Por Alejandra Pinto López
Hay un factor que todos los países de América tenemos en común. Independiente del colonizador y de su época, siempre tenemos la certeza de que ésta se llevará a cabo mediante la destrucción del territorio y, por sobre todo, la despersonalización de sus habitantes. Sucede hoy en día como sucedió en el pasado, porque es una de las cosas que no evitamos, y que terminamos aceptando como parte de los ciclos sociales.
Frente a situaciones como esa, siempre se hace necesario hacer revisiones respecto al pasado y como éste sigue tomando lugar en el presente. El cine, muchas veces, toma esa responsabilidad y sus creadores buscan la forma de discutir temas que no siempre se ponen sobre la mesa. En el documental Sugarcane (2024), los directores Julian Brave NoiseCat y Emily Cassie nos llevan a un lugar que les atañe directamente, principalmente en el caso de Brave NoiseCat, hijo de un nativo canadiense que, durante su niñez, junto a la mayoría de los niños de su reserva indígena, fueron prácticamente secuestrados por la Iglesia Católica para su reformación como individuos “útiles” dentro de la sociedad, en el sistema de escuelas residenciales indígenas de Canadá.
Los directores parten su documental sin concesiones. Estamos aquí para averiguar el origen de una serie de tumbas sin nombre, aparentemente de niños, presentes en los terrenos de una escuela abandonada. Los autores conocen las historias que se cuentan al respecto; muchas de las personas con las que han convivido tuvieron una experiencia con el sistema educativo de la iglesia, que incluía medidas de adoctrinamiento y coerción. Los niños, ahora adultos, recuerdan los hechos con dolor, uno que es traspasado hacia las nuevas generaciones.
Sugarcane es una historia que lucha durante toda su extensión con la necesidad de decir lo impensable. La palabra se usa como conjuro para poner en relevancia todas las grietas que el pueblo nativo afectado está exhibiendo. Por lo mismo los secretos que se van revelando, uno tras otro, son necesarios en este contexto; porque de alguna forma, si no se verbaliza, deja de existir.
Este tratamiento, decidido tanto a nivel plástico como narrativo, no puede evitar resquebrajarse en el proceso. Uno de los afectados descubre haber sido el único sobreviviente de una carnicería impronunciable. Otro de ellos, vive la revelación de ser, muy probablemente, el fruto de una serie de abusos sexuales llevados a cabo por el clero. La manera en la que se expresa no es muy distinta a la forma en la que han sido expuestos otros casos de abuso eclesiástico a través de reportajes y otros documentales en los últimos 20 años. Sin embargo, el factor que el director añade en este caso, es la presencia inquietante de los territorios baldíos, que son expuestos una y otra vez, en una fotografía que se muestra cruda y sin retoques. Es ahí donde los cuerpos invisibles, solo presentes a través de la memoria y de los artefactos de excavación arqueológica, que devuelven una imagen fija, pero latente en el suelo.
El juego imagen fija/ móvil se da también a través de las múltiples fotografías que dan cuenta de las relaciones de poder que se dieron en la época del sistema de escuelas. Los relatos se apoyan en esas fotos, que también muestran la uniformidad que se pretendía establecer entre los habitantes de la reserva indígena. Como señalamos en un inicio, la despersonalización del otro es uno de los peligros capitales a los que nos enfrentamos como humanidad. En este caso, los niños, arrancados de sus familias y con una comprensión del mundo distinta a la de sus antepasados, tienen que reconstruir sus formas de ver y de hacer en la adultez. Algo que las víctimas de abuso – eclesiástico, estatal – de todos los lugares del mundo se ven obligados a hacer día tras día.
Los directores de Sugarcane podrían haber caído en el facilismo de componer un documental de denuncia, lleno de cabezas parlantes y frases para el bronce, pero desisten de eso, porque lo que debe ser mostrado no es solo el abuso, las muertes y sus consecuencias, sino que también la forma en la que el desarraigo del origen se gesta a partir de lo indeleble de las heridas que se cargan. La inmersión en esta historia es para el espectador necesaria y profundamente dolorosa, pero también nos permite llegar al lugar al que de alguna manera llegan los protagonistas. Uno en donde el perdón no vale si no hay justicia.
Ficha técnica
Título original: “Sugarcane”
Duración: 107 min
Año: 2024
Género: Documental
País de Origen: Estados Unidos
Directores: Julian Brave NoiseCat y Emily Cassie
Reparto: Ed Archie NoiseCat, Willie Sellars, Julian Brave NoiseCat
Música: Mali Obomsawin
Fotografía: Emily Kassie , Christopher LaMarca
Disponible en Disney+