Columna de opinión: Fernando González, el viaje de un maestro

Por César Farah

¿Qué define a una figura del arte y la cultura? En realidad, su relevancia, pero sucede que esa relevancia puede venir dada por fenómenos muy disímiles y, a veces, no necesariamente vinculados a la disciplina artística a la que dicha figura se dedique.

Fernando González Mardones, director de teatro, gestor cultural y profesor, dejó esta tierra hace unos días y nadie podría dejar de reconocer su aporte a las tablas nacionales. Más allá de haber recibido el Premio Nacional de Artes de la Representación, su legado apunta a las obras que dirigió, a su paso como director por el Teatro Nacional Chileno, a la academia de actuación Club de Teatro que hoy día sigue funcionando y a sus años como docente de la Universidad de Chile.

González dirigió obras teatrales con creatividad y sentido estético, además de darles un cariz reflexivo permanente; fuera este social, humano, político… podría decirse que esta es la tarea de cualquier artista, a lo que yo no dudaría en responder que estoy de acuerdo, sin embargo, pocos son los que, aún llamándose artistas, pueden ostentar un trabajo de esas dimensiones y características. Desde Juan Gabriel Borkman hasta Romeo y Julieta, su trabajo estuvo cargado semióticamente hacia la reflexión humana y social.

Como director del Teatro Nacional, se ocupó con mucha fuerza de mostrar teatro chileno, lo mismo que en el teatro itinerante, como lo recordó su discípulo, colega y amigo, Alfredo Castro. Hizo cuanto pudo por llevar el arte teatral a cada lugar de Chile y fomentar el reconocimiento y desarrollo de este, de hecho, es muy probable que gran parte de las tan mentadas “nuevas audiencias” de varias generaciones, se las debamos a González.

Como docente, formó a una enorme cantidad de actrices, actores, directoras, directores, dramaturgas y dramaturgos, además de una enorme cantidad de —como el mismo decía— gente de teatro, esto es, personas vinculadas al arte de las tablas, pero que no necesariamente estaban en el rol propiamente creativo, pero sin los cuales no podrían levantarse los montajes… y es sabido el respeto que por ellos tenía. González declaró más de una vez que la docencia lo absorbía y, quienes lo conocimos en ese rol, sabemos que es cierto.

El fallecimiento de Fernando González, por supuesto, es una pérdida para la cultura nacional y para el teatro en particular, pero también es la pérdida de un ser humano complejo, creativo, riguroso y, sobre todo, un maestro que regaló a este país arte y docencia, ambos presentes que este trozo de tierra necesita y necesitará, más que nunca.

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