebible esta idea.

Cuando Ronald visita a Jo, el miedo latente que Camilo tiene hacia la delincuencia, deriva en una paranoica búsqueda de su celular, cerrando su casa bajo llave y permitiendo que nadie salga hasta encontrarlo. Finalmente, él lo tenía, pero obviamente su personalidad terca y narcisa le impidieron admitirlo. Ambos casos demuestran que Camilo es la ciudad misma, llena de miedos y vicios.

Esta película es un retrato popular de cierta parte de la clase trabajadora. Con “popular” no me refiero a la popularidad folclórica que muestran las teleseries nacionales, llena de carnaval e historias de superación, en donde la pobreza llega a ser tratada como un fenómeno monono y pintoresco. Con popular me refiero a una vida corriente y rutinaria. Porque la rutina es aburrida, y esperar todo achoclonado en el paradero que pase la 201 frente al Homecenter de Departamental también es aburrido, así como cruzar el Intermodal de La Cisterna para darse cuenta de que tomaste la salida equivocada es aburrido igualmente. Para salir de esta vida rutinaria, Gran Avenida se atreve a hacer de lo anecdótico una experiencia transformadora, en donde tener que buscar a tu hija, que por traviesa se bajó de la micro, o pasarse de copas porque sí no más se convierte en una experiencia catalizadora ante un mundo hostil que conduce cada vez más hacia la despersonalización del individuo.

Ficha técnica

Título: Gran Avenida

Duración: 80 min

Año de Estreno: 2023

País de origen: Chile

Director: Moisés Sepúlveda

Reparto: Gabriel Cañas, Paulina Giglio, Iván Parra

Productora: Juntos Films

Distribuidora: New Century Films

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