Por Paulina Aldana
Nosferatu, dirigida por Robert Eggers, es la nueva versión del clásico del cine de terror de 1922 del mismo nombre. La película se ambienta a mediados del 1800 en Wisborg, Alemania, y sigue a Ellen Hutter (Lily-Rose Depp) y su esposo Thomas Hutter (Nicholas Hoult). Thomas, un agente inmobiliario, es enviado a Transilvania para cerrar una venta con el enigmático Conde Orlok (Bill Skarsgård). Durante su estancia, descubre la oscura naturaleza de Orlok. El vampiro está obsesionado con Ellen y decide trasladarse a Wisborg, trayendo consigo la desgracia y una plaga mortal.
Los puntos más sobresalientes del filme son la fotografía, la música y la ambientación. La cinematografía a cargo de Jarin Blaschke consigue una atmósfera oscura y opresiva, utilizando contrastes de luz y sombra que evocan el estilo del expresionismo alemán, claros guiños a la versión del 22. Esta elección estética contribuye a la sensación de inquietud que permea la película. La banda sonora compuesta por Robin Carolan, complementa eficazmente la atmósfera visual, intensificando la tensión y el misterio que por momentos se logran exitosamente. Un tercer elemento rescatable es la recreación detallada de la Alemania del siglo XIX, con escenarios meticulosamente diseñados y una cuidada dirección de arte, le dan una sensación de autenticidad y profundidad al entorno. A pesar de que todos estos aspectos técnicos están bien logrados, no son suficientes para salvar las carencias narrativas y de interpretación.
En términos generales hay una dirección de actores deficiente, que se manifiesta en una falta de cohesión en el elenco; cada quien parece estar contando una historia distinta, afectando la inmersión. Willem Dafoe es, sin duda, el punto más fuerte y el pilar que sostiene la película, elevándola cada vez que aparece en pantalla, como el profesor Eberhart Von Franz. Su vasta experiencia y excepcional habilidad actoral no solo destacan de manera brillante, sino que también funcionan como un ancla para el resto del elenco, aportando una solidez que mantiene a flote incluso las escenas más débiles. Su presencia es magnética y sortea con maestría las evidentes debilidades de guion y dirección, aportando intensidad y profundidad dramática.
Por su parte, Lily-Rose Depp, como Ellen Hutter, aunque encaja visualmente con la estética gótica del filme, entrega una interpretación que se siente sobreactuada y carente de matices, lo que dificulta establecer una conexión emocional sólida con su personaje y, por ende, con la narrativa general. Su actuación no logra transmitir la complejidad necesaria para un papel central en una historia que, aunque fantástica, requiere profundidad emocional y una conexión genuina y matizada. Ni su interpretación ni el guion lograr sostener y argumentar por qué su personaje está tan enamorado: no es palpable la ternura ni humanidad que declara sentir por sus seres queridos; más bien, parece una niña caprichosa que disfruta de su propio sufrimiento y oscuridad, lo que la convierte en un personaje banal y plano. Su desempeño reafirma las críticas que ya se habían planteado en torno a su actuación en The Idol. En este contexto, la elección de Depp se percibe más como una decisión comercial que artística, una estrategia para capitalizar su imagen y herencia familiar en lugar de priorizar la calidad interpretativa que si tienen otras actrices de su generación. El contraste con el talento desaprovechado de Emma Corrin, como Anna Harding, hace que esta decisión sea aún más desafortunada. Corrin ha demostrado en su filmografía un rango emocional amplio y una notable capacidad para abordar personajes complejos con sutileza y autenticidad. Asignarle un papel secundario e irrelevante no solo subestima su talento, sino que también representa un error estratégico al privar al filme de una protagonista que habría aportado mayor profundidad y matices al relato. Esta elección subraya una problemática tendencia de la industria: priorizar intérpretes protegidos o promocionados por su imagen por encima de quienes poseen las habilidades necesarias para enriquecer la narrativa. Más preocupante aún es cómo este tipo de casting perpetúa la fijación en actrices adultas con una estética infantilizada, una dinámica que refleja nociones de control y dominación que deberían estar obsoletas. Mantener este tipo de decisiones creativas no solo limitan el potencial de las películas, sino que también subestiman a un público que demanda personajes auténticos y representaciones más cuidadas.
En cuanto a la interpretación del Conde Orlok/ Nosferatu, a cargo de Bill Skarsgård, lamentablemente está marcada por una evidente falta de expresividad y profundidad. Su desempeño carece de la personalidad necesaria para dotar al personaje de la fuerza y el magnetismo que lo han definido históricamente, al punto de que su papel podría haber sido reemplazado por una inteligencia artificial sin una pérdida significativa. Además, la sobreexposición del vampiro, tanto en pantalla como en la narrativa, diluye el aura de misterio que constituye su esencia, convirtiéndolo en una figura menos intimidante y memorable.
A diferencia de otras adaptaciones cinematográficas de Drácula, y de la icónica Nosferatu original, es bastante fiel a algunos capítulos de la novela, y un gran punto a favor para los seguidores de la obra literaria de Bram Stoker. Detalles como los eventos que ocurren en el barco durante el viaje en barco, el inquietante trayecto de Thomas Hutter (Nicholas Hoult) al castillo en Transilvania, su encuentro con los gitanos y su experiencia aterradora en presencia del vampiro, están mejor desarrollados y conectan con el material original de manera más efectiva. Sin embargo, más allá de estos aciertos, la película cae en convenciones narrativas que son decepcionantes para una adaptación contemporánea.
En particular, Nosferatu perpetúa una representación limitada y problemática de la figura femenina central. Retoma y reproduce con su desenlace la trillada narrativa de la “damisela en peligro”, envuelta en una relación de tensión sexual que, además, termina por reducir a Nosferatu a un mero depredador sexual. Esta perspectiva no solo simplifica el personaje del vampiro, despojándolo de la profundidad y misterio que lo caracterizan, sino que también afecta la manera en que Ellen es retratada. En adaptaciones previas, se le arrebató completamente la agencia en la resolución del conflicto central, relegándola al papel de objeto de deseo, una figura sufriente y unidimensional cuya importancia se define únicamente en relación al vampiro. En Nosferatu, pareciera que Ellen toma las riendas sobre el desenlace del Conde Orlok, haciendo uso de la innovación de la película original, al exponerse a la luz del sol, lo que da como resultado una bella escena final. Sin embargo resulta una oportunidad perdida el desenlace de Ellen, especialmente considerando que la novela original, la como un personaje mucho más avanzado y multifacético. En la obra de Stoker, es una mujer inteligente, con un papel activo y decisivo en la derrota del vampiro. Su intelecto y capacidad analítica, combinados con su valentía y empatía, son fundamentales para que el grupo liderado por Van Helsing logre vencer a al vampiro. No obstante, en esta y en tantas otras adaptaciones, esos rasgos son ignorados, reduciéndola a a un símbolo pasivo de sacrificio y sufrimiento. Más de un siglo después de la publicación de la novela, las adaptaciones cinematográficas sigan siendo menos progresistas en su representación de los personajes femeninos, ésta es una elección consciente de un profundo arraigo conservador, adornada con una estética gótica. Al elegir enfatizar el aspecto sexualizado y romántico de la historia, se pierde la riqueza de una trama que, en su esencia, trata sobre el triunfo de la razón, la ciencia y la colaboración humana frente a lo desconocido y lo monstruoso. Una protagonista no sufriente no solo honraría el espíritu del texto original, sino que también enriquecería la narrativa y la haría más relevante para una audiencia contemporánea.
Finalmente, en Nosferatu hay un problema de tono, es como si no terminara de decidir si quiere ser una adaptación seria y profunda o algo más estilizado, ligero y meramente atractivo estéticamente. Esa falta de cohesión en el enfoque hace que se pierda el interés, sobre todo porque hay momentos donde la narrativa no sostiene la atención, y aburre. Si bien es un filme visualmente atractivo y de calidad técnica sobresaliente, no consigue perturbar.
Ficha técnica
Título: Nosferatu
Año: 2024
Duración: 132 minutos
País: Estados Unidos, Reino Unido
Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers, basado en la novela “Drácula” de Bram Stoker
Reparto: Lily-Rose Depp, Bill Skarsgård, Nicholas Hoult, Aaron Taylor-Johnson, Willem Dafoe, Emma Corrin
Música: Robin Carolan
Fotografía: Jarin Blaschke
Distribución: Andes Films