Por Paula Frederick
Más que una noche de paz o de amor, en el cine las fiestas navideñas suelen ser escenarios de desencuentros, desahogos y explosiones de secretos guardados demasiado tiempo. Es este el contexto que escoge el polaco Piotr Domalewski para su ópera prima, donde la historia gira en torno a una familia, sus creencias, tradiciones y por sobre todo, sus silencios. Luego de un largo tiempo viviendo en Holanda, Adam (Dawid Ogrodnik), el hijo pródigo, regresa a la casa familiar en un auto elegante y arrendado, lleno de planes, noticias y con una cámara en mano donde registra todo el trayecto y graba mensajes a su futuro hijo. A pesar de su aparente entusiasmo, Adam intuye que la bienvenida de su familia no estará exenta de reproches y que los años de lejanía y silencio de alguna forma le pasarán la cuenta.
Inmersa en la mitad del frío campo polaco, la casa familiar lo recibe abruptamente. Padres, hermanos, abuelos, primos, mientras decoran el árbol y preparan un pavo navideño suspendidos en la misma dimensión, llenan el espacio donde parece haber ruido y alegría, pero que esconde todas las verdades en los intervalos de silencio. Así, la propuesta de Domaleswi se desarrolla desde el inicio de manera fluída, con momentos de absoluta evidencia e intensidad, y otros aletargados y pausados donde las miradas y los silencios se alargan más de la cuenta.
La elección del director, de mostrar una festividad de naturaleza alegre contrapuesta con un telón de fondo gris, opaco y agobiante, no es una propuesta demasiado novedosa. Más allá de plantear un cine rupturista, su aporte radica en reconocerse como lo que es, otro relato más de un grupo familiar que se debate entre el amor y el odio, la aceptación y el rechazo, la empatía y la envidia, y que inevitablemente llega a un punto de ebullición. La figura de Adam como cuerpo cinematográfico que llega desde afuera para desequilibrar el adentro, es también la representación de una vida pendular, de un círculo que retorna siempre al inicio y del cuál una vez que se vuelve, es muy difícil salir.
Por más que Adam tenga su horizonte puesto en Holanda, lejos de sus orígenes, una vez dentro de la casa familiar las puertas y paredes se vuelven circulares, las dinámicas se repiten una y otra vez, las personas siguen siendo las mismas y el estancamiento se hace evidente. Así, empiezan a desplegarse también los roles clásicos que han sido constantes en todas las grandes historias familiares: el padre castigador y borracho, la madre sufrida, el cuñado villano, la hermana cómplice, el hermano rival. Elementos que acentúan la idea de status quo, de fricción entre dos fuerzas desde siempre antagonistas, la tradición y la evolución.
Al final, será necesario quebrar, cortar, quemar, sea un objeto, una dinámica o un sentimiento, para poder encontrar esa movilidad que le permita a Adam mirar hacia adelante con alguna idea de futuro. Y lo mismo pasa con la película. Ese momento que produce un quiebre y que le da a la narración un nuevo sentido. Un renacer de las cenizas, sea en Nochebuena o en cualquier otra noche del año.
Título original: Chicha Noc
Dirección: Piotr Domalewski
Guion: Piotr Domalewski y Helena Szoda-Wozniak
Fotografía: Piotr Sobocinski jr.
Montaje: Leszek Starzynski, Pawel Szpetmanski
Elenco: Dawid Ogrodnik, Tomasz Zietek y Agnieszka Suchora
Distribuidora: Arcadia Films
Duración: 100 minutos
Plataforma: Cinemark