Por Juan José Jordán
Bajo la dirección de Alberto Lecchi (Nueces para el amor, 2000) llega esta película basada en el libro Raza de víboras memorias de una novicia de Sandra Maggiore, que retrata las experiencias de abuso al interior de la congregación Hermanas Educacionistas Franciscanas de Cristo Rey, Santa Fe, Argentina, en la década de los 80. Una producción chileno argentina que ahonda en el primer caso en llegar al Vaticano protagonizado por monjas y novicias.
La historia va intercalando dos momentos: la vida al interior del convento y lo que ocurre tiempo después, cuando Sandra y Valentina, dos exnovicias, se encuentran en una institución de la congregación, ya como mujeres adultas en el mundo laboral. Sandra ha dejado el hábito y por alguna razón eso despierta sospechas entre los directivos de la institución. De pronto un correo anónimo enviado a distintos miembros de la comunidad, denunciando los abusos perpetrados por la Maestra de novicias, comienza a alterar el ambiente.
Sandra y Valentina se enteran que comparten una experiencia traumática; ambas estuvieron bajo la tutela de la hermana Bibiana, quién, utilizando la manipulación sicológica imponía el abuso como algo habitual, aplicando castigos desproporcionados y recurriendo al ultraje sexual a las novicias que seleccionaba detenidamente. Sandra pudo imponerse en el momento justo, bajo la amenaza que nadie le creería si hablaba y tendría problemas para terminar el noviciado. Alejandra no responde de la misma forma y es víctima de abuso sexual por más de un año.
Inesperadamente, mientras Alejandra y Valentina rememoran ese tiempo se enamoran intensamente y se casarían tiempo después. Ese apoyo es lo que les ha permitido salir adelante, a pesar que sus denuncias nunca tuvieron eco y la causa se archivó.
El director arriesga, incluyendo tomas que el espectador no esperaría. En ocasiones esto puede confundir, como una escena en que Sandra está en el patio junto a un grupo de novicias hablando con un sacerdote joven, que cumple algún cargo de consejero al interior del convento, situación filmada con una cámara que va girando alrededor del grupo, sin cortes. Si el objetivo era la entrega informativa no queda muy claro porqué no se optó por el método más tradicional de plano-contraplano. Pero en otras ocasiones hay planos, raramente vistos en cine, que funcionan muy bien. Como cuando Valentina está prestando declaración apoyando la denuncia colectiva, y hay una toma al sacerdote que deja ver sus manos tecleando y su mentón, tomado desde abajo, en diagonal. Es un plano corto que aporta y el espectador se siente gratamente sorprendido.
Este cuidado estético se nota especialmente en las escenas que retratan la vida del convento. Abundan las tomas en blanco negro de plano fijo que permiten tomar contacto con esa cosa indescifrable de la cotidianidad, ese dejo de nostalgia. Así se describe el procedimiento habitual con el que la hermana Bibiana elegía a sus víctimas: se asomaba al patio donde las novicias practicaban algún deporte y ahí, igual que un tigre deleitándose con la visión de un grupo de venados, le pedía a la víctima de turno que fuera a dejar el balde y el trapero a la pieza de limpieza. Pasados unos minutos aparecía en la habitación y en ese reducido espacio era fácil acercarse más de la cuenta y bajar las defensas de la joven.
Las actuaciones tienden a verse poco naturales, dando la sensación de ver a alguien actuando, que no es lo que ocurre cuando una interpretación logra atrapar y desenvolverse satisfactoriamente en pantalla. En especial en lo que respecta al rol de Sandra Maggiore, (interpretado por las chilenas Jacinta Torres Molina y Gabriela Robledo Azócar, en su versión de adolescente y adulta respectivamente) son actuaciones que resultan poco verosímiles. A lo mejor influyó el hecho de haber tenido que usar el acento argentino, lo que puede haber hecho que estuvieran más preocupadas en hacer creíble ese modo de hablar en lugar de profundizar en sus personajes. La hermana Bibiana es interpretada por Roxana Naranjo, también chilena y de ella sí se puede decir que logra convencer. Es escalofriante ver cómo se acerca a las muchachas y decirles que ahora ella será su mamá que les dará cariño.
En ocasiones hay una sobrecarga emocional que tiende a saturar. Al tema, ya de por sí bastante escabroso, se le agrega una banda sonora que no varía mucho, que pone énfasis constantemente en una sensación de tristeza, trauma intenso, etc, lo que se entiende, porque estaba acorde al tema central de la película. Lo que pasa es que se omitió la dinámica de la relación entre Sandra y Valentina, chispeante y para nada dramática. Las podemos ver hablando entre ellas en la actualidad, en unos videos cortos que se intercalan en los créditos, en donde se refieren a esos difíciles momentos de la adolescencia. No hablan muertas de la risa, pero tampoco poniendo cara de circunstancia; están relajadas, hablando de algo que pasó hace mucho. Es cierto que la intención no era hacer un documental y que no se podían contar chistes con lo que les había pasado, pero se exploraron pocos matices en la relación entre ellas.
Se sabe que el montaje es algo esencial del cine, pero para quienes solo hemos desempeñado el rol de espectadores es difícil que le tomemos el peso que realmente tiene. Porque se trata, finalmente, de cómo se contará la película, cuál será el orden y ritmo que tendrá el film. La decisión de poner una imagen al lado de otra, cuando cortar una escena, son aristas muy importantes que pueden contribuir a darle un mayor dinamismo o bien, entorpecer el desarrollo de una película. En este caso, como se sabe que quien estuvo a cargo del montaje fue Silvio Caiozzi se observa intentado descifrar en qué va esto del montaje. El paso de una escena a otra es fluido, los pasos temporales están bien conectados. Por añadidura, puede ser un recordatorio para tener presente que una película es algo de un trabajo mucho mayor que lo que le llega al finalmente espectador.
Una película que logra visibilizar un tema del que no sabe mucho y recodar, finalmente, que el problema no está tanto en los sacerdotes hombres, sino en aquellas instituciones jerárquicas en donde se establece la obediencia como requisito fundamental. Pero claro, ¿quién fiscaliza a los que mandan? Porque es sin que nadie se dé cuenta, el lobo puede terminar a cargo del gallinero.
FICHA TÉCNICA
Título: Caminemos Valentina
Dirección: Alberto Lecchi
Guion: Alberto Lecchi, Daniel Romañach.
Basado en el libro Raza de víboras memorias de una novicia de Sandra Maggiore
Interpretes: Paula Sartor, Gabriela Robledo, Sara Gutierrez, Jacinta Torres, Ana Calentano, Victor Laplace, Lidia Catano
Montaje: Silvio Caiozzi
Música: Valentina Caiozzi
Fotografía: Sebastián Gallo
2023
103 minutos
Chile-Argentina
Distribuye: ArcadiaFilms