Crítica de Teatro: Dos sólidos montajes con Rodrigo Pérez en GAM

Crítica de Teatro

Dos sólidos montajes con Rodrigo Pérez en GAM

Por Jorge Letelier

A propósito de dos obras con la presencia de Rodrigo Pérez en el GAM, en una como director y la otra como actor, Jorge Letelier nos entrega estas dos críticas; «Diatriba el desaparecido» y «Pompeya».
“Diatriba el desaparecido”: El grito pendiente de justicia
No es un exceso afirmar que la dramaturgia del fallecido Juan Radrigán, con esa fuerza telúrica para generar imágenes poéticas, ha encontrado en la dirección de Rodrigo Pérez una traducción adecuada para representar la profundidad mortecina y dolorida que el premio nacional de artes escénicas 2011 legó en sus mejores trabajos.
Pérez es un director de concentrada economía de medios y puesta en escena de aliento expresionista que ha logrado conducir el torrente discursivo de Radrigán a través de un ejercicio de reflexión poético-político a menudo en los bordes de la teatralidad más convencional: a veces cargado a lo performático, a veces entrecruzado con el teatro musical, en ocasiones asumiendo el despojamiento expresivo del monólogo.
En “Diatriba el desaparecido” (que se está presentando en la sala N2 de GAM hasta el 24 de septiembre) Pérez retoma el texto del fallecido dramaturgo, “Diatriba de la empecinada” -que había montado en 2009 como “Diatriba de la Victoria”-, recuperando el monólogo inicial y presentando a cuatro voces el relato de la viuda de un detenido desparecido, Victoria Torres, quien expone con furibunda indignación el olvido e indiferencia en que ha caído nuestra sociedad ante la tragedia que aún se mantiene viva.
El texto expone el paisaje desolador de la injusticia y el duelo permanente interpelando directamente al público: tanto Catalina Saavedra encarnando a Victoria Torres como los otros tres actores (Marcela Millie, Marco Rebolledo y Guillermo Ugalde) organizan el discurso dramático en torno a ella y reclaman por esta maquinaria del olvido que no entregó soluciones ni verdad para los familiares. Así, la voz de Victoria Torres resuena desde la multiplicidad, ya sea en primera persona como en los diversos narradores que se intercalan hablándole al público, en un complejo pero muy efectivo sistema expresivo que dinamiza un texto bello y áspero.
A través de reiteraciones (el inicio del texto se repite un par de veces) y marcando los énfasis en el tono del hablante, el texto de Radrigán resuena estremecedor y enrabiado; sus reflexiones nos llevan hacia un lugar en que todos somos parte de esa indiferencia que Victoria Torres alega con dolor. Rodrigo Pérez recoge la diatriba radriganesca desde un ascetismo que permite apreciar sus imágenes poéticas sin distracción aunque por momentos la puesta en escena peca de excesiva frialdad, en especial en los movimientos de los actores que no parecen tener justificación, generando en los silencios y pausas un efecto opuesto al dramatismo buscado, como ocurrió también en “Oratorio de la lluvia negra”.
Si bien en estos momentos el director sobrecarga el universo poético del dramaturgo con un efecto que resulta algo artificioso, es en la utilización de la música para perfilar al personaje donde la sensibilidad y talento de Pérez logra momentos bellos en su evocación nostálgica del amor de Victoria y su marido, que es la vez la recuperación del amor como sentimiento ausente, ejemplificado espléndidamente por los actores en un bolero que paraliza el corazón, en el momento más bello del montaje.
A un año de su partida, el caudaloso torrente poético de Radrigán en torno a la injusticia, la muerte y la búsqueda de verdad, entendida como un gesto vital para entendernos a nosotros mismos, sigue firme en su indignación, su mirada impiadosa con los detentores de esa “omisión transversal” y la exaltación de lo marginal como sujeto poético. Y Rodrigo Pérez, su más persistente director, reelabora una obra que si bien es menor en la producción del dramaturgo aún resuena incómoda en un país que se acostumbró a agachar la cabeza y someterse a la dictadura del presente. Insistiendo en la necesidad de no olvidar, Pérez y su elenco entregan un bello y áspero recordatorio dicho en boca de Victoria Torres: “al amor me lo traen de vuelta a este país cueste lo que cueste”.
“Pompeya”: el baile de los que sobran
En la sala contigua a donde se está presentando “Diatriba el desaparecido” (sala N1 hasta el 30 de septiembre), el director Rodrigo Pérez cambia de registro para encarnar en “Pompeya” a un personaje que lo vincula a una obra paradigmática de la marginalidad sexual: “La manzana de Adán” (1990), de Alfredo Castro. El gesto del director Rodrigo Soto y el dramaturgo Gerardo Oettinger no es azaroso y propone, en la piel de Pérez, vincular dos Chiles de distinta época pero que mantiene la virtual invisibilidad de una de las caras más abyectas de la marginación social: la de la prostitución, antes de travestis hoy de transgéneros.
El personaje bisagra que encarna Pérez es Zuzú, una vieja travesti hoy retirada que en su pequeño departamento de Santiago acoge a jóvenes prostitutas transgénero. De pañuelo en la cabeza, lentes gruesos y una dignidad de señora de barrio muestra ecos del último Pedro Lemebel mientras le reza a la Virgen de Pompeya para no tener que enterrar a más compañeras. Se trata de una familia de sobrevivientes de la violencia y exclusión que incluyen a la Beyoncé (Gastón Salgado), una idealista joven que sueña con operarse y participar en un concurso cantando como su ídola; Leila (Gabriel Urzúa), quien ya parece conocer los violentos códigos de la calle y alimenta un resentimiento contra la sociedad y las rivales colombianas y peruanas que la hace ser una bomba de tiempo. El cuarto elemento es Lucho (Guilherme Sepúlveda), un gay que opera en un rango similar a un proxeneta y que sueña con instalar su propio emprendimiento.
El registro es realista, de lenguaje violento y callejero, con un inicio estridente que por momentos hace poco audible los diálogos. Los cuatro personajes son un microcosmos de la sociedad chilena, la que aún intenta adaptarse al nuevo paisaje social de los inmigrantes mientras lidia con sus propias carencias. El detonante es la muerte de la Karen, una colega que ha sido aparentemente ultimada por prostitutas transgénero colombianas y que provoca que Leila ataque a una de ellas. Ahora, encerradas en el departamento, esperan la venganza.
A partir de una investigación documental, el montaje va describiendo cómo ese mundo marginal se ha ido adaptando a los nuevos habitantes. Ese mundo de hace algunas décadas, igual de marginal y violento pero más binario en su complejidad, era cruzado por una clandestinidad de las costumbres sexuales que hoy parece superado. El elemento común es ser igual de invisible que en el pasado: a la ley, la policía, el estado, donde ser extranjera o chilena no hace ninguna diferencia en cuanto a la exclusión en que viven. Los cuatro personajes representan a su manera cuatro arquetipos: Zuzú y la figura de la experiencia, cansada de la violencia, vieja y enferma, que acepta el nuevo escenario y que se ampara en cierta dignidad artística. Beyoncé, en su dimensión naif, sueña con un príncipe azul y una casa normal, mientras que Leila entiende su condición como un campo de batalla donde solo sobreviven las más fuertes y ante la cual debe dar el primer golpe. No es casualidad que las dos más radicales, Leila y Lucho, son las más lúcidas al momento de entender el país en que viven y del desencanto que respiran y donde podría estar la posibilidad de salvación.
El texto es muy descarnado en cuanto al diálogo y el énfasis callejero, y el elemento que lo eleva de la caricatura es la notable composición que cada uno de los actores hace de su personaje. El registro es complejo puesto que la exageración y la desmesura por momentos copan la interpretación y para sortearlo se necesitan actores de sobrado carisma y sensibilidad. Rodrigo Pérez construye una Zuzú de enorme humanidad, reflexiva y golpeada, un símbolo del marginado vencido por las evidencias. El notable Gabriel Urzúa, quien ha descollado en “Bowie”, “Donde viven los bárbaros” y “Paul & John”, resulta conmovedor como Leila, un ángel caído que trasunta la derrota y frustración en cada uno de sus poros, mientras que el notable actor que es Guilherme Sepúlveda (“Demonios”, “Gospodin”, “Inútiles”) encarna como Lucho a un especie de filósofo de población, un sujeto complejo que oscila entre la protección y la explotación y que parece estar debatiendo consigo mismo respecto al rol y su identidad de género. Finalmente Gastón Salgado aporta ingenuidad al personaje menos denso del montaje, Beyoncé. El ensamble está ajustadísimo en su descripción de un grupo arrinconado que malvive su dignidad entre esquinas violentas y esperanzas de un futuro mejor que no llegará.

Rodrigo Soto es más conocido como un sólido actor de carácter (“El padre”) pero cuya labor directorial es breve y contundente: En 2014 dirigió una versión de “Las criadas”, de Jean Genet en el Teatro del Puente, y antes ya había explorado de la marginalidad sexual femenina en “Dios es un lujo”, donde también apostó por un espacio único y una unidad de tiempo. En el caso de “Pompeya”, esta opción resulta adecuada para ir estableciendo la progresión dramática frente a la venganza que los protagonistas esperan y perfilando a los personajes en sus diferencias, aunque las transiciones no son del todo logradas y por momentos el exceso de diálogo se convierte en un elemento distractor. Pero por sobre sus fallos, el montaje destaca por ser una apuesta realista y visceral, que expone una problemática social con rudeza y con actores de primer nivel, uno de los mejores ensambles en lo que va de la temporada.

Diatriba «el desaparecido» de Juan Radrigán


Dirección: Rodrigo Pérez 
Elenco: Catalina Saavedra, Marcela Millie, Guillermo Ugalde, Marco Rebolledo 
Diseño de escenografía y vestuario: Catalina Devia 
Diseño de iluminación: Andrés Poirot 
Fotografía: Roberto Contador 
Producción: Maritza Estrada
2 al 24 Sep 2017
Ju a Do – 19 h (excepto domingo 17 sep)

Pompeya
Dirección e idea original: Rodrigo Soto 
Dramaturgia: Gerardo Oettinger 
Elenco: Guilherme Sepúlveda, Rodrigo Pérez, Gabriel Urzúa, Gastón Salgado 
Diseño sonoro: Daniel Marabolí 
Diseño integral: Gabriela Torrejón
Realización audiovisual: René Soto y Michael Salinas
Producción: Alessandra Massardo
Maquillaje: Bárbara Soto
2 al 30 Sep, 2017
Mi a Sá – 21 h
Edificio B, piso 2, Sala N1

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