Crítica de cine “La pianista”: Lecciones de perturbación humana

Por Coté Álvarez Franco

Erika Kohut (Isabelle Huppert) es una mujer maestra en el piano e inepta en las relaciones interpersonales. Es solitaria, no tiene hijos y vive con su insufrible madre sobreprotectora (Annie Girardot), teniendo ambas un insalubre lazo de codependencia. Poco hace con su vida además de enseñar el piano, y ese poco consiste en observar el sexo ajeno cual voyeur y autoflagelarse. En este marco, Erika es cortejada por su joven alumno Walter Klemmer (Benoit Magimel), con quien inicia una confusa relación carnal cimentada en la obsesiva intriga que ella le provoca a él y la oportunidad de practicar su visión del placer que él representa para ella.

La película adapta la novela homónima de la ganadora del Nobel Elfriede Jelinek, libro de personajes inusuales y descripciones que bordean lo grotesco. Estas características Haneke las captura con fidelidad tanto con la escritora como con su propio estilo de hacer cine, que suele invocar frialdad y perturbación. El austríaco gusta de posicionar al espectador en un rol de observador incómodo, como un testigo desafiado a no quitar los ojos de un acontecimiento desagradable o letárgico con tal de poner a prueba su nivel de tolerancia. Esto se aprecia en sus cintas más reconocidas, Funny Games (1997) y Caché (2005), ambos thrillers con naturaleza de ensayo psicológico; la primera un ejercicio cruento de deshumanización, la segunda sometiéndonos a tiempos de apariencia muerta. El cine de Haneke es, en esencia, montaje. Es sadista con sus cortes, con lo que opta por editar y lo que no.

En La pianista no hay empatía por Erika, ni ningún sentimiento noble que se podría esperar hacia un personaje tan desadaptado. Los planos no se involucran, aunque se cierren en ella no es con un propósito de entenderla sino de retratarnos, sin arraigo emocional, su conflicto interno. La fotografía subexpuesta alimenta la sensación de desamparo, aburrimiento e indolencia que la envuelve. Asimismo, impulsada por su retorcida voluntad a dejarse humillar, Erika es un rol que demanda abandonarse a su extrañeza, tarea que Huppert completa con excelencia.

Por otra parte, el piano es tentador como elemento dramático, representado como medio de expresión para una muda en The piano (1993) o ancla de sobrevivencia en un entorno bélico en The pianist (2002). Es un instrumento romántico que se asocia a una vía de escape, el amante infalible para canalizar la catarsis de personajes atribulados. No obstante, aquí es la simple materialización de la mísera existencia de Erika. No solo porque debió resignarse a ser profesora en vez de concertista como había soñado, sino porque, aunque le dedica su vida, Erika no disfruta. Es más, en vez de la música, pareciera que lo que realmente la hace sentir viva es dañarse. El título de la historia no es solamente la descripción de su trabajo, sino el triste resumen de todo lo que es ella.

Nadie pudo adaptar mejor el trabajo de Jelinek. Su estilo y el de Haneke coinciden más que chocan, permitiéndole al realizador elaborar el relato bajo su propio sello, mérito que se llevó el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes. El conflicto, tal vez, daba para caer en juicios de valor respecto a la naturaleza de la relación madre e hija, de la cuestionable rutina de Erika, o de la progresivamente insana actitud de Walter. En el polo opuesto de la fábula de autoayuda, La Pianista es de un carácter deliberadamente impersonal que no falsea esperanzas, presentándose con autoridad como una pragmática exploración de los rincones engorrosos del ser humano en el contexto de la soledad.

Ficha Técnica:

Título original: La pianiste

Año: 2001

Duración: 131 min.

País: Francia, Austria

Director: Michael Haneke

Género: Drama, erótica

Elenco: Isabelle Huppert, Annie Girardot, Benoît Magimel

Plataforma: Mubi

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