Crítica de cine “The smashing machine”: El último secreto de la lucha

Por Álvaro Guerrero

La gran expectativa morbo en The smashing machine ha sido la de ver a Dwayne Johnson, el luchador-actor más conocido como “La Roca”, interpretando un papel dramático. Algo similar a lo que hicieron los hermanos Safdie aquel prodigioso 2019, cuando dirigieron al “comediante” Adam Sandler en Uncut Gems, película turbulenta, ambientada en los bajos fondos de la venta de joyas robadas. En esta cinta el giro actoral aprovecha el físico de Johnson para establecer un marco de personaje definido, una mole humana cuya presencia sin embargo, rara vez evoca sentimientos de miedo, sino más bien de ternura o compasión. Johnson personifica a Mark Kerr, pionero en los estilos de lucha competitiva en los Estados Unidos, y la acción se desarrolla entre 1997 y el 2000, cuando Kerr debe enfrentar una serie de desafíos profesionales que pueden poner en riesgo su récord de peleas ganadas. Es alguien que aún no ha conocido la derrota sobre el ring, tal como se lo hace saber a un incisivo periodista japonés durante una gira al país asiático, donde será retado por algunos de los mejores luchadores del mundo.

Hay una declaración en otra entrevista, al inicio de la película, que da el tono moral que la historia va a tomar como idea central. La voz en off de Kerr relata la emoción que se produce ahí arriba, frente a un oponente al que de ser necesario, “meterá un dedo en una herida”, en el punto más débil que reconozca en ese instante, ya que en sus palabras: “no existe otra sensación mejor que la de la victoria”. Kerr no deja de ser amable con la gente, ni de preocuparse por la salud de aquel que acaba de vencer, nadie dice que sea un mal hombre, o un antipático egocéntrico, está lejos de todo eso, sin embargo no sabe perder. Es un ser humano encajado en el cuerpo de un gigante, con un tono que transita entre lo masculino, lo adulto, y lo niño, y también en la fragilidad. Estas condiciones, que en determinados contextos de vida pueden ser atributos o maldiciones, se ven en especial expuestos en la relación con su pareja Dawn Staples, interpretada con precisión y tino por Emily Blunt.

Si bien el de ella es un personaje secundario en la trama, su aura refleja e irradia los matices que Johnson aporta a su personaje, un hombre tan simpático como obsesionado con la cultura estadounidense de la derrota entendida como un mito y la vitoria como lo palpable, aun cuando en realidad sea justamente al revés. Cuando Kerr comienza a evadir el dolor corporal con drogas que lo vuelven un adicto, Dawn se ve expuesta a la tolerancia frente a alguien que va perdiendo progresivamente su empatía, así como al deseo de control que la haga sentir más segura del amor compartido. Kerr es un hombre niño, no por ser demasiado especial sino porque siente que puede darse ese “lujo” y “maldición”. La camaradería masculina entre pares va en ese rumbo, y es algo que debe experimentarse como si fuera un secreto que paradójicamente todos pueden ver bajo brillantes reflectores. Es un rasgo que ayuda, pero no es suficiente para definir un camino de vida hacia la “luz”. Esto último es algo que se juega en un terreno más difuso y complejo de las relaciones humanas. Por aquello es que la belleza con que Safdie fotografía momentos que avanzan o retroceden en el tiempo, en una narrativa entrecortada, emociona con el filtro que el cine puede otorgar a las representaciones objetivas de estas vidas.

The smashing machine en su relativamente dispersa objetividad, a veces en tono casi documental o de registro casero de VHS, es ante todo un filme deportivo, que quiere llegar hasta el sudor mismo de la lucha, de las reacciones más animales al interior del ring, y a través de ello establecer una expresividad, no tanto un estudio, sobre la masculinidad y su afirmación no estereotipada. Es al interior de ello una apelación dolorosa, épica, y finalmente venturosa sobre la soledad de la victoria y el éxtasis en la liberación de aquella cárcel: la imposibilidad de simplemente perder. Y algo más abstracto, incluso el deseo de la derrota de vez en cuando, un ¿por qué no?

Johnson y Blunt, aun sin ser una pareja de personajes infaliblemente desarrollados, se ven envueltos y expresados por dos grandes, apasionadas (sin sobre actuar) interpretaciones, y por un lente, el de Safdie, que en su juego de voyeur algo distanciado usa las luces urbanas, crepúsculos, y en una narrativa no lineal, establece la épica de una historia que a simple vista no debería serlo tanto. No es una película perfecta pero se le agradece mucho cuando termina: una belleza sencilla, unos gestos, un desenlace que es al mismo tiempo el clímax, ver los ojos de Dwayne Johnson con todas las emociones de “eso” que finalmente simboliza algo más grande que su mismo personaje, a Emily Blunt extasiada en un parque de diversiones, casi flotando en el espacio. Algo noble en todo el esfuerzo de levantar este biopic sobre atravesar puertas tan invisibles como difíciles, personales y míticas.

Ficha Técnica 

Título original: The smashing machine

Dirección: Ben Safdie

Guion: Julian Fellowes

Reparto: Dwayne Johnson, Emily Blunt, Ryan Bader, Bas Rutten, Oleksandr Usyk, Lindsey Gavin

Fotografía: Maceo Bishop

Musica: Nala Sinephro       

Duración: 123 minutos

Género: Biopic, deporte, drama

País: Estados Unidos

Estreno: 16 de octubre

Distribuidora: Diamond Films Chile

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