Por Galia Bogolasky
Entrevistamos a la autora de Yomuri, novela editada bajo el sello Random House. La novela se trata de Eliza, una mujer que necesita dejar al enamoradizo de su padre en un hogar de ancianos y este se niega. Ambos toman entonces un tren al sur en busca de una media hermana escurridiza y del sueño del padre de pacificar a su desunida familia. En su peregrinar se encuentran con un grupo que viaja en la misma dirección a recuperar sus tierras ancestrales. Pronto se darán cuenta de que el pasado los une. Padre e hija se suman a esta misión, llena de personajes y situaciones alucinantes, que los llevará a experimentar el desconcierto y la contradicción.
Con una escritura deslumbrante donde las imágenes y los objetos cobran a menudo el protagonismo, esta novela de Cynthia Rimsky despliega mundos y abismos en los que la imaginación, la risa y la curiosidad ponen en movimiento una inolvidable aventura.
Cynthia Rimsky nació en Santiago de Chile en 1962. Ha publicado los libros de narrativa Poste restante, La novela de otro, Los perplejos, Ramal, El futuro es un lugar extraño (Random House, 2016; Premio Municipal de Literatura de Santiago y Premio Mejores Obras Literarias), Fui, En obra, La revolución a dedo (Random House, 2020) y La vuelta al perro.
Esto fue lo que la reconocida autora chilena, residente en Argentina, nos contó
¿Cómo surgió esta historia, que parte con una historia personal y se convierte en una historia colectiva, una travesía, un viaje, un road trip y un mundo de descubrimiento?
Las ideas parten de varias partes, de alguna imagen, y a medida que las vas pensando va adquiriendo forma. Al inicio no sabía que iba a terminar en eso; eran unos apuntes sobre la vida de mi padre en un hogar de ancianos, que eran bastante tristes, muy tristes, y en un momento me di cuenta de que no quería hacer eso. Las cosas son más complejas que la victimización. Ese tono ya no me servía. Era una época en que, no sé si fue el gobierno de Bachelet o de Piñera, donde hubo mucha represión al pueblo mapuche. Me puse a ver videos, ya había pasado, pero me puse a ver videos de las tomas de terreno. Me llamó mucho la atención que lo único que se mostraba era el momento de la represión en los videos, y nunca se mostraba cómo vivían, cómo se vivían las tomas, ya sea de los mapuches o de cualquier pueblo originario que se tomó un terreno, incluso por problemas habitacionales.
Entonces, empecé a pensar en eso, en qué se hace. Siempre que se ve a los mapuches, o a los grupos que pelean, solamente en ese ámbito, nunca en otros ámbitos. Yo tenía la lectura de dos libros maravillosos de César Aira, que son La Liebre y Ema, la Cautiva, y el libro Invasión a los Ranqueles de Mansilla. Eran tan maravillosos porque trataban que la gente tenía ideas, tenía pensamiento, no eran víctimas. Me dio muchas ganas de hacer un desafío, de hacer un libro así, pero contaba desde el punto de vista de la represión. Desde el punto de vista de esta hija y este padre, que, en vez de meterlo en un hogar, decide la hija vivir la última aventura con el padre, y que hubiera este encuentro con este grupo, donde yo no tenía idea de qué iba a pasar. Fue dándose así, lo que iba saliendo, lo que cada mañana iba tecleando
Los personajes son super especiales ¿Cómo fuiste construyendo cada uno de estos personajes?
Básicamente, de todos mis libros anteriores —excepto El futuro es un lugar extraño—, siempre existe una mezcla entre lo real y lo imaginario y la imaginación, pero se notan los elementos reales. Se notan. En este libro yo quería perder la referencia, porque era muy importante, para mí, que este tema que iba a tratar, que es un tema muy complejo, no lo pudieras trasladar a la realidad en ningún momento. Tenía que crear un lugar, personajes completamente literarios, porque quería esa sensación. Quería volver a esa sensación de cuando una niña lee, y uno lee porque entra a otro mundo, no porque entra al mismo mundo. Tengo la sensación de que hoy día la literatura, o una buena parte de la literatura, te ofrece pura identificación. ‘Ah, esto yo lo viví. Ah, esto es lo que está pasando al lado’. Yo quería justamente lo contrario, que entraras en otro mundo, en un mundo imaginario. Eso era lo más claro que tenía de la novela. Por eso, los nombres son más raros, los nombres de los lugares son más raros, y las cosas que pasan están siempre descentradas de la realidad. Porque son cosas que pueden pasar; una hija que no quiere meter al padre, y hay una hermana que dice que lo va a tener y lo va a dejar. La hermana no llega para tomar el cacho, se arrepiente. Todo eso puede pasar. Pero está contado de una manera que, aunque todo eso puede pasar, pasa de una manera que no podría pasarte. Esa era la idea.
Te hace pensar en una historia muy cercana, pero en un mundo como distópico, medio futurista, como atemporal. No hay como un tiempo, no hay un lugar. ¿Cómo pensaste el tema de la espacialidad y el tiempo?
Eso era bien complejo, porque, por ejemplo, en un momento me pillé que este grupo que iba a recuperar su terreno andaba a caballo. Dije: “No, porque si anda a caballo, esa cuestión es como película del oeste”. Entonces ahí inventé esta idea de las casas móviles, de que uno podía subir a cualquier transporte, pero la idea era que se moviera. Entonces era como que cada cosa la iba desplazando. Después se me ocurrió esta cosa de las motos, la vanguardia anda en moto. Yo ando en moto, me encanta andar en moto. Dije: “Las motos”. Respecto al espacio, para mí era muy importante que no se identificara ni con Chile ni con Argentina, que hubiera ahí una ambigüedad también, y que tampoco se identificara con los bosques de pinos, que a medio ambiente. Creo totalmente en eso. Pero no tenía gana de que en la literatura entrara ese tema así. Entonces la idea era, hay pinos, pero se desvirtúan, están como ancianos, como quemados. Hace como dos años fui a un alerce costero, y entonces todos los alerces estaban quemados. Entonces voy como mezclando cosas de distintas partes y evidentemente eso construye a un lugar imaginario. El río también, un río que saqué de Cuba. Voy mezclando cosas de todas partes. También trabajé mucho con libros de poesía, por ejemplo, con los libros de la Verónica Sondek. Todo eso le va dando como una cosa media irreal. También de tiempos, porque también hay mezclas de tiempos.
Haces referencias súper actuales, como Facebook, pero también incorporas cosas que son totalmente como atemporales, como de otra época también, porque tiene que ver mucho con un espacio, que tiene que ver con la naturaleza. ¿Tomaste algo de la película Nomadland para inspirarte?
Para evitar que se asociara directamente con las tomas de terreno, las recuperaciones de terreno mapuche, para evitar ese problema, que era lo más difícil, que la gente lo vinculara de inmediato, utilicé toda la idea de la recuperación simbólica. Son pequeños juegos de lenguaje que te van distanciando. Ese es el gran trabajo artesanal y por eso me tomó tanto tiempo, te van separando de lo real, lo cual es bastante trabajoso. Lo más fácil sería caer en lo real y aprovecharse de que todos entienden eso, pero aquí la idea era precisamente desafiarte constantemente a que no lo identificaras con lo real, para que pudieras sumergirte en este mundo en el que podían suceder cosas distintas.
Me impresionó mucho el entramado que se forma entre las tramas, tanto la principal como las secundarias. Los personajes secundarios adquieren relevancia con un discurso significativo para el desarrollo de la historia. ¿Cómo fue para ti incorporar esas diversas voces a lo largo de la narrativa?
Fue difícil; me demoré 12 años en la novela. Pero había, y sigue habiendo, mucho. También fue todo un desafío incorporar en estos personajes nombres poco comunes. Por ejemplo, incluí conversaciones de mis vecinos de aquí y posturas filosóficas de los vecinos del pueblo. Utilicé mucho de eso, algo que también implementé en El futuro es un lugar extraño. Incorporar elementos como conversaciones o puntos de vista en la trama, lo que los hace parecer fuera de lo común.
Inicialmente, tenía más personajes, muchos más, y fui eliminando algunos porque eran demasiados. Era como avanzar con un ejército, pero un ejército desordenado, un ejército que se revela a sí mismo. Esa era la idea, y todo el tiempo me preguntaba, ‘¿dónde está este?’, ‘¿qué le pasó a este?’. Pero fui definiendo zonas que me ayudaron. Por ejemplo, estaba la tranquera, el portón de la toma, donde estaba Pié. Quería que allí sucediera lo más político, la represión, el contraste entre la represión y las fuerzas de la guerra. En cambio, dentro de la toma, donde me planteaba la recuperación de terreno, buscaba que ocurrieran puras cosas emocionales, el día a día, lo cotidiano. Así fue tomando forma como un baile un poco más sencillo. Por otra parte, estaba la historia de este papá, Kovacs, chicha fresca, que me hizo reír mucho durante toda la escritura de la novela, me reí mucho, mucho, mucho.
A propósito de Kovacs, me llamó la atención todos estos apellidos con K. Muchos de origen ruso, judío ¿Hay algún referente de eso?
Era una especie de burla, también una forma de burlarme de la cultura K que existe en Argentina. Me refiero a los kirchneristas. Así que también era una ironía respecto al kirchnerismo y a todos los K, ya que todos son K. De repente, sin pensar mucho, un día decidí buscar apellidos con K y encontré algunos muy divertidos. Entonces, me pregunté: ¿qué pasaría si todos tuvieran apellidos con K? Luego, clasifiqué los apellidos entre aquellos que tenían una consonante después de la K y los que no la tenían. Los apellidos, ¿qué son? Parece que provienen del lugar donde uno vivía, por ejemplo, Rimsky viene del lugar de Rims. Era como crear una genealogía propia, basada en cosas tan simples como esa.
¿Cuál es el trasfondo final del mensaje político que quieres dejar a través de la novela?
No quiero dejar ningún mensaje. Primero, creo que el arte no se tiene que hacer parte; no puede comprender algo que es incomprensible. El arte justamente sirve para ser más incomprensible o para que tú te des cuenta de que todos tus intentos de comprender son algo incomprensible, que no se puede comprender. Yo creo que pasa por ahí. Tengo la sensación de que estamos en un momento en que estamos tragándonos muchas verdades, cada uno con su pequeña verdad. Lo que más me interesaba era instalar qué pasa si uno duda de todo, si se duda. Qué pasa llevar al extremo esa idea, dudar de lo que estás viendo, dudar de lo que escuchas, dudar de lo que crees. Era eso, instalar. Eso es el mensaje político, si es que hay un mensaje político. Es como una forma de construir literatura.
Hay una promesa eterna en la novela, la sensación de que siempre va a llegar a algún lugar, hacia el encuentro con otro personaje. Sin embargo, en el trayecto suceden cosas que resultan mucho más significativas que el destino final, por lo general. ¿Cuál es tu perspectiva sobre este aspecto?
Fui criada en una cultura judía. Después me rebelé bastante a eso, pero fui criada en eso, donde la idea de la tierra prometida. Siempre he trabajado en todos mis libros y he reflexionado un poco sobre esa idea, riéndome también de ella. Es lo que tú dices. Finalmente, la vida es lo que hay, es lo que pasa. No lo que va a pasar, sino las experiencias que ocurren. Pareciera que uno necesita ponerse un objetivo. Esa idea también de que uno necesita ponerse un objetivo para moverse, pero en realidad lo que va, donde pasan las cosas, es en el movimiento mismo. Esa idea. Las ideologías te prometen muchas cosas. Pero quizás no es necesario eso. Quizás el día a día son excusas. Tomarlas como excusas y no como fines.
Encontré que había guiños a la historia de nuestro país
Sí, hay a todos los grupos también, a la gente que se tomaba terrenos durante la dictadura. Es como un guiño a todos los grupos que tienen un deseo, un objetivo, una meta, o se plantean algo, creen en algo.
Es interesante el lenguaje característico que utilizas en tu literatura, una forma de narrar muy peculiar que distingue tu obra. ¿Cómo logras generar ese proceso creativo para narrar de esta manera? con este tipo de lenguaje poético en el género de novela.
Ya es algo que me sale. Son formas de encarar las cosas. Como alguien dice, ‘voy a salir a caminar’. Y se pregunta: ‘¿cómo lo encaro?’ Ya tengo una manera de encarar las cosas, pero siempre trato de variar, aunque más o menos tiene ciertos puntos en común, como partir de los objetos. Trabajo mucho con los objetos, hago que hablen más que las personas. Tienen mucha importancia en la historia: la campera, la chaqueta, la florcita. Lo otro es descentrarnos, siempre son personajes que no tienen poder, o que si lo tienen no lo saben usar, o lo pierden. Me centro en personajes en los márgenes, no cuento historias como las centrales o las importantes, sino que busco lo no importante. Entonces, cuando me voy a ir a lo importante, hago un desvío. Es mucho la idea del desvío. Cada vez que voy a llegar a algo, lo desvío. Tiene que ver un poco, creo yo, con eso, con la sensación de que me parecen más interesantes los desvíos, las vueltas, que el camino recto.
Respecto al trabajo con el lenguaje, es lo que más me gusta hacer. Corrijo una página unas 50 veces. Corrijo mucho, hasta que como que se baja la información, borro la información, y lo que queda es la poética de esa información. Lo que eso evoca, no lo que eso es. Es una literatura más evocativa que informativa. Me interesa es que el lector o la lectora sienta, no que le pase por la cabeza.
¿Qué le podrías decir a la gente para invitarla a leer tu novela Yomurí?
Que se atrevan a leerla. Lo que hago es como una literatura donde tienes que entrar sin prejuicio, sin tratar de pensar, ‘ay, pero esto es real, no es real’. Es entrar sin nada en la cabeza y seguirla. No es solo una novela, que sea un rato, realmente, en que estés en otro mundo, que entres en otro mundo como cuando uno leía de pequeña, que es lo que más me interesa. Leer para escapar de este mundo, no para estar doblemente en el mundo.
Ficha técnica:
Título: Yomurí
Autora: Cynthia Rimsky
Sello: Random House
N° de págs.: 264
P.V.P.: $16.000