Columna de Opinión: Ennio Morricone «Hasta siempre, leyenda»

 

Por Diego Lewin

Fue hace exactamente un mes, el 5 de junio, cuando los compositores y leyendas cinematográficas, Ennio Morricone y John Williams, se conectaron digitalmente para recibir el prestigioso Premio Princesa de Asturias de las Artes por su contribución al patrimonio cultural. Una condecoración que ―involuntariamente― terminó por simbolizar la última cena para el primero de ellos, antes de subir gloriosamente a los cielos.

Nacido en 1928 y con una carrera compositiva sobresaliente, Morricone no es otra cosa que un prócer en la escena artística mundial. Con una trayectoria en la creación musical para proyectos audiovisuales que inició sin mayores pretensiones en 1961 con El federal, el director orquestal italiano logró establecerse a la vanguardia en lo que refiere a las bandas sonoras y su trascendencia más allá de la mera pantalla.

Fue particularmente en las películas western de Sergio Leone donde finalmente “Il Maestro” encontró su boleto dorado en dirección a la fama. Poco después de su debut, obras como Por un puñado de dólares (1964) y El bueno, el feo y el malo (1966), fueron las responsables de sus primeras ovaciones internacionales. Aplausos que no cesaron nunca más.

Ahora bien, la verdadera coronación para el director europeo no llegó sino hasta la década de los ochenta, con películas como Días de gloria, La misión, Cinema Paradiso y Los intocables de Eliott Ness. Con ellas, aparecieron las primeras grandes nominaciones, la apreciación de su talento fuera de la típica sonoridad del viejo oeste y, en definitiva, el quiebre que lo posicionó como el gran ícono de la música popular.

Sin embargo, más allá de los ostentosos galardones y emblemáticos nombramientos que recibió Morricone a lo largo de su trayectoria, que van desde premios Grammy, Globos de Oro, BAFTA o León de Oro, hasta reconocimientos de caballería tanto en Francia como en Italia y medallas pontificias entregadas por el mismísimo Papa; su mayor contribución radica en el establecimiento de un paradigma cultural: su música trasciende del cine e impacta directamente en la imaginería colectiva.

En definitiva, el director logró alcanzar el mayor éxito comunicacional al que puede aspirar un artista con su audiencia. Uno en el cual una simple tonada genera una comprensión compartida e indiscutible del mensaje. Uno donde el desértico paisaje del viejo oeste con un estepicursor atravesando la carretera no es solo visual, sino también melódico. Las obras del compositor rebasaron la concepción de música como mera sonoridad, para convertirse directamente en simbolismos.

Asimismo, como consideró el jurado calificador del reconocimiento Princesa de Asturias de las Artes 2020, Morricone tuvo la “capacidad para transmitir imágenes y sentimientos, además de evocar, a través de la música en las pantallas y de contribuir, asimismo, a historias inolvidables”.

Y es que el compositor era un prodigio. Un artista singular con una aptitud de apreciación distinguida, capaz de encontrar sonido en elementos poco convencionales, como látigos, campanas o chiflidos. Contaba con una distinción sensitiva que lo llevó inclusive a involucrarse en la escena más pop, con Sting y los Pet Shop Boys. El director europeo era una mente maestra que perpetuaba perfectamente la esencia del arte como medio de expresión.

Por esto, con el paso del tiempo, la música de Morricone se convirtió en algo difícil de encasillar. Il Maestro tenía momentos armónicos y celestiales como en On Earth as it is Heaven; de intensidad y epopeya en The Ecstasy of Gold; y otros pacíficos, dulces y románticos como en Nuovo Cinema Paradiso. Su estilo se hizo indescifrable, pues su sonoridad no respondía a un cómo, sino a un qué. A la razón íntima y vulnerable del mensaje.

Ayer, producto de una hospitalización que iniciada por una fractura de fémur, el Campus Biomédico de Roma vio partir a unos de los rostros históricos de la música. Luego de 91 años, la ilustre obra de Ennio Morricone llegaba a su fin. En su escena de cierre, una carta: “Yo, Ennio Morricone, estoy muerto”, comenzaba diciendo el escrito. El telón se bajaba mientras una multitudinaria audiencia le entregaba su última ovación a un mortal que se transformaba oficialmente en leyenda.

 

 

 

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