Crítica de teatro “Las tres hermanas”: Sombras del pasado y el futuro

Por Álvaro Guerrero

Al comienzo la obra parece una mezcla de estética retro con nieblas de ciencia ficción o terror, de esas que nublan los rostros dejando entre las brumas siluetas humanas y voces. Las tres hermanas; Olga, Masha, e Irina, están de pie directamente enfrentadas al público. Tras ellas hay ventanas y plantas, decorados de otra era o más bien de un tiempo sin tiempo claro, como una burbuja dentro de una red interminable. Arriba de esos seres del siglo XIX vemos pantallas virtuales, por donde aparecerán y desaparecerán otros personajes que en esos marcos que envuelven la tecnología y la frialdad, parecen entre espejismos y seres más bien animados.

En el clásico que plantea Chéjov, las hermanas, junto a un hermano mayor que siempre aparece a un costado de ellas, van a recibir invitados en su casa, cuando se cumple un año del fallecimiento del padre (la madre ha muerto hace mucho). De los pocos que han llegado, solo uno corresponde a un actor físicamente en el escenario, Iván, hombre escéptico, permanentemente ebrio, viejo amigo de la familia. Los otros tres personajes solo aparecen por momentos en las pantallas: la dominante esposa del hermano, un coronel de 43 años ya casado y también viejo amigo del que las hermanas, sin embargo, no parecen recordar con muchos detalles, y un barón y más joven militar, interesado en Irina, la hermana menor. Las hermanas al principio intentan conversar entre sí. Dos de ellas superponen sus diálogos sin escucharse mutuamente, como si no se enteraran. El hermano Andrei sigue en la sombra a un costado. Los dos hombres de las pantallas que interactúan con los demás actores hablan sobre cómo será la vida futura, en doscientos, trescientos años más.

La atmósfera que emerge de una escenografía tan ecléctica es, sin embargo, fantasmal. Las ventanas y muros con decorados se sienten livianos, ajustados con precisión a la sensación de cruce de temporalidades distintas, de estar en un bucle en el tiempo donde la vida de pueblo, el estancamiento, hacen ensoñar ideas de repetición, de naufragio en la identidad, aun antes que en el mismo destino individual. ¿Existimos realmente? se pregunta cada cierto tiempo Iván, como si acecharan, tras los diálogos cargados, graves, la disolución, lo atemporal, el vacío. Irina, que no entra en el juego de interrumpirse ceremoniosamente de las otras dos, parece dubitativa ante la posibilidad de aceptar al pretendiente y casarse. Las otras dos hermanas la empujan a que acepte y pueda salir de allí, aun cuando el único propósito que repiten una y otra vez las tres, es la de volver a una imaginaria ciudad de origen, un lugar donde cifran sus esperanzas ya desgastadas por la desilusión y el paso inexorable del tiempo.

Es curioso oír de los dos hombres que filosofan desde su universo virtual, casi como grabaciones, la discusión sobre el cómo se vivirá en el futuro. Uno, el que plantea el tema, cree que la humanidad avanzará hacia una forma de entendimiento y organización superiores, que la vida será hermosa, valdrá la pena de ser vivida. El otro le discute; “la vida será siempre la vida”, espeta. Ellos hablan desde el momento de cambio del siglo XIX al XX (la obra se estrenó por primera vez en 1901), a través de pantallas que a su vez nos interpelan a nosotros, los de este 2025, sobre un futuro que en muchos aspectos ya ha llegado y nos mantiene hipnotizados frente a otras pantallas. Si aquel personaje confía en el progreso general de la raza humana, hoy en día no estamos muy seguros de esa fe, y tampoco ciertamente hay plenas seguridades sobre cómo lo virtual afectara y moldeará nuestras vidas. Ese es el tipo de diálogo de temporalidades con que juega el montaje dirigido por Ángelo Solari, y que apela a establecer una densidad existencial desde los sueños truncos que envuelven a la familia. Es cierto que a ratos se vuelve muy pesada en palabras y sombras físicas sobre el escenario, pero es la apuesta por rescatar el tono del gigante autor ruso y proyectarlo hacia un futuro que palpita en su incertidumbre: ¿Habrá alguna vez tiempos mejores? ¿Tendrá sentido el preguntárselo con seriedad, cuando tu tiempo y lugar parece ser el infierno?

Y es que aquí el infierno en el autoengaño, la abundancia de palabras que se llevará el viento, la incomunicación, y con ella la sensación de no ser reales. Las esperanzas que, en escasos pero decidores momentos, se muestran en escena, constituyen la materia para seguir soñando: un día en el que el trabajo se desempeñe con dedicación y serenidad, que haya ojos que expresen desde la honestidad, aunque sea en una pantalla. Ideas que se van borrando, apagando, conjuntamente con la obra que vemos. Fantasmal, como el tiempo que pasa mientras se sueña más de lo que se vive.

Ficha técnica

Título: Las tres hermanas

Autor: Antón Chéjov 

Dirección y composición: Ángelo Solari

Elenco: Blanca Lewin, Monserrat Ballarín, Valentina Muhr, Rodrigo Pérez y Luis Cerda 

Asistente de dirección: Pablo Fuentes

Diseño de escenografía y vestuario: Rocío Hernández

Diseño de iluminación y animación digital: Diego Muhr

Operación multimedia: Sebastián Carez

Maquillaje y peinados: Carla Casari

Realizadora Máscaras: Jocelyn Olguín  

Producción: Teatro UC

Edad recomendada: + 14 años

Duración: 60 minutos  

Coordenadas

Teatro UC: Jorge Washington 26, Ñuñoa

Del 16 de octubre al 22 de noviembre   

Martes a sábado a las 20:30 horas

Sala Ana González / primer piso. Si cuenta con acceso para personas con silla de ruedas y movilidad reducida

Información de accesibilidad: en esta obra se utiliza humo inocuo. El uso de pantallas en escena genera estímulos lumínicos más fuertes de lo habitual, y hay sonidos estridentes y repentinos

Entradas disponibles en Ticketplus 

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