Por Romina Burbano Pabst
Quizás luego accionó el interruptor, y así, rápidamente para no develar el truco, cada uno de los faroles instalados en la plaza se encendió al mismo tiempo entregando al público un acto de ilusionismo como nunca antes habían presenciado.
Nona Fernández
Chilean Electric, la famosa pieza literaria de Nona Fernández, llega al escenario de Centro GAM. A cargo de la dirección y adaptación de Francisco Albornoz, quien pone en escena la llegada de la luz eléctrica a Chile a finales del siglo XIX. Entre historias y recuerdos la narración se transforma en un catalizador de la memoria no solo colectiva, sino también, personal.
Con un relato fragmentado, el montaje entreteje el recuerdo personal de Nona Fernández, la memoria de su abuela y la memoria histórica, profundizando en la conmoción, la vergüenza, la revelación, la angustia y la impotencia. El elenco lleva al espectador a reflexionar sobre la importancia de la palabra y el relato, así como la forma en que contamos las cosas, abordando la luz eléctrica como un símbolo de memoria donde cada personaje es una luz que plasma en el escenario una historia y sentimiento único.
La plaza de Armas de Santiago fue iluminada artificialmente por primera vez en 1883. Entre los varios asistentes, asombrados ante tal novedad, la abuela de Nona Fernández se encontraba por ahí observando o, al menos así se lo comentó a su nieta. Este recuerdo a medias, impulsó a la autora a emprender una búsqueda de su historia familiar. La narración transita en el difuso límite entre la autobiografía y la ficción, donde el director Francisco Albornoz logra reinterpretar este recuerdo, haciéndolo colectivo. Albornoz, aborda audazmente el texto y lo transforma de manera tal que el espectador no sabe hasta qué punto habla Nona Fernández y empieza a narrar el personaje.
El nostálgico recuerdo de cómo la abuela de Nona conoció (o no) la luz eléctrica, dio inicio a un conjunto de memorias que estaban perdidas y se reencuentran, hoy, en el escenario. Cuatro intérpretes; María Jesús Marcone, Constanza Rojas, Aníbal Gutiérrez y Felipe Valenzuela, anuncian el inicio de la obra con una grabadora antigua. Cada personaje posee una identidad propia, una forma de moverse y hablar; pero, en conjunto, corporizan a Nona Fernandez y las memorias de su abuela, mediante focos de diálogo y el estratégico uso del espacio. Poco a poco, diálogo tras diálogo, monólogo tras monólogo, los intérpretes desglozan capas de memoria, explorando nuevas formas de contar los recuerdos.
El elenco utiliza una variedad de técnicas para narrar estas memorias. En algunas escenas, las emociones se amplifican a través de un megáfono; en otras, la música entra en escena transformando la memoria en una experiencia sensorial y poética, cargada de melodías melancólicas que llevaba al espectador a conectarse más profundamente con el relato. Por momentos, sus voces hablan en conjunto, volviendo las escenas dinámicas, reconstruyendo memorias personales, recuerdos que no son míos pero, son de todos. En contraste, cuando la intimidad era mayor, cada intérprete cuenta al público una memoria cargada de emocionalidad, dejando muchas veces al espectador anonadado.
Por ejemplo, Constanza Rojas, sosteniendo el megáfono, revive un recuerdo angustiante: un niño se encuentra tirado en el piso sin un ojo. La desgarradora historia se narra a través de su voz amplificada y quebradiza, que intensificaba el dolor y la desesperación de no poder hacer nada… nada más que gritar lo que sus ojos estaban presenciando. El megáfono hace que su voz resuene con fuerza en el escenario, un recuerdo que se está compartiendo en ese momento y es imposible de ignorar. Cada vez que Constanza dice sus líneas, su voz resuena con tanta seguridad que plasma la historia con intensidad en mi mente. Su tono firme y resonante hace que cada palabra se transforme en una imagen vívida, una memoria presente que deja una estela de luz imborrable.
La sala estaba bastante iluminada, podía identificar cada objeto que se encuentra en el espacio, micrófonos, tambores, guitarras, decoran el fondo y las esquinas del escenario. Al medio, una mesa larga llena de objetos: una lámpara, un metrónomo, una máquina de escribir Remington, un sintetizador, una radio, un interruptor, cintas métricas, entre otros. Cada objeto es utilizado durante la obra, era una forma de continuar con la narración cuando las palabras no son suficientes. Son objetos efímeros cargados de sentido. La iluminación, diseñada por Andrés Poirot, permite que cada objeto sea tangible y reconocible, las memorias se materializan en esos objetos presentados de forma transparente al público.
Este escenario, bañado de una luz fría, proporciona un contexto físico distinto a la obra, permite observar cómo se evocan momentos del pasado. La disposición lumínica sugiere en todo momento una narrativa colectiva junto con las materialidades escenográficas: los micrófonos, las guitarras y la mesa; creando una atmósfera de diálogo, donde las memorias individuales se entrelazan para formar una historia común. Podemos notar también, como la luz (la memoria) puede cambiar de intensidad, tener cortocircuitos, es visible y auditiva cuya naturaleza es cambiante. Con transiciones suaves y abruptas, los recuerdos van y vienen, a veces con claridad y otras veces de manera elusiva.
La luz, juega con las historias incompletas que tratan de reconstruirse ante el espectador, para ser cuestionadas y reflexionadas. Se ajusta cuidadosamente, destacando los diferentes espacios y tiempos donde los intérpretes desarrollan sus personajes y narrativas. Son ecos de voces pasadas, que establece una conexión temporal que relaciona al público con las memorias representadas. Así, como menciona uno de los personajes con suerte y buena voluntad esos mensajes podrían cobrar algún sentido en el futuro, e iluminar algunas respuestas o quizás más preguntas.
Chilean Electric es una interesante puesta en escena que se mantiene fiel a la esencia literaria de Nona Fernández. Discute sobre la subjetividad de los recuerdos y se presenta como una nueva forma de representar las memorias, los intérpretes llevan a cabo de manera sustancial su labor de cuentacuentos, refrescando el relato colectivo. Un montaje que aborda desde la fragilidad humana ¿cómo se representamos los recuerdos?¿qué es lo que queremos contar? ¿cuál es la importancia de narrar estas memorias?
Nos encontramos frente a una obra donde el tiempo oscila entre las subjetividades que necesitan de la palabra para poder registrar sus memorias inacabadas. Es una experiencia teatral que mantiene vivo el relato oral, enfrentándonos a aquello que nos inquieta pero, también, nos conmueve.
Ficha Técnica
Título: Chilean Electric
País: Chile
Dirección: Francisco Albornoz
Dramaturgia: Francisco Albornoz a partir de la novela homónima de Nona Fernández
Elenco: Constanza Rojas, Aníbal Gutiérrez, María Jesús Marcone, Felipe Valenzuela
Diseño integral: Catalina Devia
Diseño lumínico: Andrés Poirot
Gráfica: Javier Pañella
Fotografías: Maglio Pérez, Vicente Prieto Zuckermann
Jefa técnica: Javiera Cayupan
Producción: Gustavo Carrasco y Joaquín Galleguillos
Una co-producción de Espacio Checoslovaquia
Duración: 80min
Edad recomendada: 14+
Coordenadas
Del 19 de Julio al 04 de Agosto
Viernes a sábado a las 20:00hrs
Domingo a las 17:30hrs
En Centro GAM, Sala B1 (Edificio B, piso 2)