Por Coté Álvarez Franco
La brújula con la que la cineasta nacional Josefina Morandé se ha guiado hasta ahora, apunta a un rescate de esa memoria nuestra tan frágil a pesar de lo tan reciente. Enfocada en los accionares sociales de protesta erigidos durante la dictadura, explora las valientes actividades del colectivo “Mujeres por la vida” en su documental Hoy y no mañana (2018) y, en la misma línea, trabaja el emblemático caso del mártir Sebastián Acevedo que inspirara a un movimiento contra la tortura a llevar su nombre en El don absoluto, su más reciente producción.
El uso de mártir no es hiperbólico; de hecho, en la película alimenta la columna vertebral del contenido que se pretende comunicar. Definido como “persona que muere o sufre grandes padecimientos en defensa de sus creencias o convicciones”, el término describe sin fisuras lo que Acevedo llegó a convertirse en noviembre de 1983 tras inmolarse frente a la catedral de Concepción exigiendo la liberación de sus dos hijos secuestrados por la CNI.
El destino dictaría el fallecimiento de Acevedo, la sobrevivencia de María Candelaria y Galo, y la formulación de interrogantes que quedarían flotando en el aire todavía oprimido de un territorio al que aún le restaban muchos años de sometimiento: ¿es tal el nivel de barbarie que la desesperación de un padre lo lleva a no encontrar más opción que quemarse a lo bonzo para concientizar sobre el horror? ¿Cómo es posible llegar a esto? ¿hasta cuándo la indolencia? ¿se seguirá simulando que todo está bien este país? ¿es que la vida humana ya no vale nada?
Morandé ha manifestado sentirse inspirada para preguntarse ¿mi padre haría esto por mí? para desarrollar el proyecto y, si bien esta idea es desprendible del sentimiento que provoca casi por defecto, no es precisamente lo que engloba el filme. Configurado en dos partes, El don absoluto primero construye la persona que fue el protagonista hasta el día de su muerte desde el relato de sus hijos, y luego presenta la ideología y acciones del “Movimiento Contra la Tortura Sebastián Acevedo” fundado por el sacerdote jesuita José Aldunate.
Conectar estas dos narrativas resulta inevitable, y la película acierta montando esta correlación puesto que mantiene la mirada consistente en su norte –el concepto de mártir- conforme une la impotencia frente a la injusticia que personalizara Acevedo y que compartiera el cuerpo de protestantes mencionados. Al ahondar en la motivación respecto a su modus operandis que, además, está ligada a un hecho profundamente conmovedor, la obra supone un progreso respecto a su antecesora que, aunque igual de honesta que esta, no alcanza a percibirse como algo más que ilustrativa.
No obstante, esta decisión convoca la sensación de querer ver más de su figura central. Cuando, en la primera mitad, apreciamos la colaboración entre la cámara, diseño de sonido y montaje para esbozar el mundo interno de Acevedo, se obtiene una inmersión que remueve, y que no dan deseos de abandonar, no todavía. La subjetividad del protagonista es un misterio que la cinta logra pincelar con el suficiente tacto de no romantizar para extenderse en el metraje o, incluso, habitarlo entero.
De convicción firme, Josefine Morandé se alza como un aporte en el documental comprometido con no renunciar a la memoria. Su segunda entrega es de intenciones nobles ejecutadas con sensibilidad artística a la altura de semejante temática, tanto así que deja gusto a poco. Impresiones discutibles que de ninguna manera desvisten a El don absoluto de su carácter estremecedor para cualquiera con un ápice de humanidad.
Ficha Técnica
Título: El don absoluto
Directora: Josefina Morandé
Productora: Marcela Morilla
Música original: Catalina Claro y Pablo Ávila
Dirección de fotografía: Pablo Valdés
Montaje: Josefina Morandé
Duración: 78 minutos
País: Chile
Casa productora: Bamba Films
Estreno: 28 de septiembre
Distribuidora: CCDoc – Miradoc
Con tal crítica llama mucho la atención ver el documental.