Por Esteban Andaur
Con tan sólo 24 años, el ingeniero belga Gustave Verniory llegó a Chile en 1889, a petición del presidente José Manuel Balmaceda, para supervisar y dirigir la construcción de un ferrocarril que uniera a Victoria con Temuco; un proyecto que daría mayor conectividad a la región, y que, por descontado, haría que los viajes desde Santiago hacia la zona fueran viables. Verniory se quedó viviendo en plena Araucanía por una década, la que plasmó en un volumen de memorias titulado Diez años en Araucanía 1889-1899. Además de sus propias experiencias, él da cuenta en el texto del espíritu colonialista de la época, que dio forma tanto al territorio como al estilo de vida de nuestro país; aunque con la diferencia de que él solía alarmarse por el contraste violento entre la pureza de los paisajes poblados por mapuches, y el progreso industrial que llegó a arrasar con esa cultura. Lo personal es político.
Estoy seguro de que aquella máxima contextualiza Notas para una película (2022), el nuevo filme del aclamado documentalista nacional Ignacio Agüero. Se inspira en el libro, adaptándolo de manera tangencial, mediante un metalenguaje cinematográfico. A él le fascina el cine y también lo que sucede entre bastidores, vertiendo igual delicadeza y poesía al proceso creativo y al arte que resulta de este, ya sea entrevistando a otros directores en pleno rodaje (Como me da la gana, 1985) o investigando cómo un diario pinochetista desvirtuó la realidad de un país entero durante la última dictadura (El diario de Agustín, 2008).
Notas para una película comienza con una imagen en blanco y negro. El propio cineasta aparece perorando la introducción a su largometraje. Nos dice dónde está, por qué está ahí y nos presenta a un actor, Alexis Mespreuve, que entra al plano detrás del director, personificado como Verniory. Lo curioso es que ambos se la pasan alternándose la interpretación del ingeniero. Para entender esto, hay que explicar cómo funciona el diseño de sonido: escuchamos español cuando Agüero le habla a la cámara, es decir, a nosotros, y cuando interviene en la locución en off, recitando párrafos en primera persona extraídos del libro; y escuchamos francés, cuando Mespreuve dice los diálogos de su personaje en cámara. De fondo, un espectacular trabajo de foley recrea el audio de aquella época.
Entonces ¿sigue siendo este un documental? ¿O acaso es un biopic que nunca verá la luz?
El actor no deja de ensayar. En una escena, lo vemos en el bosque, repasando sus diálogos con el director, quien a su vez lee las acotaciones del guion, las notas para su película. Ahora, ¿Cuál es su título? ¿Es un guion de verdad? ¿Está completo o son meros esbozos de escenas? Desconocemos esta información. Nos la ocultan, deliberadamente. Este y otros gestos inhiben las expectativas del cuento de aventuras que están filmando. El vestuario del protagonista, por ejemplo, podría ser con facilidad contemporáneo. Y el que repase sus diálogos con el libreto en mano, es una severa ruptura de la ilusión cinematográfica.
Por otra parte, un popurrí de registros audiovisuales nos concientiza sobre las implicancias culturales de esa década, incluyendo momentos en color y ese cortometraje mudo de los Lumière en que un tren llega a La Ciotat, porque el cine fue inventado justo en ese período. Los trenes son un motivo en la filmografía de Agüero, quizá porque ve en ellos una irrupción literal de lo moderno en lo natural. En La mamá de mi abuela le contó a mi abuela (2004), los habitantes de Villa Alegre, liderados por el actor Héctor Noguera, ensayan y montan una obra de teatro sobre los orígenes políticos y mitológicos de la ciudad, a la cual se llega, si se quiere, en tren. El pasado y el presente se confunden y se contraponen, al igual que en Notas para una película.
Así como Verniory se interna en los bosques inmaculados de la Araucanía, uno tiene que adentrarse en el metalenguaje desplegado aquí, o la única alternativa exegética sería la ficción. Uno se pregunta qué nos quiere decir este ejercicio brechtiano, ya que al principio no es muy evidente y los elementos disonantes de la puesta en escena son difíciles de asimilar.
El relato documental, por ende, se presenta de una forma fragmentada, y las escenas contienen grandes vacíos que exigen que uno los llene con la imaginación (tampoco creo que sea un docudrama, puesto que los aspectos de ficción están deconstruidos). Mientras escuchamos en off a Verniory, lo vemos desplazarse por espacios que no lucen como a finales del siglo XIX, sino que están roídos por el tiempo, son vestigios sin utilidad alguna, como una de las estaciones del ferrocarril. Uno debe imaginar a este hombre interactuando con gente que no está en el plano y tratar de ver la eficiencia de esas ruinas en su día. Ahora, Agüero es generoso en mostrarnos fotografías antiguas de personas en esos lugares, cuando estos aún funcionaban, lo que nos ayuda sobremanera.
El efecto emocional, sin embargo, es ambivalente: la nostalgia por lo que fue es abrumadora, porque la naturaleza, al igual que hoy, es frágil y misteriosa, vasta y acogedora, y la idea de que haya sido destruida es del todo dolorosa. Pero eso mismo es lo que nos alivia de no vivir en ese lugar ni en ese tiempo, y de que uno ya no tenga que responder a esa sociedad.
¿O seguimos respondiendo? ¿Es diferente la sociedad de hoy? En una de las escenas más elocuentes, Mespreuve, caracterizado como Verniory, está sentado en una cantina tomando cerveza. El interior del lugar ostenta una decoración actual: en la tipografía de sus carteles, en el diseño de los muebles, en la indumentaria de los hombres que están bebiendo allí, todos extras (aunque bien podría ser un bar detenido en el tiempo, en los 60, para ser más o menos exacto). El extranjero alza su cerveza y todos los hombres se unen a él en un brindis efusivo.
Si la conducta masculina permanece igual a 134 años del arribo del belga a Chile, tal vez los valores de ese país de antaño también estén intactos y su raigambre sea más profunda y estable. El enfoque de Agüero nos distancia del pasado para situarnos con firmeza en el presente, sugiriendo, con la fuerza de una verdad irrefutable, que el conflicto mapuche en el Wallmapu empezó con tales intervenciones del Estado, usando la masacre como método de erradicar lo propio e imponer lo ajeno; que varios europeos llegaron a moldear Chile según su conveniencia, en complicidad con la oligarquía criolla; que se fueron dejando atrás un desastre natural y ético que a la fecha no encuentra una solución; y que tales procesos siguen repitiéndose hoy, con nuevos personajes y en nuevos contextos, pero con las mismas actitudes que horadan más y más nuestra identidad.
Ahora, esta propuesta no está exenta de baches. Las palabras de Verniory no sólo no dan cuenta de mucha vida interior, sino que cualquier atisbo de tensión en su narración se diluye por la abundancia de diálogos expositivos. En general, esto da la sensación de que todo procede con cierta laboriosidad. La ambición estética torpedea la fluidez, y una aventura de esta envergadura, de consecuencias tan grandes, necesita que la sangre corra con más ímpetu por sus venas.
Lo mejor es que, para modular la visión pintoresquista del protagonista, tenemos largos testimonios de gente mapuche. Oír sus voces impide que una parte de la historia se borre con la muerte de una generación, y la locuacidad de los entrevistados resulta bastante reveladora del alcance del conflicto en el Wallmapu; es poco común escuchar mapudungun con la palabra “WhatsApp” inserta en el discurso.
El cine de Ignacio Agüero es complejo porque está hecho por un artista y si es accesible, es porque es humano. Comparando Notas para una película con La mamá de mi abuela otra vez, caigo en la cuenta de que su obra no sólo es un rescate de la memoria, sino también una provocación. En el documental de 2004, un estudiante de enseñanza media recuerda con ironía cuentos insólitos que las mujeres de su familia le habían contado sobre su pueblo. Y no puedo evitar pensar que, si tratamos el pasado con esa levedad de pensamiento, si seguimos diciendo que así eran las cosas antes, si seguimos riendo de cosas que tal vez no son graciosas, pues un mejor futuro se disipa en el horizonte. La intervención del estudiante le da título a ese filme, y su desafección no es muy distinta de la impasibilidad del ingeniero belga. Ambos quieren lo nuevo, lo demás es exótico.
Ficha técnica
Título: Notas para una película
Dirección y guion: Ignacio Agüero
Estreno: 2022
Duración: 104 minutos
Fotografía: David Bravo ACC
Sonido: Carlo Sánchez
Montaje: Ignacio Agüero, Claudio Aguilar, Jacques Comets
Con Alexis Mespreuve como Gustave Verniory
País: Chile – Francia
Distribuidora: MiraDoc