Por Álvaro Guerrero
La estética de la saga de Avatar tiene algo que recuerda a Disney, con esa homogeneidad cromática pero plagada de detalles, la expresión en los rostros de los alienígenas Na´vi plenos de emociones muy claras y marcadas en uno u otro extremo, un tono infantil coexistiendo con la violencia de guerra. Esta tercera parte presenta un verdadero compendio de visualidades contemporáneas que van desde la animación digital, la alta definición hiperrealista, el 3D, la pantalla IMAX, etc. Son tres horas y diecisiete minutos de delirio para la vista que es donde se ubica el corazón y motor de la película.
No se puede obviar de que se está frente a un producto elefantiásico pensado fundamentalmente para el público infantil y juvenil, aun cuando volver a la infancia por un rato en la sala de cine sea tarea utópica, y por ende se torne arduo el poder saber que siente un espectador así ante tamaña cantidad de información, por sobre el argumento muy pequeño y sencillo que se presenta: en la luna “Pandora” los nativos Na’vi conviven en armonía con la naturaleza y con los cuerpos de sus demás congéneres, con los que pueden conectar físicamente sus “energías” a través de los cabellos. Gracias al proyecto Avatar, humanos han podido traspasar su conciencia temporalmente a cuerpos artificiales de los Na’vi, en algunos casos quedándose en ellos definitivamente, como es el caso del protagonista, Jake Sully (Sam Worthtington), ahora buscado incansablemente por las fuerzas humanas en alianza con el pueblo de las cenizas, enemigos de los Na’vi. Toda la película es una larga e interminable cacería en medio de la naturaleza más deslumbrante, bullente y sobre todo distinta. Y eso es todo en un filme muy binario entre el bien y el mal, la guerra y la naturaleza.
La pregunta está ubicada entonces en el “cómo”, más que en el qué. Los personajes son estilizados, y a pesar de su moral en blanco y negro irradian un carisma sin muchos altibajos pero que es constante, y son además bellos, plásticos, como si danzaran en el aire, en un vasto espacio abierto a la épica y la profundidad cromática. Cada matiz, hallazgo, evolución de las capas visuales, tonales, de colores de la película, es como si se apretara suave o fuertemente, dependiendo del momento, una tecla de piano en una sinfonía pop dominada por un horizonte doble: el gigantismo infinitamente ambicioso de lograr un blockbuster épico “total”, y la estética infanto-juvenil en cuanto a los valores del bien y el mal.
Es una película que materialmente parece una mezcla indisoluble de live action y animación, en una sola identidad que de algún modo preanuncia el futuro del cine masivo. La representación de los humanos en estética de alta definición da cuenta de uno de los polos: la destrucción violenta a través de las máquinas. El otro es el de la estética de “sueño”, sostenida por una visualidad digital azul llena de texturas. La sensación que provoca el ver y sentir el agua en tres dimensiones, sobre y bajo el nivel del mar, solo nos recuerda lo puro de la experiencia cinematográfica como espectáculo sensorial.
Avatar: Fuego y cenizas es multitudes y grandes secuencias que se agolpan, pero sin embargo no se desmadra, mantiene un equilibrio basado en su ritmo y la determinación por seguir adelante, cueste lo que cueste. Lo mismo que se agradece en sus personajes, esa determinación y afán que son a la larga contagiosos, salvando los pozos en los que se puede comprensiblemente querer abandonar la idea de ver la película hasta el final, y que creo no son muchos.
El efecto de tanto esfuerzo formal y su resultado que se experimenta tras los lentes en 3D, terminan generando un efecto hipnótico para una trama que, aun cuando da una y otra vez vueltas y pareciera terminar en cualquier momento, o simplemente no saber bien cómo hacerlo, concluye su mensaje ecologista y colectivo con una reivindicación de la violencia como medio legítimo de defensa cuando lo que está en riesgo de muerte es toda una forma de vida. Ante la disyuntiva terminal del “nosotros o ellos”, la película no lo duda. Un bando es el invasor despiadado, el otro el que vive en paz y comunión, utilizando las largas cabelleras, las mismas que los indios americanos dejaban crecer más allá de los hombros, y que aquí les permiten establecer una comunicación vital con los demás seres y la misma tierra sostenida por la deidad Eywa. La naturaleza es la naturaleza, y la guerra es la guerra.
Ficha Técnica
Título original: Avatar: Fire and Ash
Dirección: James Cameron
Guion: James Cameron, Rick Jaffa, Amanda Silver
Reparto: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Stephen Lang, Oona Chaplin, Chris Curtis, Kate Winslet
Fotografía: Russell Carpenter
Música: Simon Franglen
Duración: 195 minutos
Género: ciencia ficción, aventuras, 3D
País: Estados Unidos
Estreno: 18 de diciembre
Distribuidora: Cinecolor
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