Por Álvaro Guerrero
En el estado actual del blockbuster hollywoodense se puede casi asegurar diversión si se cuenta al menos con una premisa ingeniosa. Este fenómeno se puede conjeturar desde el nivel de profesionalismo alcanzado por los equipos de producción, el auge e incluso la sobresaturación de cultura visual con la que vivimos, etc. Las superproducciones hechas para el consumo masivo y el pop corn tienden a un nivel de, al menos, una mínima “decencia” a la hora de captar la atención del espectador en la historia, alejándose de la idea de bodrio espectacular más recurrente en décadas pasadas. Aquellos blockbusters en el que si le quitabas los efectos especiales no quedaba nada o nada mínimamente “serio”. Si tuviera que recordar casos puntuales, vienen a mi cabeza espantos famosos que a veces no alcanzan ni para aquello de que “es tan mala que es buena”: Armagedon, Día de la independencia, Swordfish, Con Air, y una lista larga de películas infames de alto presupuesto. Muchas de ellas surgidas en una década tan esplendorosa para el cine como fueron los años 90’.
Novocaine si cuenta con una premisa nacida de un ingenio funcional al cine de acción y comedia: un hombre que no puede sentir dolor físico debido a un trastorno genético con el que nació. Desde esa idea básica van sumándose otros tópicos para definir al personaje: treintón, soltero y naturalmente un solitario que en su infancia fue víctima de maltrato escolar, tan trabajólico como gamer. De hecho, es en este último mundo donde Nathan, interpretado por Jack Quaid, tiene a su único amigo, Roscoe (Jacob Batalon), a quien no conoce más que en el mundo virtual. Cuando Sherry (Amber Midthunder), una mujer de aspecto más común y corriente del que podría tener una estrella de Hollywood y una personalidad tan dulce como la de Nathan, llega a trabajar a la oficina, el “flechazo” es inmediato, ambos parecen estar hechos el uno para el otro, la media naranja perfecta a medida de los dolores que cada uno esconde. Nathan está desde muy joven tatuando su historia de vida en su propio cuerpo, pero queda una parte libre aun, la que le enseña a Sherry, quien también le muestra cortes en su cuerpo: “todos tenemos nuestros secretos”, le espeta esta, “solo buscamos a quien poder mostrárselos”. La comedia romántica, que hasta esa altura ha funcionado bastante bien gracias a una exacta medida de humor y sentimentalismo, tendrá un giro inesperado que va a reorientar progresivamente la historia hacia la acción tañida de humor, un humor que en su perseverancia cuenta con dos amigables estados de posibilidad: la premisa misma de la película y una pareja de cineastas con experiencia trabajando juntos.
No es difícil imaginar que este conjunto de clichés y buenas intenciones, mediados por una idea original, la del solitario bonachón pero con atractivo para ser galán que, sin embargo, nunca se la ha ocurrido ni serlo debido a esa extraordinaria condición que le permitirá sufrir toda clase de golpes, contusiones, acuchillamientos, balazos, dedos quebrados, sin sentir el menor dolor, puede llevar al espectador con relativa facilidad a estados de hilaridad e interés, a ser a ratos atrapado por la violencia y lo vertiginoso. El sentido del absurdo de lo que se está presenciando puede contar con la complacencia casi asegurada de un público, desde el inicio rendido a la premisa base que le permite a su protagonista el convertirse de la noche a la mañana, y obviamente por amor, de tierno y frágil sub gerente de sucursal bancaria a un superhéroe involuntario que sabe reír muy bien de si mismo.
Y justamente ese punto es importante a nivel del contexto cultural de creación de este artefacto audiovisual. Cuando la fiebre por los superhéroes parece estar irremediablemente condenada a terminar de hundirse, probablemente este año con los estrenos de Cuatro Fantásticos y Superman de James Gun, que podrían ser su lapida definitiva, Novocaine parece tomar la posta, subvirtiendo la condición elemental del superhéroe como un ser que pase lo que pase, será siempre “más que humano” (incluso alguien como Batman, que no posee superpoderes). Aquí en cambio, Nathan cumple con una serie de ritos de pasaje que lo emparentan con el género, sin dejar nunca de ser un hombre común, el joven algo tímido que uno podría ver tomar el metro todos los días. Esa tensión entre lo singular que lleva a situaciones extremas como romperse el dedo pulgar para salir de una trampa, robar un auto y un arma de la policía, o ser virgen pasados los treinta, y el hecho de seguir siendo el oficinista medianamente exitoso y enamorado que es, da para un nuevo disfraz o gatopardismo (que todo cambien para que todo siga igual) cinematográfico en el mainstream estadounidense.
Cuando hacia el acto final la historia se pierde en el clásico y detestable “duelo ya personal” (más allá de lo que Nathan buscaba) con el malvado de turno, esta vez también joven como el protagonista, “loco” y cruel, el absurdo aceptado empieza a desgastarse entre los tópicos propios del género. ¿Pero cuál género? ¿Comedia, acción? Esa mezcla de ambas desde un lejano 1978 y la fundacional Superman de Richard Donner. Solo que esta vez el héroe es un tipo como tú o yo, y seguirá así, hasta el final de las continuaciones que vendrán, seguro vendrán.
Ficha técnica
Titulo original: “Novocaine”
Duración: 110 minutos
Año: 2025
Género: acción, comedia
País de origen: Estados Unidos
Director: Dan Berk, Robert Olsen
Guion: Lars E. Jacobson
Reparto: Jack Quaid, Amber Midthunder, Ray Nicholson, Jacob Batalon, Betty Gabriel
Fotografía: Jacques Joufrett
Distribución: Andes Films