Por Julio César Olivares
Cada vez que un Papa muere (o dimite), los cardenales de la Iglesia Católica deben encerrarse en la Capilla Sixtina del Vaticano, aislados del resto del mundo, para votar hasta que haya “humo blanco” y elijan a su sucesor. Esa reunión de cardenales se llama cónclave y le da título y premisa al thriller político del 2024.
Cónclave, dirigida por el alemán Edward Berger (Sin novedad en el frente) y escrita por Peter Straughan, basándose en el libro superventas de Robert Harris, es un acercamiento íntimo al proceso democrático que define el rumbo de una de las instituciones más grandes del planeta, incluso cuando está de capa caída.
En su base, la película es un thriller de primer nivel sobre las intrigas y los secretos que rodean una elección importante, que va desenmarañando sin prisa, pero sin pausa, los hilos que relacionan a los candidatos al trono y revelando los enigmas que ocultan bajo sus largas sotanas.
Al frente de un elenco coral en el que cada intérprete tiene la oportunidad de brillar, aparece un sólido Ralph Fiennes interpretando al cardenal Lawrence, quien, como decano de la Iglesia, debe dirigir el proceso de votación. En ese rol, Lawrence es informado por parte de un colaborador cercano de que uno de los cardenales favoritos a asumir el Papado había sido despedido, en uno de los últimos actos en vida del viejo Sumo Pontífice. Así, debe comenzar a investigar la idoneidad de los candidatos, que, a su vez, tienen agencias y aspiraciones propias, disimuladas por los modales finos y las interacciones templadas que les demandan sus cargos.
A lo largo de la cinta van apareciendo escándalos sexuales, acusaciones despreciables y conspiraciones varias que no hacen sino aumentar en intensidad, poniendo más peso en los hombros de Lawrence y dotando de una tensión dramática exquisita a una película que transcurre a ritmo pausado, pero no deja de correr.
Además del atribulado Lawrence, destacan Stanley Tucci como un cardenal estadounidense de pensamiento liberal que cree (y desea) ser el nuevo Papa, pero simula “no quererlo”; Sergio Castellitto como su rival más fuerte, el conservador y tradicionalista cardenal Tedesco; John Lithgow, que interpreta a un sacerdote canadiense que esconde segundas intenciones bajo su máscara de afabilidad; y Lucian Msamati, un cardenal africano que corre entre los favoritos y cuyo talante es tanto o más conservador que el de su par italiano.
Además, el desconocido arquitecto mexicano Carlos Diehz sorprende en su primer rol actoral, con un papel pequeño que gana fuerza e intensidad a medida que el filme avanza, pues interpreta a un cardenal que aparece de improviso en el cónclave, al que solo el Papa anterior conocía, y que -se va descubriendo- representa muchos de sus valores. Finalmente, en un rol minúsculo pero clave, Isabella Rossellini representa a la Hermana Agnes, representante de las Monjas de la Iglesia, personajes omnipresentes, aunque relegadas a un segundo plano en la jerarquía eclesiástica, quienes deben permanecer invisibles, pero “tienen ojos y oídos”, como advierte la propia actriz italiana en su momento estelar.
Cónclave ocupa las formas del thriller político para tocar una serie de temas muy bien encadenados por un guion redondo, al que no le falta ni le sobra nada. Así pone en pantalla con gran precisión las disputas al interior de la curia entre progresistas y conservadores, el rol secundario al que han sido marginadas las religiosas y la hipocresía de los sacerdotes que buscan el poder, aunque digan lo contrario (“Los hombres más peligrosos son los que sí lo desean”).
Edward Berger, en tanto, se mueve a sus anchas dirigiendo la cinta. Si bien el alemán, que saltó a la fama en 2022 con la aclamada épica bélica Sin novedad en el frente, no es todavía un autor reconocible en base a temas y formas propios (“Una película de Berger” todavía no significa algo en sí misma), demuestra un control notable de la puesta en escena y gran claridad en los encuadres.
Ya sea mediante un zoom out para dejar solo y pequeño a un sacerdote que acaba de perder sus chances de ser electo; o asomando lentamente la cámara desde atrás de un pilar, para mirar como dos personajes musitan un secreto que nadie más debe saber, Berger se muestra como un narrador visual nato, cuyo uso virtuoso de la cámara explica a través de las imágenes aquellas ideas que Harris imaginó y que Straughan llevó al guion.
Si a eso le sumamos la tremenda factura cinematográfica a nivel de fotografía, diseño de producción y vestuario, queda claro que, tal como sus cardenales, Cónclave es una película sumamente ambiciosa, pero a diferencia de ellos, el filme cumple con las exigencias que esa ambición le plantea y sale airoso de los desafíos que se autoimpone.
Otro punto importante de la cinta tiene que ver con el secuestro. Los sacerdotes se encierran en los pomposos salones del Vaticano para evitar toda influencia externa en sus cavilaciones. Cosa curiosa es que, incluso en los momentos que transcurren fuera del cónclave, los representantes de la Iglesia siguen apareciendo encerrados entre cuatro paredes, teniendo un mínimo contacto con el afuera. La Iglesia, entonces, es caracterizada como un órgano que busca influir en el exterior, llevarles un mensaje a sus súbditos y guiar a un rebaño, sin apenas conocerlo, pues no ha sido capaz de abrirse al mundo o asomar su cabeza a esa diversidad.
Por lo demás, esa búsqueda de pureza absoluta al votar es sumamente irónica cuando buena parte de sus votaciones giran en torno a circunstancias externas a la fe: posiciones políticas, historiales de vida, escándalos varios. No es casualidad que la ilusión del encierro aséptico se rompa cuando el afuera se cuele a la fuerza en el interior de la Capilla Sixtina, obligando a los sacerdotes a asumir sin rodeos sus posturas sobre lo que está pasando en el mundo. Es la brutalidad de las circunstancias entrando en esos salones gigantes y ostentosos la que los obliga a decidir: ¿Qué clase de persona debe dirigirlos? ¿Qué clase de Iglesia quieren construir?
Durante la película vemos las fallas en el corazón de los sacerdotes que buscan ser los representantes de Dios en la Tierra, pero son solo hombres. ¿Es eso realmente algo malo? No necesariamente. En un discurso clave, situado en la primera mitad del filme, el cardenal Lawrence declara que la certeza es enemiga de la unidad y de la tolerancia, y reza por un Papa que dude, pues “nuestra fe es algo vivo precisamente porque camina de la mano de la duda”.
Para algunos el final de Cónclave puede ser alocado o inverosímil, pero olvidan que va de la mano con esa suerte de guía moral que rige al filme y que, de alguna forma, le entrega una solución a la Iglesia en tiempos de descomposición y decadencia interna, acelerada por los escándalos de abusos y encubrimientos. ¿Es entonces una película anticatólica? Ni por acaso.
Cónclave muestra a sus protagonistas como seres falibles que comparten tantas pretensiones como buenas intenciones. En ese sentido, se erige en contra del viejo precepto de la infalibilidad papal y a favor de un Sumo Pontífice humano, inseguro, que dude, peque, pida perdón y siga adelante. Uno que entregue tanto como reciba y que, por fin, abra las puertas hacia el exterior. En ese sentido, no es una película que esté en contra de la Iglesia Católica, sino una que examina y cuestiona sus prácticas para proponer una nueva Iglesia, una que recuerde sus orígenes no por la importancia de la tradición, sino de perseguir los valores que le dieron sentido. Una idea nada revolucionaria, pero que está destinada a generar ronchas entre los sectores cristianos más tradicionalistas; críticas que, por cierto, están integradas en la trama. ¿Será posible? ¿Es importante en pleno Siglo XXI? La película entrega una respuesta, pero, lo cierto, es que el camino a seguir se juega elección a elección.
Ficha técnica
Título original: Conclave
Duración: 120 minutos
Año: 2024
Género: Drama
País de Origen: Estados Unidos
Director: Edward Berger
Guion: Peter Straughan, basado en el libro Conclave de Robert Harris.
Reparto: Ralph Fiennes, Stanley Tucci, John Litigow, Isabella Rossellini, Sergio Castellitto, Lucian Msamati y Carlos Diehz.
Distribución: Diamond Films
Estreno en salas: 6 de febrero de 2025