Por Juan Marín
En 1922, el cineasta alemán Friedrich Murnau realizó la primera adaptación cinematográfica de la novela Drácula de Bram Stoker, aunque sin autorización, lo que lo llevó a cambiar el nombre del film a Nosferatu. En 1931, Universal Pictures, en plena era de los monstruos clásicos, presentó su propia versión oficial, protagonizada por Bela Lugosi. Esta película consolidó la imagen pop del vampiro. En 1958, Terrence Fisher dirigió la primera versión a color de Drácula, con Christopher Lee en el papel principal. Más tarde, en 1979, el reconocido director alemán Werner Herzog realizó un destacado remake de Nosferatu, con las memorables actuaciones de Klaus Kinski e Isabelle Adjani. En 1992, Francis Ford Coppola estrenó su versión de Drácula, una adaptación romántica y apasionada de la novela, protagonizada por Gary Oldman y Winona Ryder. Más recientemente, en 2024, Robert Eggers presentó un sólido y respetado remake de Nosferatu. Un año después, Luc Besson intentó adaptar libremente la novela de Stoker, inspirándose en algunos elementos de la versión de Coppola. Sin embargo, el resultado dista mucho de las obras de Eggers y Coppola: su película es, lamentablemente, un fracaso total, sin rumbo ni identidad clara.
Luc Besson, director que alcanzó fama a fines de los años 80 con Azul profundo y consolidó su nombre en los 90 con títulos como Nikita, León: el profesional y El quinto elemento, parecía tener un camino prometedor en el cine comercial francés e internacional. No obstante, es un director sobrevalorado, y su cine ha perdido relevancia desde Angel-A. Esta fallida versión de Drácula no hace más que confirmar la irregularidad de su filmografía.
La película es desastrosa: parece un telefilme pretencioso, con un tono kitsch, diálogos de telenovela y una estética paupérrima. El guion es débil y le falta profundidad en los personajes. No hay una verdadera conexión emocional con la historia, incluso el propio Drácula, carece de complejidad. Algunas escenas se asemejan más a un videojuego mal hecho que a una película, mientras que otras recuerdan a la superficialidad de un anuncio de perfume. Aunque la ambición de Besson por sumarse a la larga lista de adaptadores de Drácula es evidente, el resultado es tan plano, ruidoso y aburrido que no logra enganchar. En definitiva, no le llega ni a los talones a Coppola aunque lo intente imitar u “homenajear”.
La banda sonora de Danny Elfman en un inicio parece adecuada, pero luego resulta imposible no recordar la composición de Wojciech Kilar en la versión de Coppola. Existen varias similitudes entre las musicalizaciones de ambas películas, lo cual es comprensible considerando el universo narrativo que comparten, pero en este caso las semejanzas son excesivas y evidentes. La orquestación, particularmente el uso intenso del violín, intenta capturar esa dualidad entre el romance gótico y el terror. Sin embargo, mientras en Coppola funciona, en la versión de Luc Besson esa tensión no logra plasmarse con eficacia.
Este Drácula, dirigido por el olvidable Besson, se convierte en una versión absurda y, sin pretenderlo, cómica. El romance que en la película de Coppola es sutil y elegante, aquí aparece como una propuesta burda, desconectada y caótica, carente de toda sutileza,. En ambas versiones, el romance funciona como motor de la trama más que el propio terror gótico de la novela original, pero la diferencia de ejecución es abismal.
En la versión de Herzog, el romance tiene un tono más melancólico, al servicio de la tragedia. En cambio, Eggers apuesta por una visión más visceral y erótica. Ambas adaptaciones, inspiradas en el expresionismo alemán al ser remakes directos del clásico de Murnau, logran una atmósfera gótica mucho más lograda y coherente.
La película de Besson falla no solo en el guion y su lectura superficial de la novela, sino también en lo técnico y estético. Las gárgolas generadas por un CGI de pésima calidad no encajan con algunos momentos visuales que parecen inspirados por obras como Ran de Kurosawa o El perfume de Tom Tykwer. Incluso una coreografía ridícula en una escena puntual cambia bruscamente el tono del film, revelando su falta de cohesión narrativa. Se trata de una obra sin alma, muy lejos de rendir homenaje a la novela o a sus mejores adaptaciones. Incluso, si se la considerara como un simple producto de entretenimiento, resulta tediosa y mucho más larga de lo que realmente es.
El maquillaje también deja mucho que desear: genérico, mal ejecutado y de una calidad sorprendentemente baja para una producción de esta envergadura
Es una película condenada al olvido, y ni siquiera nombres talentosos como Caleb Landry Jones o Christoph Waltz consiguen salvar este desastre cinematográfico. Probablemente una de las adaptaciones más pobres de Drácula. Aunque no se esperaba mucho de Besson, el resultado es francamente vergonzoso. Pero así funciona la industria: directores como Besson siguen recibiendo financiamiento millonario para películas mediocres, mientras que cineastas más radicales como John Waters, Todd Solondz o incluso David Lynch (quien no pudo costear su último proyecto antes de fallecer) quedan fuera.
Ficha técnica
Título original: “Dracula: A Love Tale”
Dirección: Luc Besson
Guion: Luc Besson (novela Bram Stoker)
Música: Danny Elfman
Fotografía: Colin Wandersman
Reparto: Caleb Landry Jones, Zoë Bleu Sidel, Christoph Waltz, Matilda De Angelis
País: Francia
Año: 2025
Duración: 129 min
Distribuidora: BF Distribution