Crítica de cine “Un dolor real”: Brillante comedia al servicio del drama

Por Álvaro Guerrero Gabella.

Dos primos treintones que han pasado la infancia casi como hermanos, se van de viaje desde su natal Estados Unidos a Polonia, el país de un antepasado del que suelen hablar mucho y aún más, sufrir por su reciente muerte. El plan es ideado por David (Jesse Eisenberg) quien, preocupado por el estado anímico de Benji (Kieran Culkin), decide tomar un tour pensado para público judío, ya que se trata de una visita a los lugares de memoria del genocidio cometido por los Nazis durante la segunda guerra mundial. El último día de gira se separarán del grupo para visitar una casa en la que nunca han estado antes: el hogar donde creció su abuela, una figura que está presente todo el tiempo como una sombra que parece explicarlos secretamente, un recuerdo vivo para ambos pero especialmente para el gigantescamente extrovertido Benji, con quien la difunta parece tener un vínculo único. Fue tal vez la única persona que infundió miedo o respeto en él, alguien acostumbrado a interesarse y comprender a los otros en igual medida que insultarlos o pasarlos un poco por encima, en suma, un ser excepcional que de cualquier forma atrae más la atención, e incluso el cariño, de los demás personajes que el neurótico y más torpe David.

Jesse Eisenberg entrega su segunda película escrita y dirigida por él mismo. Hay un cálido tributo a la herencia cultural judía que se atestigua en las calles de Varsovia: los negocios, barberías, restaurantes, levantados por la comunidad judío polaca y destacados por el ojo de Eisenberg, recuerdan a los carruseles de imágenes de Wes Anderson, mientras ambos primos con sus fracturas personales a cuestas y sus “viejos dolores enterrados” intentan avanzar a trompicones dentro del pequeño grupo del tour. Benji parece una fuerza de la naturaleza mientras se nos va revelando a través de David el tormento que sufre en una vida que parece sin rumbo, el tipo que vivió y puede volver en cualquier momento al sótano de su madre para fumar toneladas de marihuana.

Es más que interesante que los vayamos descifrando a ambos, siempre con ambigüedad, incerteza, por medio del “otro”, es decir el amigo de la vida. Los dos se han ido distanciando geográfica y emocionalmente. David les cuenta en un momento de especial intensidad dramática al resto del grupo de su dolor interno, el que sobrelleva trabajando en Nueva York y volviendo al hogar con su esposa e hija pequeña. Seguir adelante, taparlo, darle vuelta la espalda para continuar viviendo. Porque no lo he aclarado hasta ahora, pero esta es una comedia, una de personas que sufren dolores reales y han venido a ver con sus propios ojos los otros dolores, los horrores de la historia y de su historia personal como comunidad.

Un dolor real es también un drama juguetón, que se viste de comedia para que el dolor de estos dos hombres niños (en realidad todos los somos) sea más honesto, y por qué no decirlo, también más profundo, o en eso resulta una mezcla que no tiene mucho que ver con recursos sofisticados de películas donde no sabemos bien si lo que vemos es dramático o cómico, dentro de una misma escena, a modo de ejemplo, Megalópolis (2024), o Manchester junto al mar (2016). Aquí es más bien un carrusel de risas y lágrimas perfectamente ensamblado en el guion y ejecutado como si ambos seres fueran realmente primos que van improvisando la historia de la película en igual medida de que no logran encontrarse a sí mismos para lograr aceptarse finalmente. Algo que ya era irónico desde la premisa: un tour en el que rememoren, a través del sufrimiento de sus antepasados (de los compartidos por todos en ese grupo en el sentido más amplio de “pueblo”) y que los pueda ayudar a repensar el mundo alrededor y la relación de este con el rumbo a seguir desde la interioridad de cada uno. Un dolor real también podría llamarse “una amistad real”, cada vez más difícil de perpetuar no por los afectos, sino por el desconocimiento del uno frente al otro. Ese es un eje en que se equilibran drama y comedia de errores.

¿Y el dolor real cuál es? No crecer, o no hacerlo de la forma ordenada y concisa que la sociedad necesita. El dolor de Benji y, en alguna medida, el de David parecen relacionarse con el puro y duro dolor de vivir. Se puede felizmente aceptar que el personaje construido por Kieran Culkin es el combustible de la película, y el de Eisenberg el contrapunto, testigo y también otra sombra en crisis, porque este es más que un filme de guion y actuaciones (dos puntos que funcionan de maravillas). El joven cineasta que puede estar entrando a la tradición de humoristas judíos de Hollywood que filman y escriben sus propias películas, y que va de Chaplin a Ben Stiller, sabe cómo elegir cada punto de vista de la cámara sin caer en ningún manierismo ni pretensión. Lo suyo avanza hacia adelante todo el tiempo, nunca se estanca ni se va por las ramas.

El mundo está plagado de dolor, parece ser la norma a la que hay que darle vuelta la cara para poder vivir y ser feliz a ratos. Es una sensación que puede a veces a conducir al absurdo. Lo sabe el guía turístico, el personaje africano que tras huir de un genocidio se ha hecho judío, la mujer separada recientemente tras una infidelidad. Una búsqueda desesperada de solidaridad en el mundo en un cuerpo que siente, y con razón, que ha desperdiciado su vida. Y aun así gusta de mirar las cosas y los seres. Todo demasiado hermoso.

Ficha Técnica  

Título: A real pain

Dirección: Jesse Eisenberg

Guion: Jesse Eisenberg

Reparto: Kieran Culkin, Jesse Eisenberg, Jennifer Grey, Liza Sadovy, Kurt Egyiawan, Will Sharpe. 

Duración: 98 minutos

Género: comedia, drama

País: Estados Unidos

Año: 2024

Distribución: Cinecolor

Estreno: 23 de enero

 

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