Crítica de Teatro
“Chaika”: El sentido de la vida y del teatro, con virtuosismo y emoción
Por Jorge Letelier
Pocas veces se da en el arte una confluencia de factores extraordinarios que hacen que por un instante, el tiempo se suspenda y entremos en un terreno mágico. Pasar por distintas emociones, con una historia que todos los públicos pueden entender y disfrutar (adultos y niños), con una artesanía deslumbrante y a la vez sobria, y por sobre todo, con un personaje inanimado que queda resonando en el corazón.
Todo eso y más es “Chaika”, el unipersonal interpretado por Tita Iacobelli y codirigido por ella y por la artista ruso-belga Natacha Belova, una notable diseñadora escénica y creadora de muñecos. De cierta manera, el montaje viene a consolidar el talento de la actriz, mano derecha del afamado actor y director Jaime Lorca en la compañía Viaje Inmóvil, donde había demostrado un brillante manejo vocal para interpretar distintos personajes personificados por marionetas, además de la destreza técnica. Acá, a sus anchas, es capaz de desplegar variados talentos en una historia sobre la fascinación del teatro y el misterio de la interpretación, además del miedo al olvido y la muerte.
“Chaika” es el nombre en ruso de gaviota, y la alusión viene por el clásico inmortal de Anton Chéjov, justamente la obra que más ha interpretado esta veterana actriz, una muñeca a gran tamaño manipulada por Iacobelli. Su punto de partida es difuso y parece ser la última función que hará en su carrera, suerte de homenaje y a la vez improvisada función. Esto porque no ha llegado ningún actor más de la obra y ella, que conoce al dedillo “La gaviota”, se verá obligada a interpretar todos los roles.
De una manera virtuosa, la actriz real (Iacobelli) asume el papel y cuerpo de una especie de asistente/voz de la conciencia de la veterana Chaika, y es quien le dice por qué ya no está en edad para personificar a Nina sino que debe hacerse cargo de Arkadina, la madre. El miedo a ser olvidada, la inminencia del retiro y lo que sigue, los recuerdos y sombras de sus amores, su hijo y su vida en el teatro son manejados simultáneamente a dos, tres y hasta cuatro voces por Tita Iacobelli, en un ejercicio vocal e interpretativo extraordinario si se toma en cuenta la agilidad de los diálogos, las dosis de humor y la compleja personalidad de la vieja actriz, una especie de Norma Desmond atormentada por una dignidad de diva que comienza a disolverse.
El texto va entrelazando con fluidez la historia de la obra de Chejov, reflexionando en torno a sus personajes y cómo estos se van superponiendo a la vida personal de la actriz, junto a las alusiones a Hamlet, uno de los papeles más queridos por Chaika. Surge la figura del hijo y del amante, y esta dualidad entre ficción y realidad logra momentos de altísima poesía puesto que sus pliegues no reenvían solo al ejercicio artístico sino que son preguntas en torno a la decadencia y el deseo de ser querido, al paso del tiempo y su inevitabilidad. La puesta en escena, diseñada por Natacha Belova, es de una poética sobriedad que se vale de mínimos elementos (una mesa, una silla, una cortina, la gaviota disecada) para ilustrarnos este camino hacia la incerteza final.
El juego de dualidad o si se quiere la metateatralidad que propone “Chaika” nunca es autorreferente como tanto abunda en compañías jóvenes. Aquí hay una genuina inmersión en el misterio del teatro, en esa fascinación a veces flagelante de pararse frente al público y exponer parte de la propia vida, el miedo a olvidar, a envejecer a ojos de otros. La ilusión de lo representado, ese pacto invisible entre actor y espectador, logra el milagro de convertir esta historia íntima y graciosa en el derrotero de una vieja actriz que son todas las actrices (y que además es una máscara maravillosamente realista). Además, y como si fuera poco, la máscara creada por la artista rusa está tomada de un molde del rostro de la propia Tita Iacobelli, estableciendo una puesta en abismo del misterio teatral desde la creación y desde la ficción.
Pueden ser muchos temas y en muchos niveles de discurso, pero el milagro es que “Chaika” lo convierte en un espectáculo familiar de una aparente simpleza en su estructura pero que se hace accesible y mágico para todos.
Punto alto de la temporada (si no el más), el montaje representa el momento de mayor consolidación artístico y técnico de Tita Iacobelli, el talento que ha secundado a Jaime Lorca en “Gulliver”, “Otelo”, “Chef” y “La Polar”, entre otras, y que a partir de este momento emerge como una brillante actriz y directora con nombre propio.