Por Valeria Jauré
Cada cierto tiempo, en los continuos oleajes de comedias juveniles de secundaria gringa, aparece una joyita que reivindica al género, que lo actualiza y se vuelve un clásico de una generación. Comedias como Ferris Bueller´s day off de John Hughes, entre tantas del mismo director, marcan los ochentas, Clueless de Amy Heckerling exuda noventas y es referente de su moda, y Mean girls, con guion de Tina Fey, trajo al siglo veintiuno las leyes de la selva aplicadas a la escuela.
En este caso la historia va de seguir a dos amigas durante el último día de clases antes de la graduación, en que descubren que, si bien ambas pudieron ingresar a prestigiosas universidades fue a costa de sacrificar su vida social, teniendo que participar intensamente en los proyectos escolares, estudiando y estudiando y estudiando. Pero sus compañeros que se la pasaron teniendo sexo, saliendo a fiestas o drogándose también han podido a ingresar. Ambas deciden reivindicarse, recuperar todo el tiempo perdido en una noche.
Olivia Wilde, conocida por su papel en House, debuta como directora con Booksmart (título en inglés), quien sorprende y muestra talento en el desarrollo de la trama de esta comedia, por lo que podríamos decir que se une a la liga de actores que pasan detrás de cámara de manera victoriosa en el cine de género, ya vimos cómo lo hizo el año pasado John Krasinski con A quite place en el área del suspenso.
Beanie Feldstein, personaje secundario en la cinta nominada al Oscar, Lady Bird, es la controladora y dominante protagonista, quien junto a Kaitlyn Dever son una dupla con gran química, que se entiende perfectamente, realizando humor físico y diálogos inteligentes con precisión en los tiempos, regla básica para que toda comedia funcione.
Por esta suerte de épica de una noche en que se lo juegan todo, desde la perspectiva adolescente, es que trae a la memoria Supercool, como una versión femenina de esta, o mejor aún, con una mirada más directa a los jóvenes que en esta época están entrando recién a las universidades. Donde una era una visita por parte de los creadores a su propia juventud, con una imaginería de los setentas, La noche de las nerds rescata el corazón vigente de las chicas y chicos que usan Instagram, que utilizan el lenguaje políticamente correcto y donde ser vegetariano o vegano es la norma.
En donde sí se encuentran una y otra, no quitando ningún mérito por ninguno de los desvíos que tomen ambos filmes, es en la búsqueda de la fiesta como representación de la ansiedad y la urgencia sobre la vida, y también en la representación del mundo adulto: siempre un poco perdidos, perdiéndose de lo que realmente pasa frente a sus ojos. Y finalmente, ambas comedias funcionan, con frases, momentos y personajes que pegan y se quedan con los espectadores tras dejar la butaca del cine.
La noche de las nerds es un continuo que sube y baja entre los contrastes de la vida, hay soledad y tristeza, pero gana la risa, porque para apreciar el sonido de las carcajadas se necesita conocer el silencio. Todo esto, junto a las múltiples referencias, es mucho más que una seguidilla de gags o sketches, aquí hay un alma y una promesa.
Una promesa de buen cine, que me hará asistir a una función si aparece nuevamente en el cartel un filme dirigido por Olivia Wilde.