Álvaro Guerrero Gabella
Cuando uno ve a Los Jaivas allá donde sea, en vivo, en una noticia en la televisión o google, o para sorpresa y entusiasmo, esta vez en la gran pantalla, de alguna manera siente dos cosas: la necesidad de música, mucha música, sobre todo en una época en la que más allá de subjetividades y gustos, se agradece escuchar una banda que toca con instrumentos materiales, objetos que en las manos de Los Jaivas y en particular en este documental, parecieran tener vida y dignidad propias, y que son como una extensión de los músicos. Y por otra parte, el deseo de oírlos hablar, de contar una historia en la que hemos sido, parte de nosotros, partícipes como testigos de sus recitales, muchos de ellos con entrada abierta y gratuita en las calles del país. Los Jaivas, en su estilo tan único entre folklore latinoamericano, rock, y un permanente hippismo con los ojos abiertos hacia Chile y América durante las décadas que han transcurrido desde los sesenta, nunca han claudicado en su destino elegido y a la vez, y lo más importante, jamás han caído en la caricatura de sí mismos.
En Los Jaivas La ruta infinita, la elección va por la segunda vía y creo que tiene que ver con el hecho de que el grupo no es solo una leyenda viva, sino ya también patrimonio cultural, objeto patrimonial. En esa cuasi dicotomía entre rock (esto no tanto para el caso del folklore) y tradición cultural, la película encuentra un equilibrio desde donde lanzarse a testificar en primera persona la experiencia de llevar 60 años ininterrumpidos, tocando y grabando, pero por sobre todo recorriendo.
El milagro de mantener unida a una banda durante todas esos años en los que el mundo, y con el Chile, han cambiado hasta volverse irreconocibles, parece tener que ver con esa experiencia, no fundante sino de destino: seguir siendo hippies a su manera, mantener contra viento y marea la presencia de aquella década inestable y soñadora, los sesentas, y su agenda de valores a los que cada vez en este presente suena más poco plausible poder ya no concretar, sino incluso hablar de ello. Ser fieles a sí mismos, apoyados en un talento natural inabarcable y un intenso trabajo que les ha permitido tocar antes y durante la Unidad Popular, en épocas de dictaduras y huyendo de ellas, en la transición de los noventas, u hoy, a 35 años de ese momento. En suma, reconocer que el peligro de volverse totémicos, símbolos de lo “antiguo”, del siglo veinte por decirlo de otro modo, lo han esquivado con naturalidad, creando, relatándose como personajes de una elegancia atemporal.
El documental hace constante uso de la metáfora del tren, en un país de geografía que parece haber sido pensada en función de un largo e infinito riel, interminable porque cuando se ha llegado a un extremo solo puedes quedarte un momento antes de emprender la vuelta hacia el lejano extremo opuesto. En el interior de vagones, algunos de los clásicos integrantes de la banda recorren su historia o dan muestra de su maestría a la hora de dominar un instrumento musical (Mario Mutis y los dedos mágicos en ese bajo). Juanita Parra lleva la posta del legado al ubicarse justo entre los miembros originales y los talentosos y más jóvenes músicos que fueron llegando en las últimas décadas a la agrupación. Se destaca su figura como heredera reivindicante del recuerdo dejado por su malogrado padre en la batería, a la vez que es difícil imaginar al grupo con otra que no sea Juanita azotando los platillos allá atrás. Hay espacio para que los más nuevos hablen, incluso aún más que los fundadores, y el retorno puntual para la gira de los 60 años de un querido miembro original, Eduardo Parra, que hoy vive en Colombia y al que solo vemos sonreír entre sus viejos camaradas, pero no oímos hablar directamente a la cámara.
¿Qué podría criticarse en esta crítica? Quizá la presencia constante de la palabra sobre la misma música, que la hay bastante y se agradece, pero siempre se puede querer más. En particular en un documental musical lo que suele destacarse con los clásicos, es la exaltación de las capacidades del grupo para interpretar su música en directo, y en especial en vivo, como también el diálogo de la banda con sus fans. Aquí hay poco de eso en forma directa (escenario). A cambio resalta el cariño, el amor de todo un país, en las calles, las ciudades por donde pasa el tren. Y en medio de esos testigos, la voz de una personera política que constante y extrañamente parece dar cuenta de cuál es la voz oficial del gobierno de turno respecto a la trascendencia histórica del grupo y su relación con el pueblo de Chile. No se trata de una testigo más, ya que no se limita a expresar sus emociones e ideas más personales, sino que termina enfocándose a la identificación que ella cree, tendría el mensaje y actitud de Los Jaivas respecto a determinada tendencia y programa político. Y como puedo señalar ahora repitiendo mis propias palabras: nunca es sano integrar la voz oficial del poder de turno, sea quien sea, al interior mismo de una obra de arte, como es el cine, como es la música. Sobre todo si ésta última ha sido pensada desde siempre como forma de unir a todos los chilenos. Y lo más mágico de todo para el final: este es un grupo al que no le interesa retirarse nunca, así como suena, nunca, hasta el final.
Ficha Técnica
Título: Los Jaivas la ruta infinita
Dirección: Rodrigo Avilés
Reparto: Juanita Parra, Mario Mutis, Claudio Parra, Eduardo Parra, Francisco Bosco, Alan Reale.
Duración: 85 minutos
Género: documental, músical
País: Chile
Año: 2024
Distribución: Warner Bros
Estreno: 16 de enero