Por Yanara Barra
En la última época se han realizado más de 100 remakes de distintas películas y series estrenadas en el siglo pasado. Aunque Anaconda (2025) podría entrar en esta categoría como una actualización a la cinta de 1997, en esencia no lo es. Dirigida por Tom Gormican y protagonizada por Paul Rudd y Jack Black, esta nueva versión se presenta como una comedia de aventuras con elementos de parodia y metacine, que utiliza la figura de la serpiente gigante como excusa para reflexionar —de manera irregular pero interesante— sobre la nostalgia, la crisis creativa de Hollywood y el absurdo de los reboots perpetuos.
Desde su planteamiento inicial, la película deja claro que no busca replicar el tono de terror selvático de la original. En cambio, opta por una estructura metanarrativa: un grupo de 4 amigos, atravesados por la frustración personal y profesional de la mediana edad, deciden realizar un remake amateur de Anaconda como una forma de reconectar con un pasado más simple y emocionante. Este punto de partida no solo funciona como motor cómico, sino también como comentario cultural: la película habla de una generación que mira hacia atrás porque el presente le resulta decepcionante.
La selva, tradicionalmente presentada en el cine como un espacio hostil y misterioso, aquí cumple una doble función; por un lado, conserva su rol de escenario peligroso donde la naturaleza desborda el control humano; por otro, se transforma en un espacio simbólico de confrontación interna, donde los personajes deben enfrentar sus propias contradicciones, miedos y fracasos. La Anaconda, monstruosa, exagerada y casi caricaturesca, deja de ser solo una amenaza física para convertirse en una metáfora de aquello que crece cuando se ignora: el paso del tiempo, las decisiones no tomadas y las oportunidades perdidas.
Uno de los mayores aciertos del film es la química entre Paul Rudd y Jack Black. Ambos representan energías opuestas pero complementarias: Rudd encarna la contención, la ironía y la nostalgia silenciosa; Black aporta desborde, impulsividad y un humor corporal que roza lo grotesco. Su dinámica no solo sostiene gran parte del humor de la película, sino que también introduce una dimensión emocional inesperada. A través de sus interacciones, Anaconda plantea preguntas sobre la amistad masculina, el miedo a envejecer y la dificultad de aceptar una vida que no se parece a la que se imaginó en la juventud.
En términos visuales, la película apuesta por una fotografía digna de las películas comerciales donde el CGI ya ha desarrollado todo su esplendor. La Anaconda digital cumple su rol narrativo, pero carece del impacto perturbador de la película original. Esto no parece un error técnico, sino una decisión consciente, ya que el film no quiere que el espectador sienta verdadero terror, sino que participe del juego irónico.
Desde una lectura cultural, Anaconda se inserta claramente en una época marcada por la autoreferencia y el reciclaje constante. La película es, en esencia, un producto comercial y que intenta dialogar con un público cansado pero todavía dispuesto a consumir nostalgia. En este sentido, su mayor valor no reside en su eficacia como espectáculo, sino en su capacidad de reflejar el agotamiento creativo de la industria y, al mismo tiempo, la imposibilidad de escapar de ella.
En conclusión, Anaconda es una película interesante, más valiosa como objeto de análisis que como experiencia cinematográfica pura. No logra reinventar el género ni ofrecer una sátira completamente afilada, pero sí propone una mirada crítica sobre el cine contemporáneo y su obsesión con el pasado.
Ficha técnica
Título original: Anaconda
Dirección: Tom Gormican
Guión: Tom Gormican, Kevin Etten
Reparto: Paul Rudd, Jack Black, Steve Zahn, Thandiwe Newton
Fotografía: Niguel Bluck
Música: David Fleming
Duración: 100 min
País: Estados Unidos
Año: 2025
Distribuidora: Andes Films
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