Crítica de cine “A House of Dynamite”: La caída de las certezas

Por Paula Frederick M.

Al principio, no hay una gran explosión. Solo un zumbido grave, apenas audible, cuyo origen es desconocido, pero parece vibrar desde las entrañas del planeta. En A House of Dynamite, recién llegada a Netflix, la oscarizada directora Kathryn Bigelow convierte el silencio en detonador: la quietud previa al desastre, esa pausa que se siente en el estómago antes de que todo estalle. No hay guerras visibles, no hay enemigos a la vista, pero la amenaza flota como una nube tóxica sobre cada respiración. En ese espacio suspendido entre la calma y el caos, la realizadora despliega su película más contenida y, paradójicamente, su obra más explosiva.

Bigelow, quien ya había mostrado su maestría para filmar la tensión del instante en The Hurt Locker (Oscar a Mejor Película 2009), regresa a uno de sus territorios predilectos: el límite. Su cine siempre ha habitado los bordes de la acción, el filo donde el heroísmo y la desesperación se confunden. Desde Punto de quiebre hasta Detroit, su cámara ha perseguido la adrenalina del riesgo, pero también la fractura moral que se abre cuando el sistema tambalea. A House of Dynamite parece la síntesis de esa obsesión: una historia sobre el poder, la vulnerabilidad y el espejismo de control que sostiene a las potencias modernas.

A House of Dynamite sigue paso a paso una crisis en la Casa Blanca, durante las horas en que Estados Unidos enfrenta la amenaza de un misil nuclear de origen desconocido. Así, se despliega en tres perspectivas distintas: la de la capitana Olivia Walker (Rebecca Ferguson), funcionaria de la Casa Blanca; el secretario de Defensa (Jared Harris), atrapado en un laberinto burocrático que avanza más lento que el proyectil; y finalmente, el propio presidente (Idris Elba), un hombre obligado a decidir si presiona o no el botón que podría aniquilar medio planeta. Tres relatos, tres miradas, tres grados de incertidumbre.

La estructura recuerda a Rashōmon de Akira Kurosawa, no como homenaje sino como el prisma natural para contar esta historia. Bigelow no busca simplemente fragmentar el tiempo para aumentar la tensión: utiliza la multiplicidad de puntos de vista como una forma de ampliar el campo de observación. Cada relato complejiza al anterior, mostrando las grietas en la percepción humana y en las jerarquías del poder. Lo que para uno es certeza, para otro es ilusión; lo que parece información, se vuelve rumor. Así, A House of Dynamite se vuelve una película sobre la descomposición de la certeza, ese momento en que un país que se cree inquebrantable, descubre que el azar gobierna su destino.

Desde los ojos de Bigelow, Estados Unidos es una casa llena de dinamita: un lugar sólido en apariencia, pero donde cualquier chispa puede volar todo por los aires. La directora retrata la burocracia militar con una frialdad casi documental, mostrando cómo la maquinaria estatal, esa que se enorgullece de su precisión, se paraliza ante lo imprevisto. La cadena de mando se convierte en un teléfono descompuesto, donde cada voz intenta imponer su versión de la verdad. Hay algo profundamente kafkiano en esa tensión entre la eficiencia tecnológica y la impotencia humana: los satélites lo ven todo, pero nadie sabe qué mirar.

Mientras en sus otras películas despliega la acción como un torbellino, aquí Bigelow apuesta por la inmovilidad: planos cerrados, luces frías, respiraciones que llenan el espacio. El sonido, o su ausencia, se convierte en el eje del suspenso. Cada golpe seco en una puerta, cada respiración amplificada o silencio al otro lado de la línea, parece anunciar el estallido inminente. Así, A House of Dynamite dialoga con las grandes narrativas del miedo contemporáneo, entrando en un territorio más inquietante aún: el del enemigo invisible. El misil, protagónico y apenas perceptible, surge de los abismos del mundo y la mente como un eco de la paranoia global. En esa ambigüedad, Bigelow encuentra la esencia del siglo XXI: una época donde la amenaza no tiene rostro y el peligro se confunde con la ficción.

A lo largo del relato, la cineasta entra en la psicología del poder, mostrando a sus personajes no como héroes ni villanos, sino como seres fracturados por la responsabilidad. El miedo, la incredulidad, la impotencia y la angustia se mezclan en una coreografía contenida que recuerda al teatro de la tragedia clásica. No hay redención, solo el descubrimiento de una fragilidad compartida.

Lejos de explotar o atomizarse, A House of Dynamite se convierte en una radiografía del presente: un retrato de la ansiedad colectiva de una sociedad que confunde la vigilancia con la seguridad y la información con la verdad. En esa tensión entre lo visible y lo incierto, la directora sostiene un pulso cinematográfico que es tanto político como existencial. Todo vibra al borde de la detonación, pero lo que importa no es la explosión, sino la conciencia de vivir sobre ella. Así, no solo habla de un país o de una amenaza específica, sino de esa frágil tranquilidad que habitamos cada día. Que, aunque parezca construida de paredes de concreto, es en realidad una casa llena de dinamita.

Ficha técnica

Título original: A House of Dynamite

Dirección: Kathryn Bigelow

Guion: Noah Oppenheim

Elenco: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso , Jared Harris, Tracy Letts, Anthony Ramos

Año:2025

Duración: 112 min.

País: Estados Unidos

Disponible en Netflix

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