Por Julio César Olivares
La idea es atrayente. Un temido y poderoso narcotraficante mexicano contacta secretamente a una abogada para que le ayude a organizar la operación de cambio de sexo con la que ha soñado toda su vida. Eso, con el telón de fondo de los cientos de miles de asesinados y desaparecidos que ha dejado el narco en el país norteamericano, en una historia comandada por un trío de actrices talentosas y reconocidas (las estadounidenses de origen latino Zoe Saldaña y Selena Gómez, y la actriz trans española Karla Sofía Gascón), y contada a través de un musical irreverente, dominado por la visión autoral enérgica y sin complejos que le otorga el director francés Jacques Audiard (Un profeta, Dheepan).
Suena bien. Es llamativo, disruptivo y original. Tal vez por eso Emilia Pérez se ha convertido en una de las películas más premiadas del 2024, acumulando reconocimientos en Cannes, los Premios del Cine Europeo, los Globos de Oro y corriendo como una de las favoritas para llevarse un puñado de premios en la próxima ceremonia de los Oscar.
Vista así, tiene una serie de méritos que la destacan y que explican esa recepción: algunos de sus números musicales son visualmente envolventes (aunque no sean la mayoría), cuenta con un sonido de lujo que repercute temáticamente y sus actrices están entregadas a la visión dispersa y caótica de Audiard. Pero Emilia Pérez es un filme que tiene mucho por mostrar y poco que decir. Algo sorprendente si tenemos en cuenta los temas que toca, muchos de los cuales han sido objeto de algunos de los más audaces tratamientos cinematográficos de los últimos años.
Sin destripar demasiado, el grueso de la trama gira en torno a la reaparición de Emilia (Gascón) en su país, años después de la supuesta muerte de su versión masculina; de las relaciones que entabla en su nuevo cuerpo con su familia (Gómez, su esposa, y dos niños -quienes no saben que “la tía Emilia” es el caído narcotraficante; y sus esfuerzos por levantar una ONG dedicada a encontrar los restos de los desaparecidos precisamente por los narcos. Situaciones y emprendimientos en los que cuenta con la asistencia de la abogada Rita Mora (Saldaña), la misma que fue clave para que concretara su cambio de sexo. Y es precisamente Saldaña el punto más alto de la cinta. Su performance como una abogada talentosa, frustrada e infravalorada es electrizante y le da consistencia a un filme que sin ella naufragaría con facilidad. Karla Sofía Gascón, en tanto, derrocha sensibilidad cuando se necesita y es muy hábil en dotar de distintos tonos de voz a sus representaciones del narco Manitas y de Emilia, destacando una suerte de sincretismo que realiza cuando los rasgos violentos del primero se cuelan en su nuevo yo. Para Gómez, en cambio, sus notorias dificultades con el español -llamativas para una artista que se presenta como latina ante la industria- le impiden darle veracidad a su rol. Es absurdo que no se le entienda lo que dice a un personaje que usa naturalmente modismos como “pinche” o “chingar”; y ese aprieto que no logra resolver es tan altisonante que puede sacar a los espectadores de lo que se ve en pantalla.
Pero el acento de Gómez no es el único desacierto. Emilia Pérez es una película que constantemente tropieza consigo misma, probablemente en la búsqueda de la grandiosidad, de la rareza y la originalidad. De una escena a otra la película puede pasar del thriller narco al camp y luego al melodrama tradicional, sin solidez tonal alguna. Si bien nunca deja de ser llamativa, se siente como un cóctel de elementos que no terminan por cuajar, algunos más logrados que otros, pero en general inconsistentes.
Una de las canciones que más llaman la atención (no necesariamente en un buen sentido) se llama Vaginoplastia y en ella el personaje de Saldaña conversa con un doctor experto en cambios de sexo, con diálogos recargados y risibles como -¿Man to woman or woman to man? / – Man to woman / – From penis to vagina. Una escena así, exagerada y extravagante, podría funcionar en sí misma y ser vulgarmente graciosa, pero solo un minuto después la película intenta que sintamos terror por la situación peliaguda en que está la abogada, y luego pasa al drama que vive la líder trans del cartel. Es esa inconsistencia la que impide disfrutar del todo una serie de elementos que tienen valor en su particularidad.
Lo mismo pasa visualmente. Muchas de las secuencias que crea Audiard funcionan en sí mismas, otras son exageradas y ridículas. Pero, más allá del mérito que puedan tener cada una de esas ideas visuales en particular, es la oscilación entre unas y otras la que no le permite cristalizar, pues ninguna dura lo suficiente para formar una textura perdurable.
¿Por qué una canción de Selena Gómez tiene subtítulos a modo de karaoke? ¿Qué hay de la canción en que el nivel de voz de Saldaña varía según qué tan cerca o lejos se mueva de la cámara? La respuesta parece estar en el caos, en la locura, en la necesidad de romper moldes. Eso puede ser muy divertido, pero también carece de un sentido mayor. Y es que narrativamente es difícil detectar cuál de todas las direcciones que persigue la película es, en el fondo, su propósito. ¿De qué se trata realmente Emilia Pérez? ¿De la hermandad femenina, como dijo el director europeo al recibir un Globo de Oro? ¿De la experiencia trans? ¿De la búsqueda de la redención? Un poco de todo eso, sí, pero esa dispersión es nebulosa, más cuando la película se queda solo en las superficies y no profundiza con acierto en ninguna de sus propuestas.
No se trata de que toda película que transcurra en México tenga la obligación de ofrecer un tratado concienzudo sobre las consecuencias del narcotráfico en el desmembramiento de su tejido social. Tampoco de que, por tener una protagonista transgénero, necesariamente tenga que ofrecer un retrato socialmente consciente o que explique en profundidad los bemoles de la experiencia trans. No sería esa una exigencia si no fuera la propia película la que se propone hablar de estos temas en serio, del México real y profundo, de los dolores de ese pueblo y de la posibilidad de redención de un asesino que se dio la oportunidad de renacer.
Lo hace desde el comienzo, cuando presenta el territorio mexicano mientras de fondo cantan unas señoras que compran “diamantes, pasaportes, datos personales, metralletas, drogas duras”, o, luego, involucrando a los ciudadanos como bailarines de apoyo en el primer número musical de Saldaña, uno que dice: “Cuando hablamos de violencia hablemos de compasión, hablemos de nuestros muertos, hablemos de nuestras sombras, acojamos nuestro mundo”.
Decisiones de ese tipo hay por montones. Es la propia cinta dirigida y escrita por Audiard la que elige hacerse cargo de las complejidades de una sociedad avasallada por el horror, pero termina solo tocándolas por encima, cuando no ofreciendo un enfoque fallido y hasta vergonzoso, especialmente para los mexicanos que ven como sus problemáticas fueron desnaturalizadas por un filme sobre México hecho desde demasiado lejos.
Uno de los puntos más polémicos del filme, de hecho, es un número musical (Aquí estoy) en que narcotraficantes arrepentidos y familiares de desaparecidos cantan al unísono, hermanados en el propósito de ubicar los cadáveres de los asesinados por los propios narcotraficantes. Filmografías completas podrían basarse en la posibilidad del perdón, pero la cinta francesa se salta cualquier conversación al respecto y une sin cuestionamientos a víctimas y victimarios, sin reparar en la crueldad inherente a esa decisión.
Por lo demás, la disconformidad de género que ha vivido Emilia toda su vida es utilizada para exculparla de sus actos como Manitas del Monte. La protagonista del filme se presenta como víctima de las circunstancias en que creció, y su labor como victimario es apenas mencionada como algo de lo que se arrepiente, sin ahondar -nuevamente- demasiado.
Hay una idea muy interesante -que guía el tercio final de la película- acerca de la distancia que hay entre la mujer nueva que se presenta públicamente ante la comunidad y “la bestia que la persigue”, esa violencia que sigue siendo su camino para resolver conflictos. Pero, más allá de esa imposibilidad de escapar de sus modos violentos, la película parece defender la idea de que su labor en la ONG es suficiente para redimirla, lo que es aún más problemático si se tiene en cuenta que todo lo que Emilia Pérez hace es financiado con los recursos ilimitados que consiguió a costa de los muertos que ahora busca desenterrar. ¿Puede ese dinero sucio ser capaz de limpiar la sangre que la propia búsqueda del dinero generó? Queda como una reflexión pendiente, probablemente para una cinta menos enceguecida por el brillo de las luces y la estridencia de sus formas.
Como se dijo, en la búsqueda de originalidad y el desate caótico de las ideas de Audiard aparecen algunos momentos visualmente notables. El Mal, por ejemplo, es el número musical que más resuena, entre medio de un set de canciones principalmente mediocres con letras difícilmente defendibles para alguien que domina el idioma. Y si funciona así de bien es, en parte, por su puesta en escena.
En El Mal la abogada Mora y Emilia Pérez dirigen una gala benéfica que busca juntar fondos para la ONG, en la cual los invitados a financiarla son personas con poder que se han servido de la corrupción estatal y de los lazos con el narco. Zoe Saldaña rapea y se mueve con soltura entre medio de las mesas, se sube a algunas, apunta a los delincuentes, que responden con coreografiados espasmos y brindan cuando empieza a temblar. Es una performance eléctrica, potente y energética, que bien podría valerle el Oscar y que demuestra también la maestría de Audiard con la cámara, con movimientos rápidos que siguen el recorrido hipnótico de la actriz norteamericana.
Pero, al mismo tiempo, la letra parece haber sido generada a partir de un traductor online, acomodando y repitiendo palabras para hacerlas calzar con el ritmo que lleva (Miren al químico, químico / Que lo nombraron ministro de algo / El químico / Él hace poco mandó a matar a su socio y familia / A chingar / ¿Y qué hicieron con esos cadáveres? / Á-Á-Á-Ácido).
Por lo demás, en la denuncia clara de las malas prácticas de estos villanos, el coro implica una promesa: Habla, esta gente habla, pero ahora lo van a pagar. ¿Lo pagan? No realmente. ¿Se vuelve a tocar el tema siquiera? Tampoco. Pero el número está, y es capaz de poner los pelos de punta. Para muchos, está visto, con eso basta.
Así las cosas, Emilia Pérez resulta un espectáculo con momentos notables, cuya potencia y grandiosidad están destinadas a apreciarse en la pantalla grande. Una función cargada de mucha energía que no va a ninguna parte. A ratos sin sentido, a ratos queriendo ser seria y profunda, no abraza ninguno de los dos tonos y no cumple las promesas que plantea. El embrujo que ha conquistado Hollywood y Europa está en el artificio, en la superficie, en la pirotecnia. El fondo está vacío, y para una historia así de recargada eso es muy difícil de entender.
Ficha técnica
Título original: Emilia Pérez
Duración: 132 minutos.
Año: 2024.
Género: Musical; Drama.
País de Origen: Francia.
Director: Jacques Audiard.
Guion: Jacques Audiard.
Reparto: Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez, Adriana Paz.
Música: Camille, Clément Ducol.
Distribución: BF Distribution.
Festival Cine Las Condes
Estreno en salas: 23 de enero de 2025
Preestreno en el Festival de Cine UC el 11 y el 16 de enero.