En tiempos en que ciudadanos investidos de clientes evalúan sus experiencias de consumo más cotidianas, este diario —que ya se encuentra listo para calificar en Goodreads— nos interpela con la humanidad que hay detrás de la atención al público y el acto de escribir. En una ciudad que transpira cansancio, el narrador de esta historia comparte la fragilidad de una relación que comienza y su rutina como trabajador de una reconocida cadena de librerías.
Correr Solo (Overol 2025) de Rodrigo Fernández comienza y termina como aquella conocida canción que la banda The Smiths publicó en 1984, Heaven Knows I’m Miserable Now. Tras el cierre de su universidad y la necesidad de encontrar un trabajo que le conceda el tiempo para redireccionar su vida, el narrador de esta historia en formato de diario íntimo, relata su propio viaje del antihéroe, sin mentores ni recompensas, y con la voz de Morrissey cantando: Why do I give valuable time to people who don’t care if I live or die? (¿Por qué entrego tiempo valioso a personas que no les importa si vivo o muero?).
En esta entrega, el también autor de Atarantado (Laurel 2024) —libro que recibió el Premio Municipal de Literatura de Santiago en la categoría Cuentos— escapa de la ficción para compartir un relato autobiográfico sobre sus días como empleado en una librería ubicada en un mall del centro de la ciudad, donde el narrador se obstina en creer que si hace todo bien —encuentra un trabajo, duerme lo suficiente, hace el aseo, sale a correr y lee con constancia— ese simulacro de vida acabará para dar paso a la vida por completo.
Con una implacable conciencia de sus faltas, “…siempre estoy endeudado, desfasado, atrasado respecto a mí mismo, a mis deberes íntimos”, el narrador de esta historia fragmenta sus días en párrafos que consignan sus experiencias como vendedor de libros, pololo, arrendatario, amigo y humano de gatos. Alguien que busca bondad en el tedio y, por sobre todo, insistir en lo inútil: “Tengo que separarme más del tiempo que rige el mundo de la utilidad. Y quizá eso es lo que hago aquí, de noche, escribiendo: construir una lentitud, arremeter contra el tiempo: recuperarme”.
Aunque en un comienzo, la única preocupación del narrador respecto a encontrar trabajo residía en la posibilidad de perderse partidos de fútbol, rápidamente, los clientes que siempre tienen la razón y el espíritu corporativo, que llama colaboradores a los trabajadores, ponen a prueba su empeño y buena voluntad. Señoras que se quejan de que los libros están abiertos y también cerrados, sujetos con respuestas a preguntas que ellos mismos formulan y personas que, como dijo el escritor Alejandro Dolina, en realidad no quieren leer, sino que haber leído.
“Quizás nadie esté leyendo nada y todo sea una farsa, como quizá también sea una farsa el hecho de que mi deliberado desempeño mediocre no sea funcional a una manera específica de explotación… hacer ciertas cosas mal me da paz”, escribe el narrador que, avanzado el relato, declara no estar hecho para el intercambio continuo de humanidad y reclama “por la naturalización buena onda del modelito de consumo que nos agarra los huevos, en medio de una conciencia política nula”.
Sin embargo, no todo es comisión por venta y almuerzos recalentados.
Fuera de la librería, el narrador se aproxima con ternura a cada pedacito de verdad que se aparece frente a él: manguerea al perro encerrado de su vecino, sonríe con empatía al extraño que derrama café y sorprende a sus gatos con un puré de lata especial. Así, esa extraordinaria capacidad humana de apreciar los pequeños momentos —que bien podría ser un mecanismo de defensa— emerge en las páginas del diario junto a breves fragmentos de las lecturas que acompañan los días del narrador: “Nací feliz pero muy feo” (Juan Emar).
Además, en el remanente de sus días, el narrador comienza una relación que aliviana su rutina y altera su ansiedad por el tiempo, “…solo cuando estoy con ella me relajo del todo. Me estiro y me recuesto sobre el presente; solo, soy un simple ajuste de cuentas”. Una relación que, si bien es omnipresente en la mayor parte del relato, no configura este diario como un romance, sino como la forma de un hombre de aproximarse al amor.
Así, con una honestidad brutal Correr Solo, disponible en librerías y en edicionesoverol.cl, se presenta como el registro sensible de una persona resistiendo sus circunstancias cotidianas. Rodrigo Fernández no solo expone el día a día de la precarización laboral y la vida en un Santiago en el que “todos obtuvieron lo que pudieron y no lo que querían”, sino que también, ofrece un manual involuntario para insistir en lo inútil como un acto de rebeldía y supervivencia.
En calzoncillos, desde su cocina, el narrador se pregunta cómo lo hacen los padres “día a día disponiéndose, desapareciendo, incorporándose como sangre y huesos y músculos a disposición de la maquinaria del cuidado, de lo urgente”.
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