Por Juan José Jordán
Editorial Escrito con Tiza acaba de publicar el álbum ilustrado Dr. Chatwin y el Chilibilus, una curiosa historia que entremezcla realidad y ficción sobre la búsqueda por el Chilibilus que emprende el Dr. Chatwin. Se trata de una especie que nunca ha sido vista ni menos registrada. En su pesquisa, Chatwin se adentrará en los canales e islas del extremo sur, tal vez logre dar con el escurridizo animal. Sobre este y otros temas conversamos con su autor, Marcelo Simonetti.
Tienes obras para adultos y niños ¿Hay ciertos códigos más complejos de aplicar a la hora de escribir para niños?
Yo diría que la gran diferencia de escribir para niños es que tengo conciencia que lo estoy haciendo para lectores y personas en formación, por lo tanto, tengo un cuidado mayor, sobre todo en la emisión de ciertos juicios o ciertas aseveraciones. Eso por un lado. Y lo otro, es que trato de usar un lenguaje más poético, sobre todo cuando se trata de álbumes ilustrados. Los niños se relacionan con la poesía de manera más natural, con el tempo nos vamos rigidizando y por ahí se genera una distancia con respecto a la poesía. Siento que es más fácil llegar a los niños a través del lenguaje poético que en una prosa sin esa intención. Esos dos cuidados, el lenguaje poético y el tener la conciencia de que estoy escribiendo para lectores y personas en formación, hacen que el trabajo con los textos para niños sea distinto al de los adultos. Trato de no infantilizar los textos; entiendo que son personas con un razonamiento y con ideas respecto a ciertas cosas, que obviamente irán madurando con el paso de los años, pero trato de ofrecer textos que también les sean desafiantes.
Se utiliza una importante técnica, probablemente popularizada por Cervantes, que es la de poner en duda la autoría; siguiendo la idea del libro, el autor no sería Marcelo Simonetti, sino que el mismo científico y la editorial se habría limitado a reproducir el manuscrito. ¿Había una intención de introducir a los niños en esta técnica literaria?
Uno podría decir también que es el recurso del manuscrito encontrado, pero yo te diría que al momento de empezar a trabajar en este libro, más allá de esa idea lo que tuve más consciente, fue la lectura de un libro de Chris Van Allsburg, escritor e ilustrador norteamericano. El libro se llama Los misterios del señor Burdick y es un álbum ilustrado que comienza con una nota del editor que dice que un día llegó a su oficina un señor con un portafolio que contenía la primera línea de siete cuentos y la ilustración que iba a acompañar a cada uno de ellos. El tipo se las mostró, quedó fascinado, me encanta tu trabajo, te queremos publicar, le dijo, vuelve mañana con el resto de las ilustraciones y el resto del texto, pero el Señor Burdick nunca volvió y el editor se quedó con ese material. En esa nota introductoria se dice que esperó mucho tiempo el regreso del señor Burdick pero no volvió nunca y que sus hijos a veces le pedían los dibujos y los inicios de los cuentos para inventar lo qué venía después. Esa estrategia narrativa que juega con la realidad y la ficción, algo que igual he practicado con otros libros, sobre todo para adultos, quise llevarlo a la práctica en esta historia. Por otro lado, lo que también creo que influyó en mí fue el tema de cierto imaginario infantil que rendía tributo a los grandes exploradores del siglo antepasado y a ciertas leyendas como Pie Grande, el Monstruo del Lago Ness, que siempre me cautivaron siendo niño; me hubiera encantado haber ido al Himalaya a ver si encontraba al Abominable Hombre de las Nieves. Fue ese imaginario y este referente, el libro de Chris Van Allsburg, lo que, de alguna manera, direccionó la escritura de este texto.
Al estar narrado desde un científico, debe expresarse de modo en que lo principal no sea su emoción ni cómo se siente, sino la descripción objetiva de lo que pasa, los cambios que va percibiendo en el entorno. Esto marca automáticamente una diferencia con el tono “enternecedor” de un cierto tipo de literatura infantil ¿Fue algo que buscaste o se fue dando en el proceso?
Como en toda narración en primera persona, la voz que se ocupa tiene que corresponderse con las características del personaje que está hablando. Uno de los desafíos fue encontrar la voz de Chatwin. En ese sentido, hay un lenguaje que es un poco más científico, pero sobre todo, en la medida en que él se va internando en los canales patagónicos, surge un discurso tal vez un poco más existencialista, que era algo que me interesaba colar.
Cuando escribo libros que van a ser ilustrados, siempre trato de trabajar en capas; que haya una lectura que pueda hacer un niño, que en este caso estaría marcada por la aventura que vive Chatwin buscando al Chilibilus, pero hay una segunda lectura que tiene que ver con aquello que va descubriendo dentro de sí mismo, esas preguntas existenciales que van surgiendo a medida que se interna en la selva y va quedando más solo y más cerca del Chilibilus. Entonces yo te diría que esos resabios del lenguaje científico que puede tener el texto tienen que ver con que al ser una narración en primera persona exigía una correspondencia entre el personaje y la voz que narraba, pero también está esta otra parte, a la que yo me refiero como de un tono más existencialista, que es el viaje interior que hace Chatwin junto con el viaje físico a los canales patagónicos.
También es un tipo de prosa cuidada con palabras fuera de lo común como Kawésqar, que inducen a leer más lento.
Puede ser. Yo creo que tiene que ver con esos resabios poéticos que tiene el texto. Uno lee poesía no a la velocidad que lee un WhatsApp, por ejemplo. La frase poética tiene mucho más profundidad y más significados que una frase narrativa. Desde esa lógica, aun cuando no podría decir que la bitácora de Chatwin es un poema, yo diría que hay una intención más reflexiva y eso quizá se transmite en esta suerte de una velocidad más pausada con la que el texto exige que el lector lo lea.
En el lanzamiento leíste un poema de Bukowski (Pájaro azul*) que me pareció conmovedor. La idea de este poema podría relacionarse con el mensaje que el padre de Chatwin le da a su hijo cuando es niño y que luego lo ayudará cuando llegue la desesperanza por no encontrar al Chilibilus. (“Un hombre se debe por encima de todas las cosas a sus sueños”). Relacionándolo con esto de la Inteligencia Artificial, ante lo que mucha gente se siente asustada por no tener muy claro qué es lo humano y quizá ahí está la respuesta: eso podría ser lo humano, los sueños son esencialmente algo humano.
Es difícil que la Inteligencia Artificial tenga sueños. Creo que finalmente lo que nos va a quedar, como lo han planteado algunas películas, va a ser eso: nuestros sueños y pelear por ellos, quizás van a ser nuestro refugio y nuestro futuro. El día que la Inteligencia Artificial empiece a soñar, ahí vamos a estar en problemas, pero mientras estén remitidos a la condición humana, creo que es un lugar al cual debemos aferrarnos. En el texto esa frase no se dice en relación con la Inteligencia Artificial, pero sí tiene esa idea última, que finalmente, tal vez, lo que nos diferencia del resto de los animales, dentro de muchas otras cosas, sea nuestra posibilidad de soñar y de ir detrás de nuestros sueños.
Hay un juego borgeano que consiste en ir mezclando referencias reales con otras ficticias en donde al final es difícil distinguir hasta dónde llega la ficción, que hace que el lector se pregunte por la existencia real del Chilibilus, ¿Buscabas generar algo con difuminar la línea?
Esa mezcla entre ficción y realidad es algo que siempre trato de trabajar en los textos y en este caso se dio de manera natural. Yo escribí una novela el 2005 que se llamó La traición de Borges que reeditamos hace poco con Ediciones de la Lumbre que trata sobre un actor chileno que se apellida Borges que el único papel interesante en su vida fue imitar a Borges en una obra. A ese personaje, cuando muere el verdadero Borges, una chica lo convence de que el que murió en Ginebra no es el verdadero, que el verdadero es él y los dos parten a Buenos Aires a decirle al mundo que Borges no está muerto. Para escribir esa novela yo tuve que investigar mucho con respecto a la vida de Borges y la apuesta de la ficción es tratar de confundir a la gente, al punto que se pueda creer que algo de la historia que se cuenta es cierto.
También lo hice en una segunda novela que se llamó El fotógrafo de Dios, una historia a partir del mito de Sergio Larraín, el fotógrafo. Sobre al final metí a mi padre en la historia, que moría en la novela, de hecho, había un prólogo en el que un personaje muy parecido a mí daba cuenta de esa muerte y se adjuntaba también una carta escrita por Sergio Larraín, que se enteraba del libro porque el editor le había mandado el manuscrito y decía que no todo lo que se decía en la novela era cierto. Todo eso era ficción, pero me interesaba colarlo como si fuera real.
Me interesa que la gente crea que Chatwin y el Chilibilus existieron, que es una especie que anda por ahí revoloteando, por eso la nota del editor que está al comienzo y al final; no es que el editor haya escrito eso, también es parte de la ficción. Me gusta ese juego, porque finalmente la literatura en general es un espacio en que el lector habita con el convencimiento de que esa historia, mientras él la lee, es verdadera. Cuando leo una novela no digo: “no, esto es inventado, es mentira”, sino que lo leo como si fuera una verdad fáctica. Me gusta que los libros que escribo tengan esa condición, una suerte de espacio en donde el lector habite la historia creyendo que aquello que se cuenta tiene ciertos visos de realidad, por muy delirante que sea la historia.
Con respecto al hábitat, se muestra otra cara del bosque, comúnmente más asociado al terror, como los adolescentes extraviados en El proyecto de la bruja de Blair. ¿El terror le habrá jugado en contra a la sorpresa que implica la naturaleza? Él es un tipo bien excéntrico, pero igual nunca hay presencia del miedo.
Es que está hecho a imagen y semejanza de los exploradores. Yo creo que ni Livingstone, que se adentró en el África, ni Scott, que recorrió los extremos del Polo fueron personajes que tuvieron miedo al momento de iniciar sus aventuras, si no se hubieran quedado en sus casas. El mismo Darwin, en sus recorridos de tres años por diferentes partes del mundo, entre ellos Chile. La curiosidad de ellos era tan grande que el temor quedaba relegado a un segundo, tercer lugar. Por lo demás, ahí hay algo que a me parece interesante, que tiene que ver con el territorio de lo desconocido, algo a lo que siempre le tememos. Extrapolándolo a otros ámbitos, el migrante, que es un desconocido, también nos provoca miedo, mantenemos la distancia, lo llenamos de prejuicios. Pero en este caso, para Chatwin, lo desconocido, lo que está ahí en la selva o el bosque es su motivación.
Yo no sé cuánto hoy en día la ciencia o los seres humanos en general conocemos del mundo, de nuestra vida o nuestro cuerpo, pero creo que nos queda una parte increíble de cosas por aprender. Eso finalmente es lo que anima a Chatwin; su necesidad de conocer, su necesidad de entender al Chilibilus. De comprenderlo, finalmente. En ese afán el miedo queda relegado, porque la curiosidad, o la sed de saber, es mucho más grande y, en ese sentido, hay una suerte de metáfora con respecto al propio conocimiento. Hay gente que pasa por la vida sin conocerse realmente. Creo que también es importante mirarse hacia adentro, como lo hace Chatwin en algún momento del texto; conocernos y entender porqué hacemos lo que hacemos. Yo no he ido al psicoanalista, pero me encantaría si encontrara uno bueno y barato, feliz de poder entender, porque nosotros mismos somos un bosque tupido en que muchas veces no sabemos lo que hay dentro. Esa idea de alguna manera está dentro de esta historia de Chatwin y el Chilibilus.
La mayor parte transcurre en una isla en el extremo sur, Little Wellington, al sur de Punta Arenas, lo que habla también del tesón del doctor y su capacidad para vivir en condiciones duras. Está lleno de cosas sorprendentes, como el baile de las ballenas de las que es testigo. ¿Crees que la ciudad adormece nuestra capacidad de asombro ante el entorno? Porque presenciar algo como el baile de unas ballenas pareciera ser casi como una droga.
Yo creo que vivir en la ciudad ha tenido una serie de ventajas y facilidades, pero en ese desarrollo hemos perdido una serie de habilidades, que probablemente nuestros antepasados tenían, te hablo de los pueblos ancestrales, esa relación con la naturaleza y aprender a descifrarla para poder, por ejemplo, presagiar la llegada de un diluvio o un temblor u otras señales que nos pueda dar la naturaleza para leer el mundo que nos rodea. En esa lógica, uno podría entender también este libro como una forma de alertarnos de lo importante que es que nos volvamos a relacionar con lo natural. Hoy en día el hombre se ha transformado en el gran depredador; desde las actividades mineras hasta la contaminación de mares y ríos, estamos destruyendo nuestro medio ambiente para obtener recursos naturales y desarrollarnos. Yo creo que ha llegado el momento de salir del Antropoceno donde todo gira en torno al hombre y poder volcarnos a vivir en torno a la naturaleza, preservarla y cuidarla porque en esta lógica estamos empeñando nuestro futuro. El día de mañana quizá van a desaparear los bosques, los ríos, el tema del agua ya comienza a ser complejo, en Uruguay, por ejemplo, se habían quedado sin agua potable hace poco. Entonces, en una segunda capa es un llamado a reconsiderar nuestra relación con la naturaleza. Más allá del final que está en el libro, Chatwin encuentra algo en la relación con esa naturaleza y que, de alguna manera, termina por integrarlo a su hábitat.
Es que quizá es un tema que ha sido cooptado por toda la corriente media mística, pero necesariamente pasa algo al estar ante la naturaleza.
Es cierto, el tema de lo natural ha sido propiedad de ciertos grupos, pero evidentemente, cuando tu vives en una ciudad y te vas a un bosque, algo ocurre. Los sentidos se despiertan, escuchas cosas que no puedes notar en la ciudad, descubres la vida que hay en un metro cuadrado de suelo. Yo también soy muy citadino, pero de tanto en tanto me toca salir de acá y estar en otros lados y en esa relación con los árboles, con los ríos, con los animales silvestres, vas descubriendo otra cosa. Tengo unos amigos medio pachamámicos, no me compro mucho ese cuento, pero evidentemente algo pasa cuando te sales de este territorio construido por los seres humanos y te adentras en un bosque que te hace dar cuenta que en el fondo eres uno más en un engranaje natural que es prodigioso. Yo leo sobre el ciclo del agua y me saco el sombrero, quién hizo esto. Yo no creo en Dios, pero me maravilla la sincronía que hay en la naturaleza.
Los japoneses tienen algo muy bonito en torno a los haikus, que son estos poemas breves de tres versos, porque lo que busca el haiku es atrapar un segundo de lo natural. Más allá de lo breve de su estructura, su intento es un poco grandilocuente pero bonito a la vez, porque se trata de capturar un segundo del ciclo natural y llevarlo al poema y esa relación que tiene, en ese caso, la literatura japonesa con la naturaleza, creo que es algo de lo que también debiésemos aprender, no solo para escribir de ella sino que para conectarnos de mejor manera con lo natural. Quizá estoy exagerando, pero escuché este ejemplo y me hizo mucho sentido, hay generaciones que no tienen idea que los duraznos salen de un árbol o que nunca han jugado con tierra. Yo me acuerdo en mi infancia haberme subido a un árbol de damascos y haber comido. Los árboles eran casi como unos cómplices que te daban alimento y te permitían jugar arriba de ellos y hoy día creo que esa relación con lo natural se ha ido perdiendo. Ya no es lo mismo, por ejemplo, la relación que tuvo mi generación con la naturaleza a la que tiene un chico de 10 años. Creo que ahí hay una merma importante. No sé de qué lado va, pero es una merma. Hoy en la mañana veía en los noticiarios: Licantén anegado, Curicó también y había un señor que decía que revisando los mapas se habían dado cuenta de que era una zona propensa a inundaciones. Más allá de la trampa que pudo haber hecho la inmobiliaria, también hay una desconexión con la naturaleza para pensar que es posible construir algo en un territorio donde en cualquier minuto el río se desborda y lo inunda. Creo que son costos que parecieran ser el resultado de esta desconexión gradual que hemos tenido con lo natural.
El Chilibilus es un ser silencioso, le gusta aislarse en cuevas por lago tiempo, son tan tímidos que a veces el encuentro entre macho y hembra no se concreta nunca y posee un curioso sistema de defensa que consiste en girar sus ojos hacia adentro, ¿Cuáles fueron las inspiraciones para un ser tan peculiar?
Me imaginaba un animal tímido, eso de partida. Si no había sido registrado y nadie nunca lo había visto directamente, salvo por sus huellas, debía tener una personalidad que le permitiera no ser visible. Me pareció que la timidez era una condición que debía tener el Chilibilus y asociado con eso, la posibilidad que fuera un animal con cierta tendencia a la introspección y por eso tiene la posibilidad de girar sus ojos hacia adentro, el refugio de lo interior. Uno cuando escribe hay mucho del inconsciente que aflora y quizá tenga que ver un poco con estos tiempos que para mí son un poco violentos, mucha agresividad y tal vez el refugio está precisamente en el mundo interior. Bueno, es de alguna manera lo que hacen los escritores, se refugian en esas historias que se van creando.
Hay una idea detectivesca con lo de desentrañar un misterio, pero nunca se resuelve, queda en el terreno de lo ambiguo, ¿todo el tiempo estuvo esa idea clara, ese desenlace, o fue algo que se fue conversando?
Le di hartas vueltas a eso. Estaba la posibilidad que lo encontrara, pero entonces cualquier descripción iba a quedar bajo las expectativas de lo que el lector se imaginara. Me acuerdo, por ejemplo, cuando estuvo de moda 50 sombras de Grey, trabajaba para la Revista Caras en ese tiempo y a muchas compañeras no necesariamente periodistas, que nunca habían leído o leían muy poco, yo las veía sumergidas en el libro y después, cuando salió la película la mayoría de las lectoras se decepcionó porque en la imaginación el personaje del señor Grey era mil veces más atractivo que el actor que lo interpretó. No es que haya pensado en este ejemplo en particular cuando razoné qué hacer con el Chilibilus, pero me pareció que al descubrirlo iba a quedar siempre por debajo de lo que el lector pudiera haber imaginado. De hecho, fue un pie forzado bien importante para el ilustrador, que no mostrara o mostrara pequeñas cositas. Hay algunas descripciones que hace Chatwin, pero en términos de la ilustración casi lo único que aparece son sus ojos en la portada, si uno se fija aparecen por ahí. Entonces una vez que tuve clara la idea y comencé a trabajar en ella, opté porque no se resolviera ese misterio.
Con respecto a la relación con el ilustrador, ¿se acercó el retrato del doctor y del ambiente a lo que habías imaginado?
Lo primero fue el texto y una vez aprobado por la editorial pedí que fuera Marcelo Escobar, porque había trabajado otro libro con él que se llama Los silencios del señor Cordolines y me gustó mucho su trabajo y su trazo. Tal como en aquella oportunidad, le di total libertad para imaginar al personaje. Si en algún momento le había puesto cara ya me olvidé porque la que le puso él me gusta mucho, así como esa figura media quijotesca que tiene. En rigor, la imagen del doctor Chatwin y su entorno directo, los instrumentos que ocupa, son responsabilidad de Marcelo Escobar y me alegro de haber confiado en él por como volcó el imaginario en favor de la figura de Chatwin, me dejó totalmente satisfecho
El hecho de que Chatwin se vaya perdiendo hace que al lector le pueda costar saber de qué tipo de historia se trata, ¿es alegre, es triste?
El que se pierde a veces también encuentra. Creo que Rebeca Solnit, que tiene un ensayo sobre el arte de perderse, decía que para encontrarse a uno mismo hay que perderse primero; si no te pierdes no te vas a encontrar nunca. Yo creo que algo de eso también le pasa a Chatwin. En este viaje se va despojando de toda la cultura citadina y científica y termina abrazando a la naturaleza pero despojado de muchas cosas y ese proceso creo que es bonito. Por eso digo que más allá del viaje físico, también hay un viaje interior que vive Chatwin en estos 80 y tantos días que dura la aventura.
Porque a diferencia del naturalista clásico como Darwin, cuyo objetivo era investigar y luego comunicar al mundo, Chatwin pasa sobre su ego y deja todo eso en segundo plano.
Sí, abandona la gloria y el prestigio científico por una verdad que es distinta.
FICHA TÉCNICA
Título: Dr. Chatwin & El Chilibilus
Autor: Marcelo Simonetti (Texto) / Marcelo Escobar (Ilustraciones)
País: Chile
Editorial: Escrito con Tiza
Año: 2023
Idioma: Español
Encuadernación: Tapa dura
Dimensiones: 17 X 22 cms
ISBN: 978-956-6049-43-2
* Pájaro azul, Charles Bukowski
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que está ahí dentro.
hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
montarme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?
hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.
luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?