Crítica de cine “Diario de un hombre a la deriva”: La tendencia al relato íntimo, subjetivo y deambulante

Por Magdalena Hermosilla Ross

Existe en el cine contemporáneo, en especial en las películas del siglo XXI, una corriente narrativa y estética muy marcada que decide poner el foco en los diálogos y las interacciones humanas, en el cotidiano, en la vida misma, antes que en la trama/conflicto central. Es una corriente que no pone al protagonista como un ser que acciona, que no busca la relación constante del cambio/movimiento, que no se preocupa por un trabajo exhaustivo desde la estética de la imagen cinematográfica, y que no suele inscribirse dentro de un género cinematográfico específico. Es un movimiento que pretende replicar y registrar la vida en el cine más que hacer de él un espectáculo.

El filme Diario de un hombre a la deriva, documental del realizador José Ibáñez, está construido desde esta tendencia del cine contemporáneo al movimiento intimista y deambulante. Aspecto presente de forma muy notoria en los documentales chilenos de las últimas décadas. Es una corriente que podemos ver en documentales desde El eco de las canciones (2010) de Antonia Rossi, El pacto de Adriana (2017) de Lissette Orozco, Cosas que nunca dije (2018) de Nicolás Guzmán, Visión nocturna (2019) de Carolina Moscoso, hasta películas de Ignacio Aguero como El otro día (2012), Como me da la gana II (2016), Nunca subí el Provincia (2019), e incluso puede ser evidenciado en grandes éxitos de la crítica como La memoria infinita de Maite Alberdi.

Lo que todas estas películas tienen en común (más allá de compartir un género, país y época de realización en específico) es la predilección a utilizar el documental, no desde su concepción purista, estadística e informativa, sino desde una reinterpretación del género que apunta a un relato desde lo subjetivo, lo personal, lo autobiográfico, lo íntimo. Muchas veces, estas películas están marcadas por no estar sujetas a un trama específica y están construidas por una intención observacional, en primera persona, con protagonistas óptico-sonoros (Según lo entendido por Deleuze en La imagen-tiempo). Son películas que se relatan desde esferas de lo personal y subjetivo, como la familia, la identidad, y las experiencias personales que alteran la forma en la que percibimos el mundo.

Esta película sigue a José, un estudiante de cine chileno, radicado en Argentina por sus estudios, que documenta distintos eventos históricos a lo largo de 8 años, desde la revolución de Maidan en Ucrania, hasta las protestas en Chile en 2019 y la invasión rusa a Ucrania en 2022. La película es un documental en forma de diario íntimo. José es testigo lejano de procesos de revolución y cambios históricos que si bien pretende registrar por su cuenta, no lo logra porque no está en el lugar de los hechos cuando estos ocurren. La película está relatada en modo de bitácora de viaje, con imágenes de las ciudades a las que viaja, mientras la voz en off relata los diferentes eventos/conflictos de lo que ocurre y las reflexiones que le suscitan.

En la introducción, se lee a modo de epígrafe la frase “la vida está en otra parte” de Rimbaud. Esta frase está bien utilizada pues resumirá toda la premisa de la película. El principal hilo conductor narrativo que mueve a la trama, está en los conflictos nacionales e internacionales y en el acto de presenciar el curso de la historia a la distancia, es por eso que hace sentido la especial fijación en las embajadas, que representan el asilo de un conflicto que no se está dando en aquel país, gran parte de la película es José grabando las embajadas en el país en el que se encuentra, y la forma en la que pareciera sentir una conexión y cercanía con el país del que ha partido, hacia apuntar la cámara a su embajada.

Por otro lado, el sentimiento de estar siempre lejos de la historia, genera también esta atmósfera de “deriva”. Produce un aura de falta de dirección, en tres dimensiones: primero, la cámara nunca está apuntando al lado correcto. En vez de apuntar a los conflictos sobre los que versa, está apuntando hacia las calles de otro país, lejos del conflicto mismo. No tiene, así, ese sentido de dirección hacia el conflicto, sino lejos de éste, evidenciado en este prefacio. Segundo, es el mismo protagonista el que está a la deriva. Se encuentra perdido en tierras extranjeras, con barreras idiomáticas y culturales ajenas, un sentido de alienación. Tercero –y dado por la conjunción entre el primer y segundo punto– es la trama misma la que está a la deriva. Es una trama sin trama, sin conflicto central, recorrido sin destino final. Es un relato deambulante, de planos diversos sobre ciudades extranjeras,  solo hilado mediante la corriente de pensamiento de su protagonista.

Su estructura, en este sentido, se da muy al estilo del documental subjetivo francés que surgió en la década de los 70, que inició este tipo de relato de lo íntimo y deambulante con directores como Chris Marker o Agnes Vardá, y que se puede ver especialmente expresado en películas cómo News from home de Chantal Akerman, donde la directora lee las cartas de su madre mientras muestra imágenes de la ciudad de Nueva York, en la que está estudiando. Este tipo de cine se desarrolla en Latinoamérica durante la misma época de forma simultánea (con ciertas influencias de las nuevas olas europeas). Tiene lugar en la región una renovación del lenguaje cinematográfico, que viene de la mano con otras corrientes renovadoras del pensamiento como la filosofía de la liberación, que nos trae relatos documentales y de ficción que responden a este mismo principio de lo observacional, la imagen-tiempo en oposición a la imagen-movimiento, ir en contra del conflicto central y la construcción de personajes óptico-sonoros.

Esta corriente, denominada Nuevo Cine Latinoamericano, trae consigo películas que experimentan tanto en su cualidad técnica como narrativa. Así, surgen relatos relatos como El Chacal de Nahueltoro de Miguel Littin (Chile, 1969), Dios y el Diablo en la Tierra del sol de Glauber Rocha (Brasil, 1964), Ukamau de Jorge Saninés (Bolivia, 1966) o Memorias del subdesarrollo de Tomás Gutiérrez Alea (Cuba, 1968). Un cine cargado de acusación política y relatos de la gente común, pero donde también tenemos un grado importante de experimentación estética y registros desde lo observacional, subjetivo y deambulante. Sobre todo con esta última, Memorias del subdesarrollo, la película de Ibáñez guarda gran relación. Sergio, el protagonista de la película de Gutiérrez Alea, relata su vida en formato diario, recorriendo las calles de una Cuba que le parece ajena, sintiéndose ajeno del conflicto y la revolución, de la misma forma que José se siente en Diario de un hombre a la deriva.

Ambas películas además, ocupan también varias escenas que mezclan material de archivo, registros documentales, imagen fija v/s imagen en movimiento y registros de ficción (construcciones de realidades). Además, en la película de Ibáñez tenemos muchos otros tipos de registro, como imágenes de páginas web, noticiarios, animaciones, CCTV footage, etc. Un gran número de distintos registros que componen una construcción de imagen dinámica y fragmentada (de la misma forma en la que ocurre en otras películas como El Eco de las Canciones de Rossi, donde también se intercalan registros documentales con animaciones) que consolidan esta subjetivización y experimentación de un relato que no pretende ser más que sí mismo y que utiliza las licencias y posibilidades tecnológicas del siglo XXI para construir sucesiones de imágenes que construyen realidades más complejas.

Este caminar, grabar y reflexionar constante, propio del relato deambulante y que genera este sentimiento de “deriva” tiene ciertos códigos visuales que componen también la construcción estética de este filme. Hay dos recursos principales que se utilizan en la construcción de registro: planos detalle fijos y planos generales/de conjunto con cámara en mano. Ambos son propios de los protagonistas óptico-sonoros. Los planos detalle permiten a los espectadores comprender la interioridad de los personajes, mostrándonos pequeñas ventanas en detalle de los espacios y objetos que componen sus vidas, a su vez, los personajes que observan el mundo a su alrededor, prestan atención a estos pequeños detalles de lo circundante. Existe, en especial en este tipo de cine, una predominancia de los planos detalle que nos demuestran también la importancia que tienen los objetos en el cine, no sólo en su carácter simbólico, sino también para describirnos y darnos información sobre los personajes. Un plano de 5 segundos que nos muestra una caja de pastillas vacías en medio del desorden puede decirnos más sobre un personaje que un diálogo de 5 minutos.

Estos planos detalle que son uno de los sustentos estéticos de la película, se ven intercalados con planos generales o de conjunto con cámara en mano, que es el otro gran sustento de imágenes en cuanto a este tipo de relatos y personajes que recorren, escuchan y observan el mundo a su alrededor, pues dan paso al carácter de recorrido –deambulación– visual. Otras imágenes, como aquellas realizadas en vehículos en movimiento (las escenas del tren, por ejemplo) están sujetas al mismo fin. El recorrido es una parte vital de la construcción de estos filmes. La cámara es un ente que se mueve y observa. En este filme en particular, la cámara es tímida, probablemente porque el realizador lo es. Filma siempre escondida, desde detrás, desde lejos, sobre encuadrada. O bien, filma objetos, imágenes fuera de campo, fuera de la acción central, filma las nubes, los árboles, las ventanas, los pies, las hojas, los monumentos, casi nunca a la gente, a menos que sea de lejos.

Hay un vínculo importante de este tipo de cine con el tiempo. En el cine intimista documental, que retrata vidas y subjetividades, el recurso del tiempo es de suma importancia, no se puede hacer un documental de un día, es una investigación que muchas veces dura años. Las acciones de las esferas de lo personal y colectivo, sólo pueden desenvolverse y concretarse en patrones visibles a través del tiempo. Películas como las de Linklater, propias del movimiento intimista y deambulante, centrado en los diálogos, el cotidiano y lo observacional, pueden tardar décadas en ver la luz. Películas de Maite Alberdi, también significan investigaciones visuales de varios años, incluso antes del proceso mismo de rodaje, para lograr entender las dinámicas interpersonales en las que se inscriben. En este caso, ocho años de grabar distintos momentos de la historia que ocurren en planos lejanos y las reflexiones que se desarrollan en base a esta experiencia.

Esta película puede estar inscrita dentro del movimiento de lo intimista documental porque no es una cinta sobre diferentes conflictos y momentos importantes de la historia en un periodo de ocho años, sino porque trata de las reflexiones de su realizador frente a no formar parte de quienes registran y documentan esta historia. El hilo que une toda la narrativa va en él, en su corriente de pensamiento, en aquello que observa, en aquello que siente, en aquello que piensa del mundo a su alrededor. El relato surge desde su subjetividad. Esto es reforzado por los vínculos que establece entre estos conflictos internacionales y su historia familiar, sus decepciones amorosas, mostrarse a sí mismo frente al espejo y la voz en off de su diario que va uniendo los hechos mediante sus pensamientos al respecto.

Esta tendencia del cine documental contemporáneo chileno, no se ve necesariamente en todas sus películas, pero sí en muchas de ellas que remiten a hacer de un relato que surja desde esta misma noción, entender el cine como una forma de experimentar, digerir y reflexionar sobre mi propia experiencia humana. Mostrar al mundo una versión del cine que no provenga desde el espectáculo ni desde la desvinculación con nuestra propia humanidad, sino desde introducirnos a estos pequeños dramas simples y autobiográficos, no tanto con la intención de generar un gran éxito de taquilla, ni que logre apelar a un público masivo (porque para eso ya existe el cine comercial) sino como una forma de ahondar en mi propia humanidad como realizador y mostrarla hacia afuera de forma que pueda resonar con un otro, aunque sea solo un par de personas más.

Esta película plantea esta conexión de lo simultáneo, de que las vivencias mías y las de un otro no son mutuamente excluyentes, incluso en hechos de lo histórico y más aún en el contexto contemporáneo. Las imágenes de CCTV footage, por ejemplo, son parte de este puente de lejanía/cercanía, son un recurso que muestra cómo aunque estés lejos de un lugar y personas en específico, puedes verlos, presenciar sus cambios, estar con ellos viviendo simultáneamente. La posibilidad de conectividad del mundo moderno que refuerza el proceso de globalización, permiten que incluso estando lejos del curso de la historia, podamos presenciarla y sentirnos parte de ésta.

“Presenciar el curso de la historia a la distancia” es la idea que envuelve todo el filme. Es el centro de este relato a la deriva, deambulante, subjetivo e interior. Este relato de embajadas y conflictos, de pequeñas ventanas que muestran pequeñas realidades del mundo más allá de nuestra cordillera, pero que continúa, mediante las reflexiones de este realizador, conectado a esta tierra larga, recóndita y escondida. La reflexión final que tiene José Ibáñez sobre toda esta larga travesía, es aquella que dará sentido a este sentimiento de su deriva por lugares y conflictos aparentemente inconexos: “La historia se ha expandido irremediablemente (…) ya no estamos protegidos ni por la distancia, ni por las ruidosas pantallas del noticiero. Para bien o para mal, la historia está aquí junto a nosotros. No es necesario moverse un metro para encontrarla. Su voz es suave como el viento de otoño, para escucharla, hay que quedarse en silencio”.

Ficha técnica

Título: Diario de un hombre a la deriva

Duración: 65 minutos

Año de estreno: 2024

País de origen: Chile

Países de rodaje: Chile, Argentina, Alemania, Ucrania

Director: José Ibáñez

Productor: Michel Toledo

Producción ejecutiva: Roma Saavedra

Casa productora: Tótem Producciones y Oficio Ficción

Montaje: Liz Díaz y José Ibáñez

Sonido directo y dirección de fotografía: José Ibáñez

Postproducción de sonido: Jorge Acevedo (Queltehue Films)

Postproducción de imagen: Rodrigo Gómez

Estreno: 24 de septiembre estreno nacional en salas seleccionadas.

 

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