Por Álvaro Guerrero
La historia de esta película es solo una anécdota entre las minuciosas y múltiples escenas que van abarrotando el tiempo cinematográfico, para dar cuenta de una idea de construcción fílmica que no descubre del todo sus intereses más profundos, incluso no del todo hasta el final.
Iman (Missagh Zareh) es un hombre iraní de clase media que ha sido recién ascendido en su trabajo. A un peldaño de ser juez, pasará a ser investigador judicial. Tras ese inicio, su esposa Najmeh (Soheila Golestani), una mujer que prefiere o se resigna a seguir fielmente los preceptos de una sociedad teocrática donde todo deriva de la llamada ley de Dios, comienza a recalcarles a sus dos hijas que ahora deben cuidar mucho más su imagen. “Y si esa no es la verdadera ley de Dios”? Le espeta una de ellas.
Ambas jóvenes se muestran escuetamente rebeldes y dejan ver a través de una amiga de Rezvan (Mahsa Rostami) la hija mayor, el estado de violencia que acompaña cualquier deseo de elevar la voz por sobre el silencio cómplice en Irán. Un dato no menor, al comienzo del relato, Iman le ha mostrado a su esposa una pistola que ahora tiene. Su trabajo lo expone a represalias y en un gesto con los ojos le está diciendo a la madre de sus hijas que los mantendrá protegidos con esta arma que le ha proporcionado el Estado, a pesar de la desconfianza y reticencia de Najmeh. En algún momento ya avanzado de la historia, la pistola en cuestión desaparece. Quién la haya robado, es menos trascendente que el hecho de que Iman podría perderlo todo si alguien del Estado lo descubriera. Es un hombre que se ha vaciado de algún modo cuando tras décadas de comportamiento irreprochable, ese estado teocrático lo obliga a firmar sentencias de muerte sin consultar los antecedentes de cada caso.
La semilla del fruto sagrado me recordó una frase que acompaña una edición de la novela Conversación en la catedral de Vargas Llosa: “El lento proceso de envilecimiento de los seres”, refiriéndose a los transeúntes en el contexto de la dictadura del general Odría en el Perú de los 50’, para este caso, la revolución islámica de los Ayatolah. En el libro monumental del peruano nunca aparecía el mentado dictador en persona, y aquí ni siquiera vemos una vez a los jefes de Iman. Solo a un compañero que lo ha recomendado para el nuevo puesto, a contracorriente de lo que ese jefe invisible hubiera deseado, según dice el mismo. La sensación permanente en la película tiene algo de Kafkiano, ya que de ese orden corrupto y totalizante al que se alude como una carga de vida, solo extraemos la paranoia que va apropiándose del guion a medida que gira y gira para que vayamos sintiendo como estas tres mujeres y un hombre se envuelven a sí mismos en base al miedo de no saber qué hacer, y a la vez de no poder hacer mucho. Cuando la pistola desaparece ya va emergiendo el terror, irracional, de que en cualquier momento todas las vidas involucradas se vayan al agujero más profundo. La fotografía del afiche da cuenta de la locura al que se puede llegar cuando nada tiene sentido al tener que aceptar todo el sentido ya listo, obligatorio y amenazante. Una joven mujer vendada en los ojos en una sala, su padre muerto de miedo, ira y vergüenza en otra. La esposa y madre también en el ojo del interrogador del régimen, como una vejación sin levantar la voz.
Es curiosa esta película. Construye laboriosamente la ecuación de poder, sumisión, locura, y en ese sentido casi ningún plano, escena, sobran. Sin embargo, la historia y sus seres yacen tan envueltos y dedicados exclusivamente al tema de esa triada, desde el minuto uno hasta el final, que La semilla del fruto sagrado puede llegar a agobiar tanto como sus personajes lo están. No hay ápice de otra luz u oscuridad sobre esta familia que no sea la del poder teocrático, no hay otro tema o giro, por nimio que fuera, y que podría realzar el interés y las preguntas sobre estas personas y su mundo, su pasado. En ese plano, se trata de una historia demasiado apretada, en un riel permanente.
Cuando llegan las preguntas cuesta imaginar respuestas sugerentes. Las acciones de los personajes, de dos en particular, permanecen en sombras, a descifrar más que a reflexionar. Es cierto que no hay malvados en la historia y que el único antagonista es ese poder absoluto en las sombras, lo que es un acierto en una película con un guion que pareciera tener miles de páginas, y una paranoia creciente. También es verdad que cuando todo explota en forma demencial, exagerada, esos mismos personajes muestran dónde los deja solos, lejos del mundanal ruido, perdidos, ¿quizá para siempre?, entre corrompidos y víctimas, la llamada ley de Dios en Irán. Son 30 minutos terroríficos que llegan un poco tarde en el metraje.
Ficha Técnica
Título: The seed of the secred fig
Dirección: Mohammad Rasoulof
Guion: Mohammad Rasoulof
Reparto: Soheila Golestani, Setareh Maleki, Missagh Zareh, Mahsa Rostami
Duración: 168 minutos
Género: drama, crimen
País: Alemania
Año: 2024