Por Juan José Jordán
Gabriel León se ha hecho un espacio en la divulgación científica con títulos muy exitosos como La ciencia pop. Ahora profundiza en los meteoritos, área de estudio con elementos en común con la geología y la astronomía. Para ello, se sirve en buena medida del diálogo con Millarca Valenzuela, quien aparece como coautora del libro. Estas conversaciones están reproducidas en diálogo directo, conservando la fluidez del habla.
Incorpora distintos registros; al recurso del diálogo se le suman capítulos de investigación, en donde se entrega información ineludible, porque estas rocas, que tienen por lo general su origen en la colisión entre asteroides (sobrantes de metal, roca y hielo que quedaron flotando en el universo luego de la formación del Sistema Solar) y que cada cierto tiempo rompen el techo de algún desafortunado en nuestro planeta, contienen información muy relevante para acercarse al gran misterio del origen del universo. Como explica Millarca de una forma muy didáctica: “(…) Me gusta hacer la analogía de su composición con la de una cazuela, pensando que la olla es el sistema solar y todo lo que va adentro (carne, zapallo, papas, porotos verdes) son los ingredientes sin cocinar, antes de exponerlos al calor. Ese sería el material de los meteoritos. Más tarde, con el calor proveniente del nacimiento del sol como estrella y la activación de diferentes procesos geológicos en los cuerpos celestes en formación, los ingredientes cambian, ya no son como estaban al principio. El estudio de los meteoritos nos permite justamente entender cómo eran antes de que de que todo se cocinara en la gran olla del Sistema Solar”
Uno de los grandes cambios de paradigma en cuanto a la comprensión del universo es la que tiene relación con el tiempo. Antiguamente existía el consenso de una Tierra joven, cuya fecha de creación coincidía con el relato bíblico del Génesis, lo que el arzobispo James Usher se habría encargado de precisar en una fecha concreta: 23 de octubre del 4004 a.C. Esta teoría fue ampliamente aceptada, incluso defendida por Isaac Newton, demostrando que los genios tampoco están libres de errar, como el resto de los mortales.
Fue gracias a James Hutton, un inglés interesado en los fenómenos de la naturaleza que comenzó a investigar como aficionado y padre de la Geología, quien encontró la prueba irrefutable para afirmar que el planeta tenía mucho más tiempo que el que se suponía. Fue en Siccar Point, Escocia, donde, a partir de la observación de rocas, pudo llegar a esta conclusión junto a su equipo de investigadores. El hallazgo consistía en rocas con una orientación particular “con la apariencia de libros en un estante”, posición diferente a la horizontal que debieron tener originalmente, lo que puede haber ocurrido solamente si rocas depositadas en el fondo marino de forma horizontal, se desplazan y levantan reorientándose gracias a la intervención de terremotos y otras fuerzas naturales, proceso que solo puede ocurrir en cantidades inimaginables de tiempo.
Lo anterior tiene estrecha relación con la relevancia que tiene la curiosidad en la vida científica. Sin preguntas, sin esa búsqueda constante por entender cuáles son los procesos de la naturaleza y el entorno, pareciera no haber ciencia. Tal como lo expresa el autor al comienzo cuando describe el paso de una estrella fugaz: “Lo que vi en términos muy sencillos, fue una roca espacial que entró en nuestra atmósfera luego de haber viajado por el cosmos durante miles de millones de años, tal vez incluso antes de que nuestro planeta existiera como tal”
Es un poco la sorpresa del niño, pero con conocimiento y sistematización. En definitiva, no dejar de sorprenderse y no dar nada por sentado, las cosas no pasan porque sí. La forma en que León va entrelazando el contenido con una fluidez de prosa denota un ánimo para conducir el libro de forma dinámica, como en el espléndido capítulo Un Malibú rojo, en el que se relata lo que tuvo lugar a partir del negocio de venta de toneladas de Chevrolet modelo Malibú desde el gobierno estadounidense al de Irak (presidido por el en ese entonces aliado de EE.UU. Sadam Hussein), transacción que se frustra cuando inesperadamente el gobierno Iraquí cancela el pedido, quedando miles de unidades varadas en un puerto en Canadá. Y justamente uno de esos autos es el que se hace famoso cuando una piedra de 12 kg destruye el techo y el foco derecho, perforando el pavimento. Al principio nadie entiende mucho qué pasa. Finalmente se concluye que la colisión fue producto de un meteorito y la dueña de auto vende la roca a un coleccionista privado. El hecho es muy relevante porque permite analizar claramente la relación entre los privados y las comunidades científicas en torno a esta temática, relación que no siempre ha sido feliz, pero que, sostiene León, es el camino indicado para lograr alianzas que puedan perpetuar en el tiempo. En la década de los 20 el norteamericano Robert Haag fue el primero que convirtió la búsqueda de meteoritos en una forma de ganarse la vida. Siguiendo una pasión un tanto irracional deja su puesto como profesor universitario, convenciendo a su mujer para dedicarse exclusivamente a su búsqueda y venderlos a coleccionistas. Actualmente se trata de un oficio que se realiza en medio de una competencia feroz donde muchas veces se tienen que contentar con irse con las manos vacías, pero es importante recordar que el estudio de estos objetos espaciales no ha sido solo producto de la actividad académica.
Meteoritos es un libro que permite volver a sorprenderse de los fenómenos naturales, no perdiendo esa curiosidad infantil, que con el paso a la vida adulta muchas veces va quedando olvidada. Escrita con un ritmo dinámico, incorporando distintos registros, logrando que el lector se acerque a temas complejos sin importar que no tenga formación científica.
Ficha Técnica:
Título: Meteoritos. Una Conversación entre el suelo y el cielo
Autor: Gabriel León/ Millarca Valenzuela
Editorial: Ediciones B
Año: 2024
N° páginas: 132
Dimensiones: 23×15
ISBN13 9789566355212