Crítica de cine “Crónicas de un affair”: Las cosas acaban y eso las hace más bellas

Por Magdalena Hermosilla

Crónicas de un affair (Chronique d’une liaison passagère) es una película romántica francesa, de comedia dramática, escrita y dirigida por Emmanuel Mouret, que cuenta con las interpretaciones de Sandrine Kiberlain y Vincent Macaigne, en los roles protagónicos, y de Georgia Scalliet en el rol secundario.

La película trata sobre la relación entre Charlotte (Sandrine Kiberlain), una madre soltera, y Simón (Vincent Macaigne), un hombre casado y padre de familia. Luego de conocerse en una fiesta, ambos deciden entablar una relación amorosa a pesar de las circunstancias extra-maritales de ésta. Al inicio, creen que su vínculo no pasará de ser una aventura netamente sexual, fuera de sentimientos profundos o románticos, sin embargo, con el tiempo se sorprenden de la fuerte conexión que entablan el uno con el otro y de la complicidad complementaria que existe entre ellos. De aquí que su relación se verá puesta a prueba con la aparición de Louise (Georgia Scalliet), una mujer infelizmente casada que busca volver a sentir la emoción de una aventura amorosa.

Emmanuel Mouret es un actor, guionista y director francés. Se graduó de la Escuela Nacional de Cine de Francia (La Fémis) y comenzó su carrera como cineasta a finales de la década de los 90, llevando a cabo -hasta la fecha- 14 largometrajes. Mouret suele moverse por el género de las películas románticas de comedia dramática y suele adoptar al menos dos de sus tres roles en la gran mayoría de sus filmes: como actor y director, como guionista y director o a veces, incluso, los tres.

Las películas de Mouret muestran una cara del amor que se mueve entre lo simple y lo complejo. Por un lado lo simple, porque no son narrativas donde el amor se desata en circunstancias ajenas a lo propiamente cotidiano y común de la experiencia de muchos; por otro lado lo complejo, porque nos muestra que no es necesaria una trama intrincada y difícil de seguir para lograr una historia de amor apasionada, genuina y compuesta de varias capas. Las historias de amor pueden ser complejas porque las personas lo somos.

Todos y cada uno de nosotros somos más de lo que podemos ver en la superficie. Somos nuestras circunstancias, nuestras ataduras, nuestros miedos y anhelos. Mouret entiende esto y lo lleva a todas sus obras. Amar es un arte, como bien sabe Mouret; retratar historias de amor permite, también, retratar las complejidades de la naturaleza y condición humana, al igual que la forma en la que estas complejidades son capaces de vincularse con las de otros.

Así, no pareciera raro que las influencias de este director se muevan desde los poemas de amor de Ovidio hacia las películas de Renoir. Mouret intenta retratar su comprensión profunda del amor desde la precariedad de la técnica cinematográfica. Son filmes con tramas sencillas que se centran en las emociones e interacciones humanas: las conversaciones, los momentos, las intimidades, los gestos y las miradas. Esta forma de relatar proviene de los cineastas franceses independientes que le precedieron. El mismo Mouret habla su admiración a las películas de Renoir, Truffaut, Godard y Rohmer, precursores de la nueva ola francesa que se caracterizaban por las tramas simples e íntimas, un estilo visual auténtico, realista, sin artificios excesivos y estructuras narrativas no convencionales. Todas estas características son parte de la construcción de Crónicas de una relación pasajera.

En cuanto a lo narrativo, esta película, como toda buena crónica, está separada por días concretos en los que los amantes se encuentran; fracciones en el tiempo de su relación. Más que un día completo, son ciertos espacios (físicos y temporales) en los que se desatan conversaciones específicas sobre ellos mismos. Estos dos elementos: el espacio y el diálogo que comparten, será el hilo narrativo que ligará toda la estructura del filme.

En un inicio, Charlotte y Simón nos parecen dos polos opuestos. Charlotte es despreocupada, asertiva, energética, sabe lo que quiere, dice lo que piensa, entiende el lugar que ocupa en la vida de Simón y nunca desea más. No busca de esta relación más que su satisfacción sexual y pasar el tiempo. En cambio, Simón es ansioso, tierno, cohibido y quizás un poco torpe (de una forma adorable). No sabe cómo proceder en esta circunstancia de la que nunca había sido parte, y resulta difícil para el espectador antagonizarlo por ser infiel, porque no cumple con los estereotipos de un hombre es esta posición; parece un pez fuera del agua.

Este primer acuerdo que tienen los amantes, sobre entablar una relación netamente sexual y sin ataduras, funciona para ambos. Pero pronto en la trama nos damos cuenta que tienen una conexión particular que les permite tener conversaciones acerca de todo, a veces muy profundas y reales. Al ser el diálogo el sustento principal de la trama, vemos con Simón y Charlotte, cómo esta dimensión se desata de forma muy orgánica. Cuando están juntos, ambos se convierten en la versión más pura y genuina de sí. Pueden olvidarse de quienes son en el mundo real y solo ser ellos mismos, en ese instante. Esto se ve retratado en la forma en la que se desenvuelven los diálogos entre ambos.

Sin embargo, aunque los amantes logran hablar de todo: el sexo, las aventuras, las relaciones, etc., les cuesta hablar sobre el amor. Cuando viene este tema a la conversación, pareciera que hay una parte de ellos que se rehúsa a aceptar que esto es algo que podrían sentir por el otro, quizás porque ambos entienden que esto dificultaría que la relación que llevan continúe su curso. Hablar sobre el amor es complicado; hablar sobre lo que significamos para el otro nos deja vulnerables; lo sabemos y, por eso, lo evitamos. En este caso lo mismo es cierto, los amantes evitan hablar sobre el único tema que, inevitablemente, saben que les traerá consigo sufrimiento.

Es por eso que, hacia el final del filme, cuando Simón confronta a Charlotte sobre si ellos están o no enamorados, la cámara hace un zoom in a la espalda de ella, mientras la pregunta la deja inmóvil. Este un momento de inflexión. Charlotte guarda silencio, da una vaga respuesta, luego sonríe y cambia el tema. Simón no se llega a enterar de que su amante parece no sentir lo mismo por él que lo que él siente por ella. Charlotte es incapaz de expresárselo, sin embargo, nosotros sí nos enteramos. La cámara nos lo hace saber.

Con este último punto llego a lo que, a mi parecer, es uno de los aspectos más interesantes de esta película: el trabajo de cámara. La cámara actúa como un ente que observa. La cámara, al ser nuestra ventana al mundo de Charlotte y Simón, va guiando nuestra mirada en ciertas direcciones, decidiendo qué mostrarnos y qué no. En la mayoría del filme, la cámara esta sobreencuadrada. Vemos a los amantes desde lejos, desde el marco de una puerta, desde la separación de una pieza a otra, o desde atrás de una pared. Es casi como si estuviéramos viéndolos escondidos, como si estuviéramos presenciando algo que no deberíamos.

Esto es interesante pues, al ser esta una película que trata sobre un amorío, que la cámara juegue a la escondida es muy acertado. Estamos, efectivamente, viendo una parte de Simón y Charlotte que no nos correspondería ver. La cámara sabe lo que hace, nos hace sentir parte de una intimidad a la que pareciéramos no poder acceder del todo.

Sin embargo, hay momentos donde el encuadre es distinto. Hay ciertas escenas en las que incluso vemos primeros planos de los rostros de Charlotte y Simón mientras hablan en la cama, después de hacer el amor. Estos son momentos cuando ambos se sienten cómodos con su vínculo; les hace sentido. Se aman sin tener que esconderse, por lo tanto, la cámara los muestra a ambos sin esconderse tampoco.

En cambio, son los momentos cuando hablan de la logística de su relación o se entablan en conflictos y dubitaciones acerca de lo que están haciendo, que volvemos a verlos desde lejos, en sobreencuadre. Es como si la cámara supiera lo que están sintiendo y actúa en base a ello para mostrárnoslo a nosotros. Por eso, el recurso del zoom in que le hace la cámara a Charlotte con la pregunta de Simón es remarcable, porque nos da una luz de lo que ella está sintiendo en ese momento.

Ahora, como se menciona arriba, esta es una película construida por dos elementos fundamentales: los diálogos y los espacios. La trama se desarrolla en una serie de espacios. Espacios físicos (lugares específicos) y también espacios temporales (cada día que se va enumerando en la crónica). Es, en estos espacios, donde se desarrollan estas conversaciones entre los personajes que van llevando la trama.

Los espacios tienen un rol fundamental también en la película y, para darles este peso y densidad, la cámara los recorre bajo una fórmula particular que se repite una y otra vez: hay una toma larga de plano fijo donde se graba un espacio mientras escuchamos las voces de los protagonistas. De repente, desde algún lugar del cuadro, ellos aparecen conversando. Es como si la cámara los encontrara furtivamente, como si los hubiera estado esperando. Una vez que los encuentra, se gira, muestra el resto del espacio y luego los sigue, mientras ellos continúan la conversación.

Esta fórmula sencilla permite crear inconscientemente en el espectador una cierta conexión con los espacios en los que habitaron los amantes. Por lo tanto, no parece extraño que, llegando al final del filme, cuando muestran estos mismos lugares ahora desprovistos de los amantes, se ven mucho más tristes y anodinos; están vacíos, como en Before Sunrise de Richard Linklater, donde se ocupa la misma escena para llegar a esta reflexión emocional.

El trabajo de sonido y la banda sonora también aportan a esta atmósfera de sencillez material, precariedad de equipo, trama sencilla y, sobre todo, y a hacernos sentir parte de la intimidad y el mundo interior de los personajes.

El trabajo de sonido es minimalista. Lo primordial es el diálogo, que en la mayoría de los casos es escuchado sin ningún tipo de música incidental. A pesar de esto, hay momentos donde esta sencillez es utilizada a favor de este juego de la intimidad presenciada desde afuera. Por ejemplo, la escena en la que Charlotte y Simón van a un día de montaña. Vemos su auto avanzando en la carretera, a varios metros del punto de vista del espectador, pero los escuchamos hablar. En términos reales, sería imposible para nosotros escuchar una conversación que está ocurriendo dentro de un auto a varios metros desde donde estamos; sin embargo, en este juego que la cámara logra (poner al espectador en la intimidad de los amantes) podemos hacerlo.

También está la música. La música es un factor que va acompañando no solo las acciones, sino también las sensaciones y emociones que van desatándose en los personajes, y que se van transmitiendo a los espectadores. Al inicio de la película, la música que acompaña las escenas y los montajes son unas canciones pop del artista Serge Gainsbourg, muy típicas del imaginario del romance francés. Pero a medida que va avanzando el filme, comienzan a introducirse -cada vez con más frecuencia- unas melodías emotivas y nostálgicas: las sonatas de piano de Mozart. Esto tiene que ver con cómo se van sintiendo los amantes y cómo su relación va cambiando a medida que pasa el tiempo y, sobre todo, con la aparición de Louise, que hace que las expectativas que tenía Charlotte de su relación con Simón cambien. La música pareciera ir acompañando este proceso de metamorfosis de la relación, donde si en un inicio todo apuntaba a una ilusión, levedad y anhelo, de a poco pareciera irse convirtiendo en desamor, pesadumbre y resignación.

Para concluir, me parece que si hay alguna frase del filme en la que se podría resumir el mensaje y carácter de lo que trata es: «Las cosas acaban y eso las hace más bellas», una de las últimas frases que le dice Simón a Charlotte una vez que logra expresarle lo que realmente sintió por ella. Palabras que le expresa aun sabiendo que no la podrá recuperar. En una película que hace de la temporalidad un factor tan importante en la construcción narrativa -y el impacto emocional que tiene su trama- tomando día a día los encuentros de amor de esta pareja, la noción de que en algún momento este amor acabará es real y cruda. Sin embargo, hay algo en esta temporalidad finita que permite, de cierta forma, que este amor sea preservado en el tiempo. Fue un amor pasajero en la realidad, sí. Pero Charlotte y Simón siempre vivieron en un plano que era ajeno a su realidad, donde el tiempo y el espacio parecían no contar, donde solo se permitían fluir y olvidarse de quienes eran fuera de este espacio que habían construido entre ambos.

Quizás por eso hay una reiteración de la figura de las pequeñas olas de agua que reflejan la luz en el río Sena; figura que también vuelve a encontrarse cuando los amantes están en el río. Ver cómo el agua fluye al principio y al final, también es un reflejo de esta temporalidad. Las cosas pasan. La gente pasa. Los sentimientos, incluso el amor, pasa. Cada estado es pasajero. Vivimos en la impermanencia y transitoriedad. Todos, finalmente, estamos solo de paso. Lo estamos tanto en nuestra propia vida, como en la vida de aquellos a los que amamos y que nos aman. Es exactamente esta complejidad de la condición humana la que permite que valoremos la belleza de la presencia cuando la tenemos. La que nos permite poder apreciar lo mágico del coincidir en un espacio físico y temporal juntos. Sí, las cosas acaban, y eso es, exactamente, lo que las hace más bellas. 

Ficha técnica:

Título: Crónicas de un affair (Chronique d’une liaison passagère)

Duración: 110 minutos

Año de estreno: 2022

País de origen: Francia

Director: Emmanuel Mouret

Reparto: Sandrine Kiberlain, Vincent Macaigne

Productora: Moby Dick Films, Arte France Cinéma

Distribuidora: Pyramide Distribution, Cirko Film

Fecha de Estreno: 11 de abril 2024

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