Por Carolina Jiménez Pizarro
Maestro es un drama que propone una mirada acerca de la vida de Leonard Bernstein. Dirigida por Bradley Cooper, es candidata a diversos reconocimientos.
En Chile, gracias a la ejecución de tres obras de Mahler, con la dirección de Paolo Bortolameolli, ha emergido un público cautivado con la obra de tal autor. Para todas estas personas, sin duda Maestro será un deleite. La película está dirigida a un sector amplio de la población, ciertamente, pero allí hay un nicho específico que eventualmente puede disfrutarla con mayor énfasis. Además, Bernstein constituyó un estilo de relación con el público, que se aprecia en la cinta con un Bradley Cooper interactuando con la gente.
De algún modo, en la película se rompen esquemas a los que estamos acostumbrados y que suelen estar presentes en las producciones estadounidenses. Esos filmes tienden a dicotomizar la realidad, y construir arquetipos muy marcados, con antagonismos muy claros. En estos casos, eso sí, vemos pocas lecturas posibles. No dejan lugar a dudas y las interpretaciones factibles son gobernadas por una cierta simplicidad.
Maestro no encaja con esto. La construcción de los personajes es muy rica, intrépida y conservan un alto grado de complejidad. Es tremendo aporte. Más aún en una plataforma como Netflix, donde no abundan las películas de autor, o cine arte, o como se le desee denominar.
Tanto Bernstein como su esposa Felicia Montealegre son esencial y profundamente humanos. Con toda la complejidad que ello implica, sin simplificaciones o un tratamiento esquematizado y pobre de sus devenires. Les vemos con sus luces y sombras, con todas sus facetas integradas en ellos, sin caricaturizar nada de sus biografías. Es fascinante maravillarse con esto en el audiovisual. Sobrecoge que logramos presenciar su evolución, crisis incluidas, y pese a eso, aquello no aparece satanizado o juzgado negativamente. Dejan espacio para que el espectador construya su propio criterio al respecto. Toman decisiones acertadas en el equipo directivo y nos otorgan libertad en ese sentido.
Incluso, pareciera que este año era el mejor momento para que la biografía del director fuese llevada a la pantalla. Anteriormente, quizá, no se habría podido constituir una narrativa como esta, tan bien lograda, y que enfatiza un posicionamiento discursivo cuidadoso, delicado y elegante al abordar la sexualidad de Bernstein. Termina no importando para nada si fue bisexual o vivió negando una homosexualidad. Esa dimensión se muestra, pero no es un eje gravitante del relato, y especialmente, hoy en día se pudo explicitar aquello sin que fuese mostrado con sanciones implícitas. Está allí como un elemento más a tener en cuenta, como un tópico que afectó la relación marital pero, nada más que eso. Se siente mucho respeto a las personas involucradas y es digno de ser destacado. Se exhibe esto sin hipocresía, pero con sutileza, mucha delicadeza y buen gusto.
Cabe mencionar la dirección de arte de la cinta. El maquillaje del protagonista está tan bien logrado que nos creemos que tiene edad madura, con sus arrugas y expresiones. No logramos reconocer al Bradley Cooper de siempre. De hecho, habría que felicitar al equipo que trabajó en las caracterizaciones. El peinado de él siempre atingente, y muy cercano al original. Felicia también nos comunica muchísimo con el pelo. La evolución como mujer se refleja en el rizado y cuidado de la cabellera. En los momentos dolorosos, su cabeza también corresponde a un signo claro de lo que acontece. El vestuario es evidente que requirió una ardua investigación. Parece una reconstrucción histórica. Y no lo es, pero valoramos el intento de ser verosímil.
La secuencia de imágenes dedicada a la segunda sinfonía de Mahler es simplemente lo mejor que vimos. Porque dicen mucho y dejan entrever otras cosas, sin palabras y sólo con gestos. Termina siendo un ejercicio metafórico y poético. Es hermosa la ejecución, y logran transmitir lo emocionante que es escucharla, por cierto, nos queda muy claro cuánto se mueve el director, emocionalmente, en ese momento. Pero hay más. Él se acerca a Felicia y ella le dice que todo estaba bien, y se besan. Se puede leer casi como el beso de Judas, en el sentido de que es un beso que marca un antes y un después, y que nos alerta acerca de una muerte. Allí reside lo hermoso de la operación discursiva: nos presentan algo que nos habla de trascender a la muerte (Resurrección, la sinfonía), luego su beso (que nos dice que ella lo perdona, y que está en juego una redención) y luego podemos intuir que, al menos uno de los dos puede partir. Casi de inmediato comienzan las escenas médicas y, conociendo la historia real, ya podemos suponer algo, y efectivamente ocurre. Toda esa parte de la cinta resulta muy conmovedora. Estremece la buena factura y cuán fino es el relato.
La frase acerca de que el verano cante dentro es paradojal, es bella y nos recuerda que la música lo constituye y habita. Es un genial guiño para honrar la vida y obra de Bernstein. Pero contiene la tragedia. Él muere un 14 de octubre de 1990, cinco días después de que anunciara su retiro de la Filarmónica de Nueva York. Pareciera que cuando la música deja de ser su foco vital, y toma distancia de su gran pasión, su existencia se sostiene débilmente. Música es igual a vida. A existir y suceder. A continuar siendo. Yin y yang, o al menos dos energías conectadas, e indivisibles.
Ficha Técnica
Título: Maestro
Año: 2023
País: EE.UU
Duración: 129 minutos
Dirección: Bradley Cooper
Producción: Martin Scorsese, Steven Spielberg, Bradley Cooper, Todd Phillips
Elenco: Carey Mulligan, Bradley Cooper, Matt Bomer, Maya Hawke, Sarah Silverman, Josh Hamilton, Scott Ellis, Gideon Glick, Sam Nivola, Alexa Swinton y Miriam Shor.
Música: Leonard Bernstein
Guion: Bradley Cooper y Josh Singer
Fotografía: Matthew Libatique
Diseño de vestuario: Mark Bridges
Edición: Michelle Tesoro
Diseño de producción: Kevin Thompson
Coproducción de: Sikelia Productions, Amblin Entertainment, Fred Berner Films, Lea Pictures
Producción y distribución: Netflix.