Crítica literaria “Lulu”: “Dios mío, haz que resista”

Por Paulo Adriazola Brandt

¿Puede la narración ayudar a desterrar un trauma de la infancia? La simple idea de escribir sobre una hoja todo aquello que nuestro inconsciente nos dicte, parece suficiente para ir despejando las capas que nos protegen de esa herida emocional, hasta hallar el núcleo del dolor. Tal vez, no sin razón, un psicoanalista tacharía esta premisa de inverosímil porque para conseguir algún éxito en esta curación, sería necesario dedicar años de una intensa y dedicada terapia. Pero no es lo que cree el protagonista de la novela Lulu del gran escritor rumano Mireca Cartarescu (1956), porque con entera convicción se instala en la habitación de un lugar alejado llamado Cumpatu, dispuesto a recordar, mediante la escritura, aquello que le produce angustia y vergüenza: “La idea de que tal vez consiga curarme a través de la escritura”.

El narrador muestra de inmediato cuál es su intención en ese encierro de una semana, a través de un interlocutor al que llama Víctor, que es él, escindido, visto en el espejo. Porque es a ese Víctor, de diecisiete años, al que debe rescatar de la vergüenza originada por su compañero de curso, Lulu, cuando arrastró su mano hasta sus genitales, y luego el asco y la indeleble mancha sobre el inconsciente que lo tortura hasta la angustia. “Víctor, mi querido y único amigo. Tú me mirabas porque yo te he llamado”.

Pues bien, el narrador es polifacético. Se presenta como un escritor de éxito que necesita desentrañar una situación traumática de su adolescencia, y por eso se aísla para narrarnos lo que su inconsciente le irá dictando, que constituye otro tipo de relato dirigido a su yo escindido, Víctor, como un narrador en segunda persona. En el momento en que este exitoso escritor nos cuenta su historia, en tiempo presente, tiene treinta y cuatro años de edad, y ha experimentado innumerables crisis nerviosas. “Por las noches no podía dormir (…) Era el dolor de las vísceras inútiles (…) Ese dolor me ahogaba”. Entonces el recuerdo se dirige a una época determinada en un lugar determinado: el campamento escolar de Budila. En ese sitio el adolescente se vuelve más solitario, lee la Metamorfosis, desea refugiarse en un bosque tendido en la hierba, mientras el resto bebe, fuma, atrapados en deseos eróticos.

Y poco a poco se va acercando al núcleo que lo ha contaminado los últimos diecisiete años, aunque reconoce que ha sido mejor escritor cuando Lulu ha estado más presente en la angustia, pero ya es tiempo que desaparezca y así se libere. Y para ello es necesario enfrentar aquel instante en que había bebido más que de costumbre, primera vez que se ríe, disfruta, es la última noche del campamento, una celebración, disfraces, bromas, nadie se resta, y aparece Lulu vestido de mujer, sostén relleno con calcetines, taco alto, Víctor siente por primera vez asco y se da cuenta que esa náusea es una emoción más antigua, que Lulu es un túnel, un pasillo que lo lleva a su infancia, a los siete años. “Avanzo con lentitud en esta historia porque la herida es profunda, y el dolor brota incluso en los detalles más banales”.

El neurocientífico argentino Rodrigo Quian señala: “Cuando revivimos recuerdos pasados generamos una reconstrucción que difiere del recuerdo original. Inconscientemente tendemos a olvidar algunos hechos y a fabular otros, para que ese recuerdo nos resulte más agradable e incluso más coherente”. Pero el protagonista no desea añadir, fabular ni morigerar nada, sino que la memoria haga su trabajo de desenterrar la causa de su angustia, a través de la narración metódica y valiente, porque está convencido que después podrá escribir el gran Libro, aquel “creado no solo por mi mente, sino secretado por las glándulas de mi cuerpo, expectorado por mis pulmones, exprimido de mis testículos, eviscerado de mis tripas, brotado de mis carótidas”. Por lo tanto, esta narración que surge a partir del recuerdo, parece no tener un fin terapéutico sino literario. Y al rememorar el preciso instante en que Lulu travestido se acerca mientras desciende por una escalera de caracol, “Ven, quiero mostrarte algo”, y lo obliga a tocar sus miembro erecto, aparece el otro recuerdo más traumático aún y decide no detenerse.

No es usual encontrar una novela que recurra a descripciones tan extensas, tamizadas por un enorme significado poético. Tal vez podría asimilarse esta manera de narrar, carente de acciones pero arraigado en imágenes que nutren el recuerdo, a la extraordinaria novela de la escritora brasileña Clarice Lispector, La pasión según G.H., donde a través de un monólogo interior se despliega una conversación consigo misma, inundada de símbolos, en donde uno de los narratarios es una cucaracha. En el caso de la novela de Cartarescu, no sabemos con certeza qué es realidad y qué un delirio del protagonista, porque no intervienen otros personajes que puedan ratificar que estemos frente a un narrador fidedigno, considerando que la historia completa es un recuerdo, evocado desde una solitaria habitación.

Pues bien, dejamos a nuestro protagonista a punto de huir de Lulu por unas escalerillas interminables, miles de escalones, decenas de rellanos, durante horas, un descenso hacia un infinito impredecible, hasta que se enfrenta a una puerta y la abre. Ve a su mamá joven. Sigue lidiando con imágenes que aparecen detrás de una y otra puerta, aseguradas con candados de carne, recuerdos inocuos y sencillos. Y el hecho que Lulu, su compañero del liceo haya muerto hace años atropellado por un tranvía, tal vez gatilla la necesidad de seguir descendiendo hasta el sótano donde encontrará una puerta hermética, rojiza, en cuyo umbral ha estado durante diecisiete años. ¿Qué ve al derribar la puerta?

Reconoció la habitación de su infancia, a su hermana pequeña que jugaba distraída y se dio cuenta que era él; recordó la manía de su madre de vestirlo como niña hasta los cuatro años. Luego se ve abandonado en un largo pasillo, llorando, su madre le ordena portarse bien, cuando aparece un quirófano, el niño tendido, un hombre de bigotes y después el llanto de semanas enteras por sus vestidos y muñecas perdidas para siempre. Sigue caminando hacia el centro de aquello que lo tortura, con libertad, los mecanismos mentales que lo defendían ya se han derribado por completo, y encuentra a otro niño, su vecino, le decían Dan el Loco, que ejecuta, diez años después, la misma acción que Lulu.

“¡Señor, Dios mío, por fin CURADO!”, termina su relato.

Ficha técnica

Título: Lulu

Autor: Mircea Cartarescu

Novela

Editorial: Impedimenta

Año:2020                     

Páginas: 156

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