Primer Festival de Cine Italiano Cinemark
Por Paula Frederick
El viaje a través de Italia del cantante y director italiano Luciano Ligabue- como si fuera una parábola- comienza con un pedazo de fantasía. Primero, la oscuridad. Luego, la voz ronca y omnipresente del cantante que interpreta, casi como una profecía, la canción “Todos me llaman Riko”. Con la luz llega la star, el alter ego, el actor/personaje: Stefano Accorsi en el rol de Riko, vestido como un Tony Manero del Far west, que baila sobre el escenario delante de un pedazo gigante de mortadela, en absoluta soledad. Mientras Riko intenta seguir el ritmo y la imagen se mueve en el límite entre lúdico, onírico y triste, descubrimos que en esa escena, se encuentra todo Made in Italy: la nostalgia de algo que no está, o que quizás nunca existió, el vivir fuera del tiempo, el cine como vía de escape y la música – al estilo de Bjork en “Bailarina en la oscuridad”- como dimensión suspendida e intocable donde siempre hay cabida para plantearse una nueva vida.
Una vez que se apagan las luces, aparece la oscura realidad: Riko nunca ha sido una estrella, sino que un hombre común, que trabaja en una carnicería, está casado hace muchos años con Sara (Kasia Smutniak), de quien se aleja sin vuelta aparente, intenta recoger los pedazos de una vida que se le escapa y tiene un hijo adolescente que parece más resuelto que él mismo. Riko vive su crisis de mediana edad en un modo evidente, con todos los clichés posibles, suspendido entre dos mundos a los que no pertenece, con la voluntad de la juventud pero un cuerpo que no lo acompaña, mirando hacia atrás mientras se da cuenta que nunca ha tenido un propósito claro de futuro. Como si fuera un videoclip, o una canción del mismo Ligabue, Riko se mueve seguido siempre por una banda sonora, buscando algo que no logra reconocer pero que sabe que le falta.
La fuerza que mantiene Made in Italy en movimiento, que impide que se pierda en la banalidad y las melodías pop, es precisamente la fricción entre los diversos tiempos: ese que sigue el flujo natural y el que los personajes quieren controlar, aunque nunca lo logren. En uno de los tantos viajes en auto camino al bar, Riko le pregunta a su mejor amigo -depresivo y ludópata, pero que se hace llamar Carnaval- por qué tiene en el auto un calendario de cinco años atrás. Carnaval sonríe, quizás ni siquiera se había dado cuenta. Mientras el auto se mueve por el centro de Boloña y la imagen se vuelve más lenta, en la esquina hay un grupo de jóvenes que bailan entusiastas, conectados cada uno a su celular, compartiendo el espacio, pero no la música. El contraste entre las dos imágenes, frenesí y lentitud, pasado y futuro de la misma realidad, se vuelve al punto de inflexión más interesante de la película: el tiempo avanza, las dimensiones cambian, pero nosotros ¿hemos cambiado? ¿O quizás somos una linea contínua, sin inicio ni fin? Inquietudes que Riko, al final de la película, se plantea de esta forma: “Si las células humanas cambian completamente cada siete años, ¿cómo hacemos para seguir siendo los mismos?”
Made in Italy tiene la particularidad de poder ser tantas cosas al mismo tiempo; Un homenaje a Italia, una historia de amor o el retrato de una generación. Pero sobre todo, como la vida misma, está hecha de momentos, de segundos, de micro historias. Como la de un grupo de amigos que decide ir a Roma para detenerse a observar de cerca las ruinas del imperio y de los otros, y que luego termina por inercia en una manifestación violenta donde más que seguir un ideal, los mueve las ganas de luchar. O tal vez nazca de la necesidad de expresar un sentimiento, de confesar sin miedo las propias contradicciones y frustraciones, esperando, que en lugar de quedarse atrapados en la dimensión de un sueño, los ideales algún día se vuelvan realidad.
Título original: Made in Italy
Director: Luciano Ligabue
País: Italia
Duración: 98 minutos
Año: 2018
Funciones:
Cinemark Alto las Condes:
Viernes 15 de noviembre: 17:00 horas
Sábado 16 de noviembre: 12:05 horas