Por Lucía de la Maza
A quienes hemos seguido y valorado el trabajo de Sergio Blanco (Montevideo, 1971) como dramaturgo y director, profundizando en el ejercicio de la autoficción como género narrativo y dramático, nos resulta un desafío pensar en cómo puede hacerse La ira de Narciso sin Gabriel Calderón (dramaturgo y director), amigo personal del autor, a quien, según el texto, Blanco encarga el relato en la obra. La versión chilena, bajo la dirección de Soledad Gaspar, se basa, en cambio, en la relación entre al actor Freddy Araya y Sergio Blanco, lo cual permite un disfrute nuevo.
Tuve la ocasión de participar en un taller que hizo Sergio Blanco en Chile el 2016, al que llegué fascinada por el embrujo tras leer su obra Tebas Land, al punto que en ese encuentro le propuse, entre otras cosas, asumir la dirección de la obra, que finalmente se estrenó en GAM el año 2018 con Lux Pascal y Freddy Araya en el elenco, y Soledad Gaspar como asistente de dirección. La relación de amistad que forjamos con Sergio Blanco se vio fortalecida en varios encuentros extramuros, siempre vinculados a esa obra. El desafío siguiente fue abordar, con el mismo equipo, Kassandra y La ira de Narciso, las tres obras que abrieron paso a la internacionalización del autor uruguayo radicado en Francia. Por las vueltas de la vida no pude asumir la dirección de La Ira ese 2019. Tras una muy valorada versión chilena de Kassandra bajo la dirección de Soledad Gaspar, en enero de ese mismo año parecía lógico que también tomara mi relevo, cuando tuve que abandonar la tercera obra, especialmente si Freddy Araya volvía asumir el rol del autor (S en Tebas Land, Sergio Blanco en La ira de Narciso).
Como nada es coincidencia, “el arte es mejor que la vida” ―parafraseando al personaje de S― y la vida siempre me sorprende con el arte de sus mañas. Me encuentro en Chile para la temporada de La Ira de Narciso y ya dejo de hablar de mí e inicio la del reflejo que me llega de su estreno.
Primero es necesario comentar el texto: La ira de Narciso es una obra que arriesga mucho más que Tebas Land a la hora de utilizar el recurso de la autoficción (Doubrovsky es considerado el padre del término). En ella el autor no solo evidencia las referencias reales de su vida y biografía, quienes lo conocen saben que la conferencia en Liubliana, Eslovenia, realmente existió, lo que nos lleva a preguntarnos si todo lo demás que explica en esta narración el personaje de Sergio Blanco, interpretado por Araya, sucedió realmente… De lo creíble a lo increíble, la autoficción nos invita al pacto de mentira en que debemos aceptar como verdad la certeza de que estamos ante una ficción. Y también que no necesitamos indagar cuáles retazos corresponden a la vida real.
Para esta versión, Freddy Araya se pone en escena evidenciando que está ahí por petición expresa de su amigo Sergio. Éste le dio el encargo de contar la historia que le sucedió en aquella conferencia, y nos pide explícitamente que lo veamos como si fuera el otro (aquí se hace imprescindible citar la frase Je suis un autre de Rimbaud que aparece en la obra). ¿Es eso acaso algo distinto al acuerdo que se tiene ante una representación teatral? El desencadenante argumental de la obra es el siguiente: estando el autor preparando una conferencia en Liubliana, encuentra una mancha de sangre en su habitación del hotel que le obsesiona. El relato irá, en tono detectivesco a veces, en otros más íntimos o confesionales, desentrañando el misterio de esa mancha y de lo que sucedió en esa habitación. El acuerdo ya está firmado, debemos, como espectadores, considerar que todo sucedió, tal como lo explica, aunque roce la delgada línea de la verosimilitud, sin nunca soltarnos, haciéndonos olvidar que la representación escénica es siempre ficción. No cuento más. No doy más pistas.
La puesta en escena bajo la dirección de Soledad Gaspar convocó a un equipo artístico variado y viene a fortalecer las aportaciones de su mirada escénica, que ya para Kassandra demostró una sensibilidad heredera del cine, la literatura y la música, tanto como del teatro. La belleza de los detalles y la ambientación apoyan este unipersonal donde Freddy Araya es el eje donde todo aquello confluye. Prácticamente sin elementos en escena, su presencia nos da estados de ánimo e interioridad, con la dificultad y el desafío que nos propone el texto teatral.
Si me preguntaran por qué verla, repetirse o volver a ponerla en escena en el futuro, respondería que porque estamos ante una obra cuya dirección integra a un intérprete que explota actoralmente toda su versatilidad; un texto exquisito para quien plantee como puesta en escena el problema de la representación, pero especialmente porque es una obra que no se puede hacer en otro formato: funciona porque vemos que las cosas están sucediendo ante nuestros ojos ―sin verlas realmente― y somos cómplices de la trampa de espejos que el mismo autor nos cuenta, sin darse cuenta. Como espectadores, eso nos atrapa y no podemos hacer nada para impedirlo. ¿Quién es finalmente el Narciso? ¿Freddy Araya o Sergio Blanco? Por mi parte, agrego que también que podríamos serlo espectadores y espectadoras, que embelesadas presenciamos y deseamos secretamente dejarnos llevar por la provocación que tenemos delante.
Ficha técnica
Título: La ira de Narciso
Dirección: Soledad Gaspar
Dramaturgia: Sergio Blanco
Intérprete: Freddy Araya
Diseño sonoro: Damián Noguera
Diseño de visuales: Gomar Fernández,
Diseño lumínico: espacio Checoslovaquia
Jefe técnico: Rodrigo Mateo
Coordenadas
Últimas funciones este viernes y sábado a las 20:30 y domingo a las 20:00
Teatro Mori Recoleta (Bellavista 77)