Por Paulo Adriazola Brandt
El escritor uruguayo Juan Carlos Onetti (1909 – 1994) dijo en una entrevista: “Se trata siempre de escribir lo mejor que nos sea posible; con total sinceridad, sin pensar nunca en los hipotéticos fulanos que van a leernos”, y siempre fue leal a este axioma artístico, porque toda su narrativa se compone de historias enrevesadas a través de la alteración del orden temporal, grandes elipsis, anacolutos, narradores dudosos o cansados que escamotean la información, y por eso se ha mantenido como un escritor oculto para la mayoría, y de culto para quienes lo admiramos. Ricardo Piglia dijo: “Hay un tipo de literatura, la gran mayoría, que no disgusta a nadie. En cambio Onetti es como los buenos escritores, que dividen al público”. Debido a esa admiración, en esta oportunidad me alejaré discretamente de la pura objetividad, de la distancia necesaria en una crítica, para intentar demostrar la enorme valía de este gran escritor, consecuente en su apego a lo esencialmente literario, a la trama construida desde su especial punto de vista de la realidad, una realidad sin tapujos ni desvíos hacia una ruta del éxito comercial, sino más bien desarrollando el perfecto uso del lenguaje. Y donde todo ello se disfruta de mejor manera, es en sus cuentos.
En una de estas historias, un hombre satisfecho, abogado, camina hacia una plaza después de una jornada laboral en que recibió honorarios por un juicio, contempla “la isla de cemento”, recuerda donde estuvo y a donde regresará, con Nené, la vida plena y en completo dominio de sus circunstancias. De pronto aparece una joven que lo observa, él se sorprende pero no le presta mayor atención, sigue su andar y sus pensamientos continúan habitando la complacencia, “Siguió pensando en la caricia agradecida de los dedos de Nené en su brazo cuando le contara aquel golpe de dicha venido de ella, y en que se necesita un cierto adiestramiento para poder envasar la felicidad”. Entonces Baldi, el protagonista, fija su atención en esa mujer de “ojos azules, la sonrisa nerviosa e inquieta” que se mantenía a su lado, y cuando las miradas se cruzan ella le dice que no es un hombre como todos, “Hay algo raro en usted”, y la actitud de señorío, de hombre triunfante, crece rápidamente después de confesar que le pidió a Dios que iniciaran esa conversación. Él acepta hablar de su vida como si se tratara de algo que todos deberían oír, y aparece la ensoñación, una vida imaginada mucho más aconsejable y perfecta que la realidad, porque Baldi necesita inventar una existencia heroica, o tal vez solo apasionante, y olvidar la simpleza aplastante de su cotidianeidad. Entonces fabula con el trabajo que realizó en una mina de diamantes en Sudáfrica cuidando que los negros no robaran; mató a uno y se quedó con el cadáver tres días, y luego, se sentía distinto, realizado, luego le aseguró que había sido marino “con diez dólares y un revolver”, más tarde fue enrolado en la Legión Extranjera, y en ese instante se produce un quiebre, una pausa insana, Baldi ve con claridad su “lenta vida idiota, como todo el mundo”, estaba entregado como todos. Y se va, más bien arranca de esa realidad que le mostró la fantasía, no sin antes dejar un billete sobre las piernas de la mujer. “Ese dinero lo gané haciendo contrabando de cocaína”, le dice. El cuento se titula El posible Baldi.
Una mujer quiere realizar un sueño, un sueño agradable, único, como toda imagen onírica, pero quiere representarlo en un escenario, un solo acto, tres personajes, por supuesto que ella será la protagonista, un automóvil que cruzará rápido, el desenlace. El narrador no dice su nombre, pero “tenía el pelo casi gris peinado en trenzas enroscadas y su vestido correspondía a una vieja moda”, y parecía de cincuenta años. En un pueblo, en un restorán de un viejo hotel, encuentra a Langman, el empresario teatral arruinado que espera ayuda desde Buenos Aires para salir de ahí. De inmediato ella le explica qué es lo que quiere, Langman se resiste, “Comprendí, ya sin dudas, que estaba loca y me sentí más cómodo”, y al mismo tiempo ella aclara que no hay trama, únicamente movimientos simples, no es teatro intimista, Langman quiere arrancar, abandonar otro seguro fracaso teatral, su miseria ya ha tocado fondo, pero la mujer le pagará bien y deja dos billetes de cincuenta pesos, “Con esto contrata a los actores y atiende los primeros gastos y después me dice cuánto más necesita”. La resistencia se desvanece porque ve la posibilidad de abandonar ese lugar, y se lo comenta a Blanes, el actor que lo acompaña, derrotado como él, bebedor, bromista fracasado, y de inmediato acepta, quiere la mitad del pago y tiene un encuentro con la mujer, alguien los ve salir de un hotel, de esos que “son distintos”, ahí pasan unas horas o toda la noche. Llega el día de la puesta en escena y Blanes le cuenta que para la mujer este sueño no tiene ningún significado, pero que mientras “soñaba eso era feliz, pero no es feliz la palabra, sino otra clase de cosa”, y de inmediato los tres actores se acomodan de acuerdo a las instrucciones de la mujer, pasa el vehículo y luego Blanes acaricia la cabellera de la mujer sin cansarse, Langman se acerca, todo sigue en silencio, alguien solloza, y de pronto recibe una trompada en las costillas, es de Blanes, y le grita, “¡No se da cuenta que está muerta, pedazo de bestia!”. Julio Cortázar incluyó este relato, Un sueño realizado, dentro de sus Cuentos inolvidables.
Mientras escribe Risso, a última hora, la nota de hípica en el periódico El liberal, una compañera de Sociales le entrega un sobre que decía “Recuerdos de Bahía”, y en su interior, una fotografía de Gracia en una ineludible posición sexual con un hombre, es su exesposa, tiene veinte años y es actriz, está de gira por Sudamérica, pero antes alcanzaron seis meses de matrimonio, él era “un viudo aplicado al desconsuelo, que ganaba un sueldo escaso y que sólo podía ofrecer a las mujeres una asombrada, leal, incomprensión”, y ella vio un futuro, un puente en esa vida familiar que se vislumbraba. Entonces Risso se dedicó a ella con devoción y lujuria, “sin pensar casi en ella, la furia de su cuerpo, la enloquecida necesidad de absolutos que lo poseía durante las noches alargadas”, y ocurrió la primera separación cuando se fue de gira teatral a El Rosario, donde conoció a un espectador leal, la siguió, quiso convencerla pero ella ya sabía lo que quería, aunque en ningún momento olvidó a Risso y su promesa de que “Todo puede suceder y vamos a estar siempre felices y queriéndonos”, y repite su actuación conyugal, quizás de otra manera y desde otra profundidad. Pero esa infidelidad no recae en su culpa, y cuando llega a Santa María se lo cuenta a Risso, él la escucha “Apoyado en la mesa, en mangas de camisa, cerró los ojos y sonrió”, le pide que vuelva a describir el acto, pero esta vez desnuda, “moviéndose descalza sobre la alfombra”. Y los sobres aparecen ahora desde Asunción, Lima, Santiago, “para la colección de Risso”, a la pensión donde vive, a la casa de la abuela de su hija, y un compañero del periódico, el viejo Lanza, le pide autorización para romper el sobre que le ha llegado, sin entregárselo, para evitarle el disgusto, en tanto Gracia debe explicarles a esos hombres prestados porqué es importante fotografiarlos en esas precisas posiciones, sino los olvidará rápidamente, ella siempre de gira. Las fotografías buscaron el corazón de Risso, y quizás eliminar la costumbre de verlas y al mismo tiempo destruirlas sin dolor apenas estuvieran en sus manos, pero él empieza ceder o debilitarse, imagina una vida juntos, un nuevo comienzo, debe ir a buscarla, aunque todavía no sabe si es traición o venganza lo que demuestran esas fotografías. El último sobre llega al Colegio de Hermanas donde estudia su hija, y Gracias estaba segura ahora, “de acertar en lo que Risso tenía de veras vulnerable”. El cuento se titula El infierno tan temido.
Y para terminar, una despedida Onettiana:
“Comprendo, a pesar de ligaduras indecibles e innumerables, que llegó el momento de agradecernos la intimidad de los últimos meses y decirnos adiós. Todas las ventajas serán tuyas. Creo que nunca nos entendimos de veras; acepto mi culpa, la responsabilidad y el fracaso. Intento excusarme -solo para nosotros, claro- invocando la dificultad que impone navegar entre dos aguas durante X páginas. Acepto también, como merecidos, los momentos dichosos. En todo caso, perdón. Nunca miré de frente tu cara, nunca te mostré la mía.” Tan triste como ella.
Ficha técnica
Título: Cuentos Completos. Onetti (1933 – 1993)
Autor: Juan Carlos Onetti
Cuentos
Editorial: Alfaguara
Año:2009
Páginas: 536