Por Álvaro Guerrero
La película que da el cierre final a Downton Abbey, viene precedida por dos largometrajes anteriores que siguieron al final de la quinta y última temporada de la serie inglesa. Ambas comenzaban sin preámbulo alguno, como si fueran lo que en realidad son: capítulos de larga duración. Se trata de artefactos pensados directa y exclusivamente en los fans. De igual forma, no hay introducción a los personajes ni su mundo en Downton Abbey, el gran final, que se inicia inmediatamente con un drama atractivo, tomando en cuenta el contexto social de 1930, año en que se ambienta la historia: el divorcio de Lady Mary Talbott (Michelle Dockery), la hija mayor del matrimonio formado por la estadounidense Cora (Elizabeth McGovern) y Robert Crawley (Hugh Bonneville), actual patriarca de la familia y hombre a cargo de todo lo que conlleva Downton, el manejo de la inmensa mansión, la granja, y sobre todo a los criados, que representan el otro mundo B de la historia.
El matrimonio de Lady Mary es cosa del pasado desde el minuto uno, y lo que presenciamos son los sinsabores de la condena social que la aun rígida alta sociedad británica, hace sentir sobre la familia en forma de aislamiento completo. La llegada del “tío de América”, Harold, interpretado por un siempre carismático Paul Giamatti, enriquece el tejido anímico de una familia aristócrata cercada por el rechazo de sus pares. Harold trae consigo a una especie de socio comercial y amigo, aunque en rigor no es ninguno de los dos. Gus Sambrook (Alessandro Nivola), logra seducir a Mary en algo que puede parecer un romance en ciernes o una simple estafa, eso hay que esperarlo.
Por otra parte, se sienten vientos de cambio social, de una apertura que rompa los moldes tradicionales en el trato y cercanía de señores y criados, como síntoma de la necesidad de abrir las ventanas y hacer que entre el aire fresco, seguramente debido al miedo que ha provocado en las altas esferas europeas los procesos de revolución. De hecho en algún momento, el antiguo mayordomo ironiza con el hecho de que no se encuentran en la Unión soviética, para responder a los bríos de Daisy Parker (Sophie McShera), la criada más rebelde y consciente respecto de su clase social. También el cine, tema central en la película inmediatamente anterior, ha sido un elemento democratizador al integrar a la vieja y fiel servidumbre a la pantalla, y desde ella poder llegar a todas las clases sociales, con la inmediatez que implica la representación del cinematógrafo. Para este final, corresponde el turno del teatro y algún escritor legendario como salvadores de la reputación social de la gran familia y conciliadores de voluntades y horizontes disímiles, entre señores y servidores, pero muy cercanas en el espacio.
El otro pilar de Downton Abbey, el gran final, es el traspaso de mando, de una generación a otra, y de un hombre a una mujer: del padre a la hija prodiga que ha caído en la desgracia. Los vaivenes y la evolución del guion en todos estos frentes se revela con la misma eficacia de siempre, uniendo los hilos mediante conversaciones breves, miradas que bajo la flema británica dicen mucho más de lo que aparentan, y por sobre todo, el recurso del humor negro, que es lo que otorga a este mundo de ricos y pobres un halo de honestidad que lo hace más íntegro y digno de existir.
El matrimonio Crawley se muda a un departamento, algo para ellos tan desconocido como para los criados el ser integrados en la mesa de organización de la feria anual que se realiza en Downton. Este final de serie se despide como lo que es, un culebrón elegante pero lleno de micro sustancias que van formando un tejido encantador y evocativo de vidas al servicio de ideales de otra época: fidelidad a una familia que no es directamente la tuya, pertenencia a un territorio y unos muros, al mandato de la tradición y los antepasados, presentes con su mirada casi imparcial desde los oleos colgados, y por sobre todo reivindicación de un orden, de jerarquías sostenidas en el respeto y la aceptación.
Los personajes de Daisy y Joseph Molesley (Kevin Doyle) son interesantes en este aspecto, ya que representan arquetipos distintos en su rebelión. La primera sin duda desea un día salir de esa cocina y abrirse paso a nuevas facetas de vida, pero su fe en este orden de la casa parece basarse en hacerse las preguntas ajustadas y precisas respecto a los caminos a seguir, y a la importancia de que lo que la rodea es más un refugio y un piso mínimo que una “cárcel”. El segundo es el personaje divertido, payasesco más bien, dominado por un arribismo que no impide a su mujer decirle al final, “podemos ser felices con lo que tenemos”, a lo que el responderá, sin mucha seguridad: “lo intentaré”. No hay escapismos en la serie. No se traiciona ni a los jefes, ni estos a su pasado, ni los creadores a todos sus personajes.
Ficha Técnica
Título original: Downton Abbey: The grand finale
Dirección: Simon Curtis
Guion: Julian Fellowes
Reparto: Michelle Dockery, Hugh Boneville, Paul Giamatti, Elizabeth McGovern, Dominc West, Laura Carmichael, Jim Carter, Alessandro Nivola, Kevin Doyle, Sophie McShera
Fotografía: Ben Smithard
Duración: 123 minutos
Género: Drama de época
País: Gran Bretaña
Estreno: 2 de octubre
Distribuidora: Andes Films